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xi. MALDITOS CON LA MUERTE
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EL QUINJET ESTÁ TAN SILENCIOSO COMO una tumba. El sonido del motor y el viento se entremezclan para llenar el vacío que inunda cada espacio de la nave. Al igual que el interior de cada una de las personas que estamos en ella. Me repito mentalmente que debo recomponerme. Pararme y ayudar al resto a sentirse mejor, poner una mano en sus hombros, algo. Pero mis propios recuerdos de lo que Wanda Maximoff me hizo ver me impiden hacer cualquier cosa que no sea quedarme quieta, deseando desaparecer.
¿Por qué me mataste?
Tapo mis ojos para no ver nada que no sea oscuridad. Quiero meterme en mi cama y desaparecer para siempre. La tela de mis guantes me sofoca y me los arrancaría si estuviera sola. Pero no puedo permitir que me toquen. Todavía no conocen el secreto que escondo en mi piel y lo peor es que voy a tener que decírselos tarde o temprano. Y cuando descubran que soy un monstruo, una asesina, voy a irme como las nornas me advirtieron para que nadie más salga herido por mi culpa.
¿Por qué me mataste?
¿Por qué fui tan soberbia? ¿Por qué creí que la amenaza de Génesis serían meras palabras vacías? ¿Por qué me creí más poderosa que ella solo por los siglos que pasé custodiándola? Debí haber sido más inteligente, no debí haberla subestimado. Pero ya nada importa. El tiempo ha pasado, la Muerte me ha pasado por al lado y ahora me acompaña en cada paso que doy. En cada mañana que me pongo los guantes y cada noche que me los quito antes de dormir. Regresar a la batalla fue un error. Sin importar cuántas peleas libre, cuántas gane, cuántos humanos defienda; nada borrará mi pasado.
