2. "No puedes tomar mi sangre."

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Mi reflejo fue apretar el puño e intentar girarme lista para golpear.

Ni siquiera alcancé a voltearme por completo, a la mitad, una mano helada me tomó de la parte de atrás del cuello y me empujó hacia adelante hasta que mi cara se estampó contra las rejas de una de las celdas. Mi mejilla palpitó ante el golpe y supe en ese instante que eso dejaría un morado. El frío metal ardió contra mi piel y jadeé adolorida.

Podía sentir la frialdad emanando del cuerpo detrás de mí, traté de verlo, sin embargo, en mi posición, solo vi destellos de su silueta a contraluz. Quisiera decir que no estaba entrando en pánico, pero lo estaba, necesitaba cerrar el puño de la mano que tenía el brazalete, eso me dejaría darle una orden. Él pareció leer mis intenciones porque con su mano libro tomó la mía y la pegó a la reja obligándome a mantenerle abierta.

Ah, estoy en problemas.

Él se acercó a mí hasta que su respiración me rozó el cabello y le escuché gruñir ligeramente. Tragué con dificultad.

—Si me haces daño, te matarán. —Fue todo lo que se me ocurrió decir. Otro gruñido—. Suelta... —me aclaré la garganta, intentando sonar firme—. Suéltame.

Él comenzó a olfatear mi cabello, enterrando la nariz entre las hebras sin pudor alguno. Él no debía tocarme, ni estar tan cerca de mí. Y me volví muy consciente de todo: Su respiración, su cuerpo, su mano en mi cuello, la forma en la que mis pechos se presionaban contra las rejas.

<<¿Qué estás pensando, Arlene?>> me regañé.

Él bajó su cara a mi hombro desnudo, mi vestido de dormir se había deslizado ligeramente por mi brazo por el forcejeo. Me estremecí cuando sentí la punta de su nariz rozarme la piel expuesta y luego sus labios. Necesitaba decir algo, detenerlo, pero...

¿A caso estaba disfrutando esto?

Me había vuelto loca.

Luché un poco, intentando liberarme y eso hizo que sus colmillos tocaran mi piel por un breve segundo. Él gruñó y yo me congelé.

Oh no... él no estaba pensando en morderme, ¿o sí? Y ¿por qué la idea me emocionaba? Él lamió mi hombro con torpeza y sabía que estaba preparando la piel para sus colmillos.

—No... no puedes morderme —dije porque eso estaba prohibido, los esclavos jamás se alimentaban de sus dueños, siempre había sirvientes para eso—. No.

—¿Por qué no? —Su voz atravesó mi cuerpo con una fuerza que me dejó sin aire: Era ruda, gutural y muy ronca.

Me quedé en blanco unos segundos y él aprovechó para rodar su mano y pasar de sostener la parte de atrás de mi cuello a sostenerme por el frente, dejando un lado de mi cuello expuesto a él. Me relajé en su agarre porque necesitaba que él me sintiera rendida.

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