Capítulo 11. Cayendo en la tentación

Comenzar desde el principio
                                    

No tuvo que insistir mucho antes de sentirlo acomodarse. Con ambos brazos rodeó su cuello y Jofiel sostuvo con firmeza sus piernas, cuando lo tuvo bien cargado, apresuró sus pasos para alcanzar al grupo que los habían dejado atrás, aprovechó el tiempo para hablar con él y contarle algunas ideas que tenía para tratar de cumplir su misión.

—Ay, yo también quiero que me lleves —Los interrumpió el serafín pelirrojo, deteniéndolos y mirando con atención para ver de dónde podía colgarse.

—No, Samael, ya no tengo manos —recriminó Jofiel mientras intentaba quitárselo de enfrente para volver a caminar y tratar de evitar que no se le echara encima.

—No importa, yo me agarro fuerte —Ni siquiera esperó a que le dieran permiso, corrió para alcanzarlo y se acomodó enfrente, lo sujetó por su cuello y sus piernas lo rodearon también para sujetarse.

—¡No!, ¡BÁJATE! —Sólo pudo gritarle, no podía moverse mucho, no le importaba tirar a Samael, pero si se movía sin cuidado podía soltar sin querer a Ariel.

El escándalo hizo que los demás voltearan a verlos, el Maestro empezó a reír al ver sus muchachos jugar y otro osado corrió hacia ellos para unírseles.

—¡Yo también quiero!

—¡NO! —Aunque Ariel y Samael eran más bajos que Jofiel, los dos juntos ya sumaban un peso considerable, así que cuando vio que se acercaba Lucifer, comenzó a gritarle antes que llegara. —¡NI TE ACERQUES!

—Ándale, aún quepo —Lucifer se paró frente a él para impedirle seguir caminando, analizando mentalmente la posición que deberían tomar para que Jofiel pudiera llevarlos a los tres; los otros dos iban riéndose divertidos, el ánimo era bueno, así que se colocó detrás y tomando a Ariel de la cintura, lo jaló para quitárselo. —Ariel es muy chiquito, si él baja yo podría llevarlo en mi espalda y tú me llevas a mí —insistió el serafín de cabello blanco.

—¡No!, estoy llevando a Ariel porque está descalzo.

—No importa, yo puedo bajarme —propuso Ariel despreocupado, al mismo tiempo que dejaba de sujetarse de alrededor de su cuello, la situación le parecía muy divertida, por lo que no dudó en optar por la idea de Lucifer.

—No voy a poder con los tres —reprochó Jofiel, tratando a toda costa de librarse de aquel plan e incluso sujetó más fuerte las piernas de Ariel para que no se bajara, aunque fue en vano, porque Lucifer ya lo había jalado y se lo había cargado en la espalda.

Aunque continuaba quejándose, no tardó mucho en resignarse y dejar que todos se acomodaran bien sobre él, así que no le quedó de otra más que llevar sobre sí a esos dos holgazanes que arruinaron el lindo momento con Ariel. Los demás ya los habían dejado atrás, pero la plática y risas entre los cuatro hicieron de este desastre un hermoso recuerdo para todos.

El Maestro los guio hasta un cuarto apartado en la parte trasera del palacio, los hizo entrar y mientras los revoltosos llegaban, ordenó a Gabriel preparar lo que necesitaban para realizar el trabajo para el cual los había reunido. El arcángel obedeció y comenzó a preparar los instrumentos, dejando sobre la mesa una daga y una vasija vacía en forma de copa. Los que llegaron primero rodearon la mesa y mientras esperaban cuestionaban a su Maestro para que les dijera qué harían, aunque este no les respondió por el momento.

Los pasos de Jofiel eran cada vez más lentos, sus piernas y brazos temblaban, pero su orgullo le dio las fuerzas para llegar hasta aquella habitación, aun así, el cuerpo de Jofiel quedó todo entumido. Los tres que iban encima se regocijaron cuando finalmente llegaron, se bajaron y los dos serafines se fueron sin siquiera agradecer, Ariel entre risas cuestionó al otro arcángel cuando lo vio esforzándose por terminar de llegar. —¿Estás bien? —No esperó respuesta, sólo le ayudó a enderezarse y una vez que puso el brazo de Jofiel sobre sus hombros, lo acompañó hasta la entrada.

La luz que se extingue al albaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora