No sentía sus pies y notaba que se desmayaría en cualquier momento. Había perdido la cuenta del tiempo que había estado caminando, pero sabía que era demasiado. No había encontrado la salida del bosque, y ahora estaba totalmente perdido en un mundo que no conocía. Se detuvo un segundo para poder descansar antes de volver a su caminata, cuando escuchó aullidos de lobos.

—Espero que no sean hombres lobo... —se estremeció y un poco más alerta se puso de pie y siguió caminando.

Seguía escuchando los aullidos y aceleró el paso a pesar de estar cansado. Solo quería salir de allí, ¿era mucho pedir? Tendría que haber usado magia para no perderse; ahora estaba solo en ese lugar, no podía regresar a su casa y seguramente sus padres le castigarían y no le dejarían volver a la superficie.

Tardó al menos media hora más en llegar a un claro, y vio que era completamente de noche. La única luz que tenía era la de la luna, que iluminaba una casa de pequeño tamaño a un lado del claro. No debía vivir más de una persona en aquel lugar, y no había más que un huerto con tomates a un lado de la entrada.

Kaminari permaneció unos segundos quieto hasta que vio una luz encenderse dentro de la casa, y se escondió tras un árbol justo a tiempo para ver a alguien salir por la puerta. Examinó bien al joven con la mirada; un chico alto y delgado, de cabello y ojos negros miraba a su alrededor con los ojos entrecerrados. Se fijó que pronto adquirían un matiz rojo, como la sangre. Eso no lo hacían los humanos.

—Un vampiro... —Susurró curioso, sin moverse de donde estaba. Sin embargo cuando parpadeó, el desconocido había desaparecido.

—¿Te parece bonito espiar a alguien de noche? —Una voz tras él le hizo dar un salto asustado, y se dio la vuelta viendo al chico. Ahora que le tenía cerca podía comprobar que sí era un vampiro por los colmillos que poseía.

—Lo siento es la primera vez que veo a alguien de tu especie... ¿No vives en un castillo? —La pregunta vino sola a su mente, preguntando sin tapujos.

—¿Un castillo? No, no todos vivimos en un castillo. No vamos en grupo como los hombres lobo... O como los diablillos. Tampoco vi a nadie como tú antes, y a estas horas por el bosque. ¿No se supone que habitáis en el inframundo?

Kaminari bajó la guardia, moviendo un poco su cola. El pelinegro no parecía peligroso, y si intentaba hacerle algo podía usar su magia contra él. Sin embargo esperaba no tener que hacerlo, siempre había sentido especial interés por las criaturas que habitaban en la superficie y por fin hablaba pacíficamente con una.

—Es cierto, pero quería saber cómo era vuestro mundo... Aunque ahora estoy perdido, no sé dónde está la salida.

Rio nervioso y revolvió su cabello, esperando una respuesta por parte del vampiro que no tardó en llegar. El pelinegro suspiró y miró un momento la luna, antes de devolver su mirada hacia el rubio. Parecía debatirse entre ayudarle o no, pero al final señaló una dirección.

—Te acompañaré hasta las lindes, pero luego tendrás que buscarte la vida. No voy a salir del bosque —escuchó lo que decía y de inmediato sonrió entusiasmado.

—¡Genial! Muchas gracias chico desconocido.

El vampiro esbozó una pequeña sonrisa igualmente, acomodando la capa que tenía sobre sus hombros, y comenzó a caminar sintiendo al rubio detrás de él. No estaban muy lejos de la salida del bosque así que podría volver a su cabaña pronto. No sabía muy bien dónde estaba la entrada al inframundo pero suponía que el joven podría apañarse solo una vez le sacase del lugar.

Kaminari quería hablar con el chico, al menos preguntarle su nombre, pero no parecía ser muy hablador. Le habían dicho que todos los vampiros eran así, serios y poco habladores. Además tampoco quería molestarle, necesitaba volver a su casa y él era el único que podía ayudarle. Por suerte no tardaron demasiado en llegar a un sitio conocido para el rubio; el lugar donde había visto a los niños aquella mañana.

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