¿Acaso se había arrepentido?

—Pasaré por tu casa alrededor de las seis para hacer el proyecto de Historia. La Revolución francesa, qué apasionante —dijo con cierta ironía mientras se desabrochaba el cinturón.

—Pero si es un tema muy interesante... —repliqué, y apagué el motor.

—Es fácil, pero me da pereza memorizar todos esos nombres y fechas.

Puse los ojos en blanco y Harry sonrió, pero no dijo nada. Lo miré a la cara y, entonces, me di cuenta de que él también estaba pensando en lo ocurrido la noche anterior.

—Bueno. Nos vemos luego, adiós. —Abrió la puerta y salió del coche sin más.

Ni un beso de despedida, ni siquiera en la mejilla. Ni un «lo que te dije ayer por la noche es cierto, te quiero».

—¡Harry! —grité su nombre y me incorporé para abrir la puerta y salir.

Harry se dio media vuelta.

—¿Sí?

Me quedé en silencio durante unos segundos, sin saber qué diablos decir. ¿Por qué lo había llamado? Ni yo misma lo sabía. «Yo también te quiero», podría haber dicho, quizá. Pero no era el momento correcto. Lo veía distante.

—¿Me podrías prestar La niebla de Greenwood, por favor? Me gustaría leerlo y ver si encuentro algo. Quiero descubrir si dice algo más sobre las inscripciones.

Mentí. Aunque tampoco era del todo mentira. Pensándolo mejor, era cierto. Había pensado en pedírselo para ver si encontraba algo interesante.

—Te lo traeré en un rato.

Dicho eso, ambos nos dimos la vuelta y entramos cada uno en nuestra casa.

Quizá estaba siendo muy dura con él. A lo mejor solo eran imaginaciones mías. O puede que su actitud hubiese herido mi orgullo, pero sabía que algo había cambiado en Harry. La niebla del bosque de Greenwood nos había atrapado. Nos había distanciado. Éramos como la elfa Eco y el príncipe.

La historia se repetía.



Era veintiuno de diciembre. Las vacaciones de invierno habían comenzado aquella misma tarde y llevaba nevando desde esa mañana. Las copas de los árboles, que una vez me parecieron tétricas y lúgubres, se vistieron de blanco y adornaron la montaña. Sin duda, parecía una imagen sacada de una postal navideña.

Harry ya se encontraba mejor. Continuaba acatarrado, pero el número de estornudos por minuto había disminuido. Max, el capitán del equipo, decidió que lo convocaría para el partido. El delantero del equipo de Greenwood continuaba de baja por su lesión, por lo que Harry era el único jugador que les quedaba. Aunque sabía que solo era un suplente, estaba feliz de formar parte del equipo.

—¿Estás listo, Harry? —preguntó Jane, que lo grababa con una cámara.

—Mamá, no tengo siete años —dijo algo avergonzado sin mirar al objetivo mientras se ataba los cordones de las botas.

—Es tu primer partido en el equipo. Tengo que grabarte. Es la tradición —contestó Jane entre risas.

La madre de Harry continuó grabando mientras acababa de prepararse.

El rugido de la grada animaba el ambiente. Parecía que aquella iba a ser una noche inolvidable para el equipo de fútbol del instituto. Mi madre y Jane iban a sentarse en una de las es- quinas de las gradas para protegerse de los posibles berrinches de los forofos del equipo.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora