Prólogo

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Mil años atrás...

Barría las hojas y flores con suma delicadeza. En aquel templo, barrer era la tarea más sencilla e insignificante que a uno le podían encomendar. No obstante, ella movía la escoba con diligencia y sin alzar la cabeza, manteniendo una expresión neutra. Se aburría mucho. El mundo en sí le parecía tedioso.

La suave brisa de primavera acariciaba sus largos cabellos azabaches recogidos en una trenza. Iba ataviada con una vieja chihaya, el traje blanco tradicional de las sacerdotisas. El desgastado rojo carmesí de su hakama, el pantalón que conformaba su vestimenta, contrastaba con el brillante rosa de sus iris.

Enfrascada en despejar el camino de hojarasca como estaba, no se percató de que tres jóvenes muchachas andaban por ahí. O no quiso percatarse. Mientras realizaba su tarea, golpeó (¿por error?) a una de las chicas en los tobillos con la escoba. Esta trastabilló y a punto estuvo de caerse contra la dura piedra del suelo.

-¡Criada estúpida! ¿¡Cómo te atreves a...!? -A pesar de que la chica había levantado la mano con el fin de abofetearla, en cuanto se fijó en su rostro, la vergüenza y el miedo se adueñaron de ella. Rápidamente, junto con sus dos compañeras, se arrodilló hasta que su frente tocó la piedra -Perdonadme, os lo suplico, prima. Ha sido una terrible equivocación.

-Por favor -suplicaron las otras jóvenes temblorosas.

Ella continuó barriendo, como si no hubiera escuchado nada. Si acaso, el zumbido de algún insecto, de un ser que no merecía su tiempo.

¿Cuántos minutos habían transcurrido? Las lágrimas empezaban a empañar los ojos de las muchachas arrodilladas, quienes esperaban su castigo por su garrafal error. Toda la familia sabía que no debía contrariarse a aquella mujer que actuaba como una insulsa sirvienta. Era la hija del líder del clan, su futura sucesora y un talento nato. Muchos habían perecido por molestarla lo más mínimo. ¿Qué les sucedería a ellas?

Únicamente cuando su prima les dio la espalda, señal que interpretaron como que hoy lo dejaría pasar pero que no volviera a repetirse, las chicas se levantaron y retrocedieron a la vez que hacían continuas reverencias hasta que se alejaron lo suficiente. Luego corrieron sin mirar atrás hacia el patio donde el entrenamiento había comenzado hacía rato.

Al quedarse sola de nuevo, la pelinegra esbozó una enigmática sonrisa. ¿Sus labios reflejaban satisfacción o condescendencia hacia sus odiosas parientes? Tal vez una mezcla de ambas más un sinfín de otras emociones que solía guardarse de enseñar en público.

Ella era el terror y la envidia a partes iguales del templo. Le gustaba y se trataba de la pura verdad. Sus primas y demás familiares entrenaban de noche a sol el manejo de la espada y de los rituales para poder situarse a su altura y, lo que las más ambiciosas soñaban, superarla y quitarle el puesto.

Sus familiares soñaban despiertos. ¿Cómo iban a igualarla si las técnicas que practicaban ella las dominaba ya desde hacía años? No en vano la consideraban la hechicera más poderosa de su época. Por ese motivo, por no tener nada más que aprender, se dedicaba por propia iniciativa a labores domésticas como limpiar. Porque no había nada nuevo a lo que dedicarse. Nada la atraía.

Cuando se cansó del aburrimiento de barrer, dejó caer la escoba sobre el montón de hojarasca que había acumulado. Algunas hojas se desperdigaron. Le daba igual. Ya lo recogería algún criado. Antes de regresar al interior del templo, arrancó una magnolia de un parterre y se la enganchó en uno de sus mechones.

Una vez en su habitación, se ciñó su katana, el legado familiar, a la muñeca por medio de un cordel que bloqueaba tanto su energía como la de la espada, que no era sino una maldición.

Con parsimonia pero sin detenerse ni un segundo, se encaminó hacia el bosque al que daba su hogar. Afortunadamente, ningún petulante pariente la entretuvo con halagos o respetos mientras salía del templo. Fuera de este, pocos se atreverían a seguirla, pues eran muchos los peligros que acechaban en el mundo exterior.

A ella la habían enseñado a combatirlos desde bien pequeña. Había nacido para ello, como le repetía su padre hasta la saciedad. Para purificar a los espíritus malditos. Para proteger las aldeas y cuidar a su clan. Y, con el fin de llevar a buen puerto aquella empresa, portaba aquella katana, el único ser que de verdad la comprendía. Su mejor amigo podríamos llamarlo.

Ser la hechicera número uno era su destino, era lo que las gentes de las provincias esperaban de ella. Su familia la instaba a ello.

No obstante, ella, harta de la monotonía, iba a rebelarse contra lo que los cielos le tuvieran preparado.

Ella, Kamiya Sadako, forjaría su propio destino.

Ella, Kamiya Sadako, forjaría su propio destino

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¡Hola!

Espero que os haya encantado conocer un poquillo a nuestra querida/odiosa Sadako (os aviso de que en esta segunda parte tendrá muchos capítulos dedicados a su historia).

Si os ha gustado, no olvidéis de votar. Os lo agradecería mucho y ya sabéis que os leo en los comentarios ^-^

¡Hasta la próxima!

PARALIZADA Kiss of Death -JJK2Where stories live. Discover now