Barry se aclaró la garganta y les dedicó una mirada de advertencia. Dulce hubiera deseado que la tragara la tierra. Entonces, Helena se dio la vuelta y la miró con frialdad.

-Espero que estés satisfecha, Dulce.

-No estoy segura de saber a qué se refiere, señora Herrera -replicó Dulce.

-A la policía. Supongo que te darás cuenta de que, ahora que se han implicado ellos, perderemos nuestro anonimato. No vas a poder salir de tu casa ni de tu despacho sin que un periodista de tercera trate de conseguir una exclusiva...

-Yo creo que la implicación de la policía y de los medios de comunicación podrá ayudar a encontrar a Poncho -comentó May-. Lo digo en caso de que no vaya usted a mencionar ese aspecto de todo este fiasco.

-¿Fiasco, señorita Perroni? Encuentro muy interesante la elección de palabras que acaba usted de hacer. Estoy segura de que mi abogado también.

Dulce levantó las cejas. Tenía que admitir que la afirmación de May también le había parecido a ella un poco rara. ¿Se refería con lo de fiasco a que creía que Poncho se había escapado voluntariamente? ¿Cómo explicaba la nota del rescate?

Las carcajadas de Barry llenaron el interior del ascensor.

-Trixie, sugiero que tú y yo vayamos a comer algo. Conozco un café estupendo...

¿Trixie? Dulce estuvo a punto de tropezarse con sus propios pies, y eso que ni siquiera estaba caminando.

Helena acrecentó su asombro dedicando una cálida sonrisa a Barry. Sorprendentemente, pareció rejuvenecer diez años.

-Me encantaría. Bruno, tú, por supuesto -añadió, con la expresión gélida de siempre-, tendrás que esperar en el coche. Tu presencia sólo serviría para añadir más carnaza a los chismes.

May se inclinó sobre Dulce.

-Genial -susurró, con cierta ironía...

-No, el señor Herrera no vino a jugar al golf antes de ayer, tal y como había previsto -le dijo el director del club, un encorsetado señor Jones, unas cinco horas más tarde-. Si necesita más información, le sugiero que hable con el Departamento de Policía de Albuquerque. Ya les he dicho a ellos todo lo que sé.

A las tres en punto, Chris llegaba a su apartamento en un todoterreno negro. No habló mucho. Simplemente le abrió la puerta y asintió cuando ella preguntó si se dirigían al exclusivo club de golf del que Poncho era socio.

Eso había sido hacía casi tres horas y parecía que Chris no había capeado la tensión que se había sentido entre ellos.

Dulce se sentía acalorada y nerviosa, y sospechaba que si ella fuera un hombre, le habría apetecido golpear algo. O mejor aún, a alguien. Era una pena que el señor Jones se hubiera ofrecido, sin saberlo, para aquel honor.

Tragó saliva, considerando las corrientes de antipatía que sentía entre los dos hombres. Aparentemente, el director del centro se consideraba de lo más selecto, mientras que pensaba que Chris, con sus vaqueros negros y su camiseta, había salido de lo más bajo de la sociedad.

Chris se había acercado muy amenazadoramente al señor Jones. Dulce le había colocado una mano en el torso, pero enseguida se había arrepentido. Los músculos que notó a través de la tela eran firmes y cálidos, lo que le provocó un hormigueo en la piel. Rápidamente, apartó la mano.

-Gracias, señor Jones -dijo, tratando de difuminar la tensión.

-Nos gustaría registrarnos para pasar la noche aquí -comentó Chris, muy secamente.

El director pareció ponerse de puntillas por la indignación.

-No somos un hotel, señor. Somos un club muy exclusivo con una política de socios muy estricta.

Dulce miró el reloj. Eran poco más de las seis.

Chris tenía razón. Para cuando llegaran a la ciudad, la posibilidad de seguir más pistas sería nula, es decir, si tuvieran más pistas que seguir. Sospechaba que Chris sí tenía alguna, aunque no parecía dispuesto a compartir la información con ella.

Además, aparte de conseguir un merecido descanso, quedarse en el club les daría la oportunidad de ver si alguien sabía algo sobre Poncho y su paradero.

Dulce le dedicó su mejor sonrisa al señor Jones, lo que probablemente no era mucho, dadas las circunstancias, y dijo:

-Creo que no me he presentado, señor Jones. Me llamo Dulce Espinoza, la prometida del señor Herrera.

El señor Jones levantó las cejas, aunque aquella información no pareció suponer una gran diferencia para él. No cuando iba unida al hecho de que iba buscando a su prometido, que había desaparecido.

Chris se sacó la cartera del bolsillo de atrás de los pantalones y tomó una tarjeta, que prácticamente tiró al director.

-Compruebe sus registros, imbécil. Soy socio.

Dulce lo miró asombrada. ¿Qué Chris era socio de aquel club? El señor no pareció saber qué hacer con la tarjeta. Musitó algo que parecía indicar que volvería enseguida y salió rápidamente de la sala.

-Podrías habernos ahorrado muchos problemas diciéndole al señor Jones desde el principio que eras socio -dijo ella.

-¿Cómo? ¿Y perdernos toda la diversión? Esa es la única razón por la que me hice socio. Para ver a hombres como él desinflarse para compensar su mal comportamiento.

Dulce se metió un mechón de cabello detrás de la oreja. Efectivamente, ella tampoco habría pensado nunca que Chris era miembro de aquel club, no por sus ropas o por su corte de pelo, sino por su carácter. No le parecía el tipo de hombre que se pusiera a jugar al golf con un grupo de socios de negocios. Los callos que tenía en las manos indicaban que solía empuñar cosas más pesadas que palos de golf. No era que estuviera siendo una esnob, aunque decírselo no la hizo sentirse mejor.

-Admítelo, Dulce. Te sorprendiste tanto como el señor Jones al descubrir que yo era socio del club.

-Eso no es cierto... -dijo ella. Entonces, vio que Chris sonreía-. Bueno, tal vez un poco...

La aparición del señor Jones terminó con aquella conversación. Se acercó rápidamente a Chris para disculparse. Él se cruzó de brazos, observando cómo el director le ofrecía una disculpa tras otra. Incluso les ofreció una noche completamente gratis.

-Por supuesto, estamos hablando para la señorita y para mí -afirmó Chris.

-Por supuesto, señor Uckermann. Me encargaré personalmente de que se los aloje en una de las mejores suites.

-Con puertas que conecten las habitaciones - añadió él.     

Dulce se quedó asombrada ante tanta audacia. ¿No se daba cuenta de que aquello correría como la pólvora por toda la ciudad antes de que hubieran metido la llave en la puerta? Apartó rápidamente la mirada, juzgando por la expresión del rostro de Chris, que sí lo sabía. Además, parecía que le gustaba saber que ella también.

A los pocos minutos, los acompañaron a sus suites y les prometieron una muda completa de ropa de día y de cama de la exclusiva boutique del club. El señor Jones los acompañó personalmente

Al final de un largo pasillo, abrió una puerta y le hizo un gesto a Dulce para que entrara. Cuando lo hubo hecho, la puerta se cerró tras ella.

Amante desconocido  ***HOT***Where stories live. Discover now