—¿Tengo que ponerme celoso? —bromeé.

—Tú mismo, pero saldrías perdiendo.

 Reímos. Llamé al camarero educadamente ("Eh, figura" con la mano levantada) , pagamos, y nos levantamos para irnos. Me puse la chaqueta, y tras verificar que no se me había caído nada de los bolsillos (llaves, cartera, móvil), fuimos a la puerta. Entonces escuché de nuevo esa voz.

 —¡Hasta luego, Rafa!

 Me volteé, y allí estaba. Judith. La chica que había visitado la tienda aquella mañana. Estaba tomando un café con otra chica que no reconocí, pero estaba buenísima también. Qué maja por su parte, acordarse del "becario". Maldecí mentalmente a mi jefe.

 —¡Hasta luego! —dije, devolviendo el saludo. O la despedida. Lo que fuera.

—¿No me la vas a presentar? —dijo Roberto, con choteo.

—Una clienta que ha venido esta mañana a la tienda. No hay mucho que presentar —respondí—. Creo que Aarón ya ha intentado meter ficha. Mientras yo metía un Windows en un equipo.

Roberto negó con la cabeza, riendo. Estrechamos la mano en señal de saludo y nos separamos. Él tenía cosas que hacer, y yo también.

 En cuanto llegué al piso, lo primero que hice fue lo que necesitaba para tener compañero de piso: llevarme todas las cosas del otro dormitorio. Eso iba a significar una reducción de espacio significativo en el mío. Básicamente, una colección de libros, y mi modesta videoteca de películas y series. También había algunos CDs, pero eran los menos: fue de lo primero de lo que prescindí con la llegada del peer-to-peer.

 Llevé todo a mi dormitorio, que estaba ahora de cualquier forma. La cama, cuyo tamaño estaba entre una individual y una de matrimonio; el escritorio, sobre el cual reposaba mi portátil; la silla, porque no he aprendido a sentarme en el aire; y el armario, donde almacenaba... la ropa, claro. Suspiré. Necesitaría estanterías... pero eso era dinero, y ahora no me lo podía permitir. Me las podría hacer yo, claro... si tuviera alguna idea sobre bricolaje. De forma que improvisé algo temporal: una tabla de madera que (por algún motivo) tenía por la casa en el suelo, y encima, en tres montones, los libros y los DVDs apilados unos encima de otros. Arreglado.

 Esa noche cené con unos episodios de Lie to me en la televisión, de mi videoteca. Pensé cuantos días me quedarían así, disfrutando de mi propia compañía. Volví a suspirar. A ver quién aparecía.

 Al día siguiente, aterricé en la tienda, pero el jefe ya estaba allí. Tuve que contener una carcajada. Aarón, que normalmente venía en vaqueros y camiseta, hoy se había presentado en camisa, y con un pantalón de no se qué material, pero elegante. Bueno, elegante si lo hubiera llevado puesto cualquier otro. A mi me pareció que estaba ridículo.

 —Buenos días —me saludó—. Hoy hay mucho trabajo que hacer, tendremos que ponernos las pilas.

—¿Nervioso? —le pregunté.

—Un poco. ¿Tú viste cómo estaba la tía?

—Me fijé vagamente —mentí, quitándole importancia. Me quité la chaqueta y me encaminé a mi mesa. Un portátil roto, y una nota. "Sacar toda la información del disco duro a uno de sobremesa nuevo, con estas características... cliente tal, número cual". Manos a la obra pues.

—¿Qué debería arreglar? Algo que de buena impresión... —empezó a divagar mi jefe en voz alta.

 Entretanto empecé a montar el ordenador nuevo. No quería lo mejor del mercado. Algo funcional que sustituyera su antiguo cacharro. Me pregunté cual sería el destrozo... Y lo comprobé cuando lo abrí por curiosidad: ostiazo. Pantalla y teclado rotos, y con toda probabilidad, algunas piezas internas también habrían caído. ¿Cómo puede tratar la gente así sus aparatos electrónicos? Si parece que ha estado en un fuego cruzado.

Nueva vida, nuevos problemasWhere stories live. Discover now