II

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     Dije que me gustaba mirarla, pero yo no me limitaba a eso. Más allá de su apariencia física: delgada y en forma, cabello largo y negro, tez pálida pero expresión vigorosa, ojos cafés y sonrisa de comercial... más allá del cuerpo de carne, sangre y huesos, yo trataba de ver su vida en casa, adivinar sus pensamientos. Trataba de encajar sus acciones con su personalidad, descifrar hasta qué punto se mostraba ante todos como realmente era. Veía más allá de su vida en el instituto, me detenía a dibujar su imagen en mitad del puente, respiraba a su vez el aire que le rodeaba. La veía volviendo a su casa luego de su rutina diaria. Claire tomaría el almuerzo y escucharía música clásica mientras hacía los deberes. A las cuatro de la tarde saldría de casa para ir a la piscina, compraría el tetrabrik de leche de siempre en la última tienda a la salida del pueblo y la bebería en el puente antes de volver a casa. Se daría un baño con agua caliente al llegar, no cenaría pues cuidaba su figura y antes de dormir releería una obra de Shakespeare, porque seguramente adoraba el teatro. Las luces de su cuarto se apagaban a las ocho y media, para cuando fueran las nueve, Claire ya estaría en el mundo de los sueños.

     Cuando la veía, todo esto rondaba por mi mente, todo era hermoso y un poco triste... pero ver su asiento vacío, simplemente dolía. Su asiento vacío me hizo pensar en otra historia. Una que solo yo conocía. Porque verán, Claire no solo desapareció esa tarde del veintiséis de abril. Lo que sucedió fue algo más... Claire huyó de casa ese día. En vez de volver a casa después de su hora de natación, se montó en el autobús de las 6:30, el chofer no pudo saber que se trataba de ella pues vestía con ropa holgada y vieja, con su cabello recogido y escondido en un gorro. Lo había planeado perfectamente, y era tan lista, que todo salió como esperaba. Después de todo, nadie pudo seguirla, nadie la encontró. Claire llegó a la capital al día siguiente. Con el dinero que había reunido durante dos años, alquiló un piso pequeño donde apenas entraba un futón, un armario y una cocinilla de gas. Salió a buscar empleo esa misma tarde, directamente al teatro más cercano y le dieron una escoba y un trapeador. Sí, eso debía ser... porque sus padres no la dejarían cumplir su sueño infantil de ser una actriz de teatro, porque desperdiciaría su futuro como doctora, una doctora como su padre. Es por eso que Claire tomó una decisión tan drástica aquel día, cuando solo tenía dieciséis años.

     Y quizá todo esto estuviera en mi cabeza, pero era una lástima que los demás no lo supieran. No podían, no les diría nada... No sería yo quien le arruinara a Claire sus sueños.  

+ + +

     Quizá, si... quizá todo estaba en mi cabeza. Pero entonces, ¿cómo explicarían mi suerte cuando cuatro años más tarde vi a Claire en un metro, en la capital? Se materializó ante mis ojos, justo como antes, cuando la observaba desde mi puesto en la cuarta mesa de la tercera fila del salón de clases. Pude reconocerla en seguida a pesar de que su cabello estaba más corto y de que no podía ver bien su rostro ya que lo cubría una mascarilla. Supe que era ella, porque verla durante cuatro años de instituto había sido suficiente para recordarla por siempre. Mi cabeza comenzó a doler en seguida y por un momento mi visión se emborronó. Tardé unos minutos de respiraciones acompasadas volver a la normalidad. Mis manos sudaban y mi corazón protestaba queriendo abandonar mi pecho. Algo dentro de mi cabeza me suplicaba que hiciera algo, ¿pero qué podía hacer? Claire no tenía idea de quién era yo, ¿cómo iba a acordase de mí? Un tipo cualquiera de su antiguo instituto... Era improbable que se acordara de alguien como yo.

      Quizá se asustaría si me acercaba de repente... pero quería hacer algo, así que casi sin darme cuenta volví a retomar aquel viejo hábito.

     En cuanto se bajó del tren, la seguí.

El Quinto ActoWhere stories live. Discover now