—¡Déjeme, no sé de qué me habla! —ella seguía luchando, pero cada vez era más difícil. Su pequeño cuerpo estaba pegado al de su captor, a un cuerpo fuerte y dominante, aunque extrañamente cálido y suave.

—Claro que lo sabes, no sigas fingiendo —contradijo él notando que esta dama no se lo iba a dejar nada fácil. Eso no era lo peor; lo realmente malo era que si seguía retorciéndose podría escaparse... o aumentar la excitación insipiente que había sentido desde que la vio.

—¡Déjeme ya!

—Claro que no, si no hablas por las buenas, tendrás que hablar por las malas.

Jack sabía que era cuestión de minutos para que la chica se liberara, así que tuvo que hacer lo que pocas veces hacía. Dirigió sus manos al cuello de la muchacha y presionó con firmeza el punto específico. En pocos segundos, la joven se desmayó.

—No quería hacerte esto, pero me has obligado —dijo él cargándola en sus bazos—. No quieres decirme nada, pues bien, vamos a ver cuánto te dura la terquedad.

Jack se encaminó con su ligera carga hacia el pequeño bote que había dejado en la orilla. Llevarla a El Infierno era solo la opción desesperada por si fallaba su plan en tierra. Y había fallado porque la mujer casi escapó impune y sin soltar prenda del tesoro.

La puso suavemente dentro del pequeño bote y en pocos minutos estaba remando al navío anclado tras una roca que lo ocultaba. En poco despertaría y él sabría por fin dónde estaba lo que ella le había robado a Morgan.

Los hombres que tripulaban con él no se sorprendieron al verlo llegar con la mujer, o por lo menos no lo demostraron. Sin dar ninguna explicación, Jack se dirigió a su camarote llevando todavía a la joven inconsciente.

Al entrar la puso sobre su cama y luego prendió una lámpara para espantar la penumbra. Se acercó a ella y la observó por un instante. Qué frágil e inocente parecía así, muy distinta a la joven que se había atrevido a luchar contra él junto a la cueva. Todavía le parecía sentir ese pequeño cuerpo entre sus brazos.

La joven comenzó a despertarse. Movió la cabeza y abrió los ojos. Se incorporó de súbito al notar que el mobiliario le era desconocido. Se levantó rápidamente para retroceder dos pasos en cuanto lo vio.

Jack no pudo evitar sonreír.

—Bienvenida a mi reino —dijo él a la aturdida chica.

—¿Qué... qué hago aquí?

—Espero que aquí hagas lo que no quisiste hacer en tierra. Hablar —dijo él acercándose un poco más a ella.

Ella retrocedió otro tanto, como cuando estaban junto a la cueva. Él decidió quedarse quieto, al fin y al cabo, ella no tendría dónde escapar ahora.

—No sé que pretende, pero déjeme ir ahora mismo —dijo ella con el poco valor que le quedaba. Quizás era una ilusa, una tonta. Había luchado contra él y no recordaba más. Ahora ese hombre la había llevado. ¿Dónde? ¿Por qué? Había preguntado sobre algo que ella tenía... no, ese hombre se había equivocado.

—Te dejaré ir en cuanto devuelvas lo que no te pertenece.

—¿Quién es usted? ¿De qué me habla?

—Sabes muy bien de qué te hablo. Y para contestar a tu primera pregunta, yo soy —dijo acercándose un poco más a ella—, El Diablo, para servirte —hizo una reverencia—. Bienvenida a El Infierno.

El pirata notó la palidez que embargó el rostro de la muchacha. Estaba realmente atemorizada. Sintió el fugaz deseo de estrecharla entre sus brazos y consolarla, no te haré daño, te lo prometo, pero enseguida se reprendió por ese pensamiento. Ella era el enemigo, uno muy atractivo en forma de mujer, pero enemigo, al fin y al cabo.

Prisionera del DiabloWhere stories live. Discover now