—Tranquila, tranquila —la calmó tomándola por los hombros y sonriéndole—. Lo siento. Tienes razón —añadió acariciándole los brazos—. Por un segundo, creí que ibas a pedirme que te hiciera el amor en el baño —bromeó con expresión de galán animado, pero lejos de alivianar el ambiente, consiguió que a Abril se le cortara la respiración.

—Sal de aquí, creerán que estamos discutiendo —soltó tras un suspiro exasperado, empujándolo fuera del baño y cerrando la puerta de nuevo.

Bajó la tapa del retrete y se sentó a cerrar los ojos y tomar aire, procurando frenar a su fecunda imaginación, a la cual le bastaba una sola semilla para reforestar hectáreas que hacía tiempo había dado por desérticas.

Salió y encontró a Marco y a Majo terminando de levantar la mesa. Como el guion estipulaba, ella insistió el lavar diciendo que era lo mínimo que podía hacer como invitada y su falsa suegra aceptó encantada la propuesta. Se paró frente a la pileta de la cocina, la vació de trastos y abrió la canilla, regulando la temperatura. Llenó la esponja de jabón y la apretó varias veces hasta que se produjera espuma antes de tomar el primer plato de la pila. Contuvo la respiración cuando las manos que ya sabía la sorprenderían le rodearon la cintura. No era un abrazo adorable ni fraternal; Marco había deslizado los dedos por debajo de la blusa suelta que llevaba y le había recorrido la cintura con parsimonia. Abril sintió aquel cuerpo que se había cansado de contemplar todos los días presionado contra su espalda. Soltó la esponja y sus manos repletas de burbujas blancas la sostuvieron a los costados de la pileta, mientras el agua caliente seguía corriendo, perlándole la piel del pecho y el rostro.

Él le corrió el fino tirante con delicadeza antes de besarle suavemente el hombro y repartir un par de besos más por su cuello y volver la mano a su cintura. Abril apretó las piernas, como si aquello fuera a evitar la excitación que sentía. Se le había llenado la boca de saliva y tragó con dificultad.

—Déjala lavar en paz, tigre —escuchó que Gera gritaba jocoso a sus espaldas.

—¿Quieres que lave yo? —preguntó Marco en un susurro, ignorando a su hermano y hundiendo la nariz en su cuello.

Aquello no era lo que ella había tenido en mente, lo que Abril había diseñado no tenía más que ternura, un abrazo de oso, un besito en el hombro, una oferta de buen novio. Lo que estaba sucediendo era una tortura y comenzaba a creer que su compañero de escena sabía lo que le estaba produciendo y lo estaba disfrutando, riéndose de ella.

Se alejó un poco de él, para girarse y mirarlo a la cara. Le dedicó una sonrisa dulce y sin un ápice de seducción con la esperanza de que él comprendiera el tipo de actitud que había pretendido en su propuesta. Pero Marco recorrió su rostro con los ojos, respiraba lenta y profundamente, estaba serio. Abril se mordió el labio, nerviosa. Aún no la había soltado y había clavado la mirada en la boca que se hacía agua frente a él. Comenzó a acercarse a ella y el deseo de ser recorrida entera por aquellas manos, de sentir todo el peso de su cuerpo sobre el suyo, la invadió. Sintió el aliento cálido sobre su rostro y comenzó a cerrar los ojos y a separar los labios en anticipo del beso que había alimentado sus fantasías los últimos dos días. Sintió un ínfimo roce, antes de que Majo tirara del brazo de Marco, divertida.

—¡Marco! —gritó entre risas, escandalizada—. No seas atrevido, suéltala, que estás aquí con tu familia, luego se van y se besan todo el día.

Abril vio el deseo en la mirada que él le dedicó, mientras era arrastrado por su hermana menor hacia el patio. Fijó su vista en el caudal de agua que caía sin cesar, tomándose un segundo para salir de aquella sensación que le debilitaba los músculos. Mojándose la piel en el proceso, se reacomodó el tirante de la blusa y tomó un respiro profundo antes de retomar la tarea de lavar platos.

***

Mientras su hermano le decía, cigarrillo en mano, que le caía bien Abril, que se notaba que lo quería, que creía que eran una hermosa pareja, Marco se recriminaba lo que acababa de suceder en la cocina, a la vista de todos.

No había podido contenerse, ese lunar lo atraía como un imán desde haberlo visto aquella vez en el elevador, aunque eso no excusaba que le hubiera metido las manos bajo la ropa. ¡Es que había sido tan fácil!, se dijo. Aquel pedazo de tela que llevaba por blusa no había representado un mínimo obstáculo y se había contenido para recorrer mucho más. Había comenzado a sentir la respuesta de su cuerpo ante el contacto, ante tenerla bajo su yugo por la excusa de que estaba cubierta hasta el codo de jabón. No dudaba de que a ella le pasara algo cada vez que la tocaba, pero no quería confesarle lo que sentía ni lo que quería hacerle por miedo a que se fuera. No había vuelto corriendo a que la besara de nuevo luego del viernes por la mañana, el sábado anterior había sido bastante evasiva. Sabía que debía abordarla con delicadeza si no quería espantarla, pero otro numerito de aquellos e iba a perder la compostura.

El viaje de regreso fue silencioso, más allá de algún que otro comentario respecto a su familia. Por supuesto, Abril había adorado a Majo, pues era imposible no hacerlo. Por lo demás, había sido un evento exitoso, ninguno había sospechado siquiera que ellos no estaban juntos.

Ni bien llegaron, Abril corrió a su habitación y él fue a preparar un café para él y un té para ella. Cuando salió, Marco tenía una taza en cada mano y se dirigía al balcón, como se había hecho costumbre, pero se detuvo al verla con el bolso colgado al hombro.

—¿Sales?

—Sí, me llamó Vale, mi mejor amiga. No la veo desde que me mudé aquí y me acaba de llamar para invitarme a pasar la tarde —comunicó con un halo de disculpa en su voz.

Él asintió, pensando en que tener un rato el departamento en soledad no le vendría mal.

—¿Cenas allá o cenamos juntos? —preguntó él, mirándola a los ojos.

—No lo sé —contestó mientras retorcía la correa de su bolso—, supongo que ceno aquí, pero no lo sé, con Vale nunca se sabe. Prometo avisar —rio nerviosa.

Se acercó a él, quien aún sostenía las dos tazas humeantes, le posó la palma en la mejilla y depositó un beso en la otra. Se alejó apenas y dejó que la mano cayera sobre su pecho. Los ojos castaños lo recorrieron de frente a mentón un par de veces hasta anclarse en los suyos.

—Nos vemos más tarde —sonrió Abril, quitándole la mano de encima presurosa y acomodando compulsivamente su cabello detrás de las orejas, antes de salir como perseguida por el diablo.

Marco se quedó quieto unos segundos, hasta escuchar el eco lejano del ascensor. Apoyó las tazas sobre la mesada y se arrancó la remera, mientras pateaba las zapatillas con la certeza de que aquella convivencia acababa de entrar en terreno peligroso. Se metió al baño para darse la ducha más larga del mundo.

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