Se me es imposible no soltar una carcajada.

—Si concuerdas conmigo, ¿verdad?

El rubor se me sube a la cara.

—Tal vez—le respondo.

Después de eso, me sentí un poco relajada. Habíamos saltado y cruzado un pequeño arrollo con esfuerzo por los bolsos y algunas otras cosas que traían Miguel y Rafael, pero ya era visible el lago esperado.

Sí era muy bonito, cuando observé desde arriba. Tenía una cascada, y el agua se veía cristalina. Era abierto y la luz de la luna reflejaba en el agua creando unos brillitos bonitos.

—Es hermoso—le susurro a Cassiel.

—Lo es.

Él baja primero y me tiende su mano.

Pero en su mano hay algo.

Una flor.

—Para la dama más bonita.

Me sonrojo. Agarro la flor y me la coloco en la oreja.

Cassiel me ofrece ayuda para bajar con cuidado y no terminar resbalándome.

Ya abajo, me acerco más y puedo observar el área. Es perfecto para acampar aquí.

—¡Anyet ven a prender la fogata!

Escucho.

Cassiel y yo nos miramos.

—¿Qué sigue?

—Un poco de música, sentarnos, comer, ¿qué te parece?

—Perfecto—le respondo.

Dejamos los bolsos en el montón de los demás, y comenzamos a ayudar a armar unas pequeñas sillas y luego la carpa de cada uno. Finalizado esto, nos sentamos cada uno haciendo un círculo alrededor de la fogata.

Cassiel me había servido refresco y unos sándwiches porque moría de hambre.

—Y bien, la invitada aquí es Stella—señala Miguel—. Hablanos de ti.

Joder.

Carajo.

Mierda.

¿Qué voy a decir de mí?

«Pues una mentira, boba», dice mi subconsciente.

—Uhmm, bueno—me preparo—. Mi papá murió cuando tenía quince, y desde ahí pasé una mala vida con mi madre y mis hermanos, hasta ahora que un abogado se comunicó conmigo al cumplir los veinticinco me enteré que mi padre había dejado en herencia para mi cuentas bancarias. No me he graduado de la Universidad aún. Y apenas estoy empezando a trabajar.

—Siento mucho lo de tu padre—farfulla Miguel.

El ambiente lo siento ahora muy tenso.

—Tranquilo. —digo—. ¿Y ustedes? ¿Hace cuánto se conocen?

—Desde que estábamos en cuna—dice Anyet.

—Crecimos juntos—musita Cassiel.

—Que cool—les sonrío.

—Bueno, ¿quién será el primero en bañarse?

Abro los ojos de sorpresa?

—¿Bañarse?

—Claro, hay que bañarnos—dice Rafael—. ¿Qué? ¿Por qué me miras así?

—No tengo traje de baño—digo apenada.

—Pero tienes lencerí...

—Rafael. —Cassiel lo calla en un segundo antes de terminar.

Yo muerdo mi mejilla interna por lo incómodo.

LASCIVIA ©Where stories live. Discover now