Quiero dejar de observarla, pero no puedo, es tan llamativa que es inevitable no hacerlo y la imagen erótica que me ofrece sólo provoca el endurecimiento de mi virilidad. Ordené que le cambiaran la ropa y ahora tiene puesto un camisón blanco que deja al descubierto sus piernas por la posición en la que se encuentra.

No sé cuánto tiempo pasa, sólo tomo asiento en el sillón que está frente a la cama y la sigo observando hasta que recupera poco a poco el conocimiento y abre los ojos.

Enfoca su vista en mí y las palabras se quedan atoradas en mi garganta, pues sus azules ojos inefables me desestabilizan, es como ver la perfecta combinación entre el cielo y el mar.

Tiene el tipo de mirada que se hizo para doblegar y el aura siniestra le aporta más letalidad.

No sé si nadie se ha dado cuenta o prefieren pasarlo desapercibido, pero Aurela podrá ser todo, menos una buena persona como la pintan, y yo me encargaré de abrirle la puerta a sus demonios, porque esa carita que desprende dulzura sólo es una máscara que cubre la verdadera bestia que voy a despertar.

Aunque, cuando lo haga, todos se van a joder, porque es tan grande e icónica que el mundo no está preparado para conocerla de verdad.

Los informes, las fotografías y todo lo demás me ayudó a crearme un perfil completo de ella, y estoy netamente convencido de que lograré mi objetivo, tiene el nivel y yo las ganas de crearla.

—¿Dónde estoy? —inquiere dándome una mirada feroz y desafiante a pesar de que hay un poco de confusión. Es igual a la que me dio hace un rato cuando le dije quién era y lo que quería.

No hay atisbo de temor, parece muy segura de sí misma, eso me gusta de una mujer.

—En Rusia, a manos de la Bratva. —Parece que el entendimiento le llega y la miro con diversión—. ¿Qué? ¿Creíste que me quedaría sin hacer nada después de que tu padre me quitó mi armamento? —comento, irónico.

Se yergue con la mandíbula tensa y me es imposible no fijarme en el movimiento de la boca de tentación.

—Y supongo que me secuestraste para que mi padre haga algo para que se te devuelva lo que te confiscaron —asume.

—Así es, así que prepárate porque llamaremos al general para que tú misma le digas lo que sucede.

—Bien —se cruza de brazos desviando la mirada dejándome confundido.

—Vaya, creí que harías una pataleta y te pondrías a reclamar o intentarías a huir.

El comportamiento que demuestra es maduro y sensato.

—¿Cuántos años crees que tengo? ¿Seis? —espeta—. No soy idiota, reclamarte no sirve de nada, yo haría lo mismo si estuviera en tú lugar. Además, intentar huir es estúpido, así logre salir de esta habitación debes de tener el lugar rodeado de tu gente, así que lejos no podría llegar.

¿Quién se cree para hablarme así? ¿Que no sabe que si quiero puedo sacar mi arma y reventarle la cabeza?

—Al menos tienes las cosas claras, así no tendré que soportar idioteces —gruño.

—No te confíes. —Se pone de pie y se acerca a mí hasta quedar frente a frente, la diferencia de tamaño es evidente, mientras yo llego a los 1.98 m, ella apenas ha de pasar 1.65 m—. Quizás si alguien se descuida, mato a algunos de tus hombres para poder huir.

Su aroma me atonta y la tomo del cuello con una mano arrastrándola hasta dejarla contra la pared, con la otra le sostengo las muñecas sobre su cabeza inmovilizándola, tengo que inclinarme para poder hablarle.

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