DESDE LA LEJANÍA se distinguía el enorme castillo que dejó a todos sin habla. Invernalia era el Castillo más grande de los Siete Reinos, además de que el Norte era el Reino más grande con diferencia. Todo el paisaje era verde y frondoso, casi se asemejaba al paisaje frutal del Valle. Recordaba la vez que acudí a Invernalia, con todo el paisaje nevado y las noches de cielo oscuro y estrellas brillantes. Al distinguinos, unos soldados salieron a recibirnos a lomos de unos caballos enormes, uno de ellos con una bandera enorme con el sigilo de la casa Stark.

— Sean bienvenidos a Invernalia – Dijo el soldado con su gruesa e indiferente voz —, les escoltaremos hasta el Castillo.

          Robert dijo que aquello no era necesario, que conocíamos los entresijos de ese castillo, pero estaba segura de que hablaba de sí mismo. Yo sólo había estado en Invernalia una vez en toda mi vida. El Rey, por supuesto, había acudido más veces; ya que él no era considerada persona non-grata por la Señora del lugar.

    Miré a mi alrededor y pude ver cómo mis hijos observaban fascinados toda aquella enorme construcción. Era al menos tres veces el Nido, mucho más colosal e impresionante. Si no recordaba mal, por estas fechas hubiera sido el Día del Nombre de Lady Lyanna, aquel pensamiento hizo que mi estómago se removiera.

En ese momento me dí cuenta de que no había sido consciente de lo nerviosa que estaba hasta ese mismo momento; comencé a temblar ligeramente y notaba cómo mi corazón latía muy fuerte contra mi pecho, unos sudores fríos comenzaban a aparecer en mis manos. No sabía cómo reaccionaría Ned ante mi presencia. Y estaba segura de que no iba a ser una cálida bienvenida. Presentarme sin más en su hogar, con su esposa y sus hijos allí... Una clara ofensa.

Nos adentramos en las Calles de Invernalia, siguiendo a los Soldados Stark, mientras rezaba para mí misma.

— ¿Se encuentra bien, madre? – Preguntó nuevamente William, observándome preocupado.

          No recordaba con exactitud cuántas veces había repetido la misma pregunta en el trayecto, pero habían sido demasiadas. Yo tan sólo saludaba a los plebeyos que se acercaban a mirar y les sonreía amablemente. Nos miraban con curiosidad, muchísima curiosidad en sus ojos. No acostumbrarían a recibir marchas tan enormes como la que trajimos.

— No tienes que preocuparte por mí, William – Le aseguré sonriéndole con ternura, a lo que él simplemente asintio y volvió su mirada al frente.

Aunque William quisiera tener un corazón de hielo para el resto del mundo, a mí jamás me engañaría con esa falsa coraza. Sabía que estaba tan nervioso y preocupado como yo. Y, aquello, de cierta manera, me tranquilizó. A diferencia de nosotros, Arthur y Edrick parecían estar muy tranquillos. Aquellos muchachos míos sí que eran de piedra.
       Notaba cómo mi corazón latía desenfrenado y cómo moría de nervios por dentro. Por supuesto, al igual que mis hijos, no dejaba que ningún sentimiento saliera a flote. No permitiría que nadie en aquel lugar me viera flaquear en ninguna decisión, así como en ningún acto. De reojo, ví cómo el Perro disminuía un poco su marcha, aunque rápidamente aparté mi mirada de él. A pesar de que hubieran pasado casi 20 días del nombre, recordaba las calles de Invernalia como si hubiera estado allí el día anterior. Aquello tan sólo hizo que me faltara el aire en el pecho, al reconocer que estábamos llegando a la entrada de la Casa de los Stark. Pronto, vovería a reencontrarme con mi alma gemela. Pero estaba profundamente convencida de que aquella imagen que tendría frente a mí me destrozaría. Ned jamás hablaba de su esposa cuando nos encontrábamos y, vagamente, hablaba de sus hijos. Su vida actual en Invernalia era casi un completo desconocido para mí.

         Robert cruzó el primero el arco y todos le seguimos, antes de detenernos en seco. Allí, frente a nosotros, había mucha gente por todos lados; plebeyos, sirvientes, caballeros, trabajadores. Y, al frente de todos ellos, se encontraba la Familia Stark. Ned no había cambiado mucho desde hace cinco lunas, que fue la última vez que le vi. Estaba igual de alto y bastante más gordo que cuando era joven. En su rostro se percibía el tiempo que había pasado en él, aunque seguía siendo igual de bello y misteriosamente silencioso que siempre. Estaba perfectamente peinado con un aire desenfadado, y vestido con gruesas capas de piel. Hacía un frío verdaderamente abrumador. Entonces, mis ojos repararon en ella, en Catelyn Tully, la mujer que más envidiaba y más odiaba en todos los Siete Reinos. Se mostraba orgullosa junto a su esposo, vestida con un enorme y horrible vestido azul oscuro que asemejaba verde. Aquellos colores no la favorecían en absoluto. Su largo cabello pelirrojo estaba vagamente peinado y parecía cansada. Sus ojos eran mucho más grandes de lo que fueron, o quizás fuera la delgadez en la que se encontraba. Sus pómulos sobresalían, mientras que sus mejillas se adentraban en su boca, y la piel parecía no dar más de sí para cubrir el huesudo cuerpo. Y, con dolor, pasé mis ojos en un rápido recorrido a los niños que habían junto a ellos. Rápidamente, conté cinco. Todos ordenados desde el más mayor, Robb, hasta el más pequeño, Rickon. Un dolor se posó en mi pecho, y amenazaba con no marcharse jamás.

    Los primeros en entrar en un desfile de poder fueron el Príncipe Joffrey, escoltado por el perro y su tío, Ser Jaime. Tras ellos, fuimos los Arryn.

La mirada de Ned se clavó rápidamente en mis ojos, mirándome como si no creyera que estuviese realmente allí. Y, apurado, observó a sus hijos. Noté cómo una angustia se posó en él y lanzó una rápida mirada a su esposa. Catelyn, al notar aquello, siguió la mirada de Ned hasta llegar a mí. Y, entonces, se quedó congelada, con su mirada siguiéndome.

El Valle de los Bastardos || AU || Ned StarkWhere stories live. Discover now