- Prólogo -

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Hay días en los que Saiki sólo necesita comer una gelatina de café mientras lee un libro, sin tener ninguna preocupación

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Hay días en los que Saiki sólo necesita comer una gelatina de café mientras lee un libro, sin tener ninguna preocupación

Este día era uno de esos.

Era un día lluvioso, se sentía un viento helado que calaba hasta los huesos. Él no tenía frío, esa era una de las pocas ventajas que Kusuo veía en sus poderes. Aunque el día tenía un mal clima, decidió ir a un lugar que había descubierto hace unas semanas: Una biblioteca a las afueras de la ciudad, alejada de cualquier ser viviente.

Apesar de su extraña ubicación, para Saiki era el cielo; Un lugar en dónde no se escuchaba nada más que a él mismo hojeando los libros. Lo mejor era que, cómo estaba alejado de la cuidad o casas habitadas, no escuchaba los molestos pensamientos de las personas a excepción de la bibliotecaria, que se concentraba más en que los libros estuvieran bien ordenados por color y alfabeto que otra cosa. La bibliotecaria era muy amable y le ofrecía postres o café de vez en cuándo. Definitivamente era el lugar favorito del pelirosa.

Por su teletransportación no hacía falta que caminara o tomara un taxi, en un parpadeo ya se encontraba en el gran portón de la biblioteca. Cruzó el umbral seguido por el tintineo de la campanita que se encontraba arriba de la gran puerta. Rápidamente el olor a café y libros junto con un poco de polvo inundaron las fosas nasales del chico. Sonrió levemente.

¡Buen día! No creí que fueras a venir con este clima, Saiki — saludó la bibliotecaria, una mujer de unos 25 años aproximadamente.

Saiki sonrió levemente y le habló telepáticamente: — «La última página que leí ayer me dejó intrigado, no quería perderme el gran final»

La bibliotecaria le devolvió la sonrisa  —¿Sabes que puedes pedirlo prestado, no?

—«Lo sé, pero es mejor leerlo aquí»

Dió la conversación por terminada y se sentó en una de las mesas detrás de unos estantes de libros, no sin antes tomar su libro preferido y el que estaba a punto de llegar a su fin.

Justo después de sentarse, la campanita de la entrada sonó una vez más.

El de antenas volteó a ver a la puerta.

«¿Un chico?» pensó el de lentes mientras veía que el chico sacudía su paraguas mojado por la lluvia. El nuevo cliente del lugar se acercó a la bibliotecaria, quien rápidamente lo reconoció.

¡Yoshi! Querido, ¿Por qué estás aquí? Está lloviendo a cántaros. — exclamó sorprendida la de lentes.

Lo sé, lo siento. Quería devolver este libro que me prestaste. Me enfermé y por eso no pude venir.

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