Por lo menos el disco duro (parece que) está intacto. Lo desmonto y lo dejo aparte mientras continúo el montaje. Y entonces me acuerdo. El anuncio.

 —Aarón, necesito un favor...

—Dime —respondió él. Dudé que me estuviera escuchando. Parecía distraído, y miraba la puerta constantemente.

 —Necesito imprimir un anuncio, estoy buscando un compañero de piso.

—Muy bien, muy bien.

—Y anoche me dio por asaltar el vertedero municipal y les dije que actuaba en tu nombre.

—Perfecto, perfecto...

—¡Jefe! —bramé, y di una palmada frente a su rostro—. Que te estoy hablando.

—Ay. Que sí, que imprimas. Total, si no lo haces se me va a secar la tinta de la impresora.

 No sabía si era un acto altruista o tacañería. O que su cerebro estaba desactivado y pensaba con la parte de abajo, que también era posible. De hecho, era más que posible. Pero bueno, tenía permiso. Conecté el pendrive a mi equipo de trabajo y lo envié a la impresora. Cinco folios, con el anuncio cuatro veces por página. Más que suficiente, pensé.

 Mientras la impresora sacaba los papeles, continué mi trabajo. Puse la instalación de Windows en marcha, y en cuestión de unos minutos (muy largos), estaba instalado. Configuré los drivers. En este tiempo habían venido un par de clientes. Aarón les atendió rápidamente en vista de que yo ya tenía lío. Era obvio que quería atender a Judith apenas apareciera. Aunque en mi impresión, daría mejor imagen una tienda plagada de clientes.

 Estaba empezando a pasar los archivos del disco duro del portátil al nuevo equipo cuando apareció ella. Parecía que desprendía belleza y luz solar. Pensé que estaba más guapa que el día anterior incluso. Aarón volvió a adelantarse.

 —Buenos días —dijo. Tuvo que evitar no descojonarme allí mismo. Le cogió la mano y se la besó—. Ya ha llegado el pedido.

 Un momento... pero si el repartidor aún no había aparecido... ¡Qué cabrón! Tenía una guardada, pero así tenía la excusa para volver a verla. Joder. Y bien pensado, una jugada maestra. Así podía venir elegante. Pero, sin ser experto en mujeres, me atreví a pensar que la chica no estaba recibiendo los encantos del jefe.

 —Menos mal. Necesitaba tenerla ya —dijo ella, mientras la sacaba de la caja—. Me dijo que ya venía preinstalada una app ofimática, ¿verdad?

—Efectivamente —dijo Aarón.

 Mientras estaban charlando, le dije al jefe que salía un momento a dar una vuelta. Con algunos panfletos en la mano y el celo, coloqué tres de los anuncios alrededor de la calle. Una en cada extremo, y la tercera, en la propia tienda, en el escaparate. Por si acaso. Volví a entrar, y aprecía que Aarón estaba en apuros.

 —Voy a poner una queja —dijo, con una sonrisa que denotaba nerviosismo—. Me dijeron que la traía de fábrica...

—¿Puedo echarle un vistazo? —pregunté con calma.

 Me tendieron la tablet. Como me temía, la app sólo tenía la versión gratuita, que permitía ver documentos, pero no editarlos. Me la llevé distraídamente a mi equipo, y revisé la lista de apps "extraoficiales" que guardaba. Transferí el archivo de instalación con el USB y en menos de cinco minutos, ya estaba hecho.

 —Muchas gracias —dijo ella, alegremente. Me sonrió de tal forma que pensé que me iba a derretir.

—Si es que le he enseñado muy bien —apuntó el jefe, intentando anotarse el tanto.

—Si vuelvo a necesitar algo, ya de a dónde venir —dijo Judith— Muchas gracias. ¿Cuanto es al final la tablet?

 Pagó en efectivo, volvió a guardar la tablet en la caja, y la metió en una bolse que le tendió el jefe. Tras despedirse de ambos, salió de la tienda. Y antes de alejarse, se paró un momento para leer el anuncio que había puesto yo apenas un cuarto de hora antes.

 —¿Estaría mal que usara sus datos de cliente para hablar con ella? —me preguntó el jefe.

—Creo que sí. Pero pregúntale a un abogado. Al fin y al cabo, yo solo soy becario, ¿no? —dije en tono jocoso, aunque no pude disimular un poco de satisfacción en la frase.

 Aarón me dijo que se iba a cmaibar de ropa y volvía enseguida. Yo me dispuse a llamar al cliente del ordenador y después, a añadirle una tarjeta gráfica a otro equipo. Aún me quedaba un rato para irme, pero en cierto modo, había sido uno de los mejores días que había pasado en la tienda. En ese momento, noté una vibración en mi pierna. Mi teléfono. Alguien llamaba.

Nueva vida, nuevos problemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora