Capítulo 97. Reunidos como una familia unida

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¿Estaba ella lista para hacer lo que estaba pensando hacer? Tal vez tampoco lo estaba. Pero haría justo lo que esa mujer frente a ella le había enseñado: hacer todo lo que podía, lo mejor que podía...

Matilda le sonrió con gentileza, pero también con bastante gratitud. Se le aproximó y la rodeó fuerte con sus brazos.

—Tranquila, todo está bien —le susurró despacio a su aún bastante confundida madre—. Esto es algo que necesito resolver, como te dije. Gracias por cuidarme tanto mientras me recuperaba de mi herida, pero ya no puedo seguir escondiéndome aquí. Necesito terminar lo que comencé, como tú me enseñaste.

Jennifer no fue capaz de responderle nada. Aunque no entendiera del todo de qué le estaba hablando, estaba convencida de que no había nada que pudiera decirle, ya fuera para ayudarla o persuadirla. Su pequeña Matilda ya era una mujer adulta, después de todo; más adulta de lo que ella misma había sido alguna vez.

La bocina del vehículo sonó justo delante de la casa, indicando de esa forma su arribo. Matilda se apartó de su madre al oírlo, y se viró rápidamente hacia la puerta sin mirarla directamente.

—Volveré en cuanto pueda.

—Matilda... —susurró Jennifer mientras la veía salir—. Cuídate, por favor.

La castaña no le respondió nada, aunque sí había alcanzado a oírla. Bajó rápidamente los escalones del pórtico, y se subió al vehículo blanco sin mirar atrás ni un momento a la casa de su niñez.

—Buenos días —saludó con voz neutra al chofer desde el asiento trasero. Echó entonces un vistazo a la pantalla de su teléfono, donde ya tenía marcado en el GPS un punto en específico en el mapa, y una ruta propuesta para llegar a éste—. Vamos al Edificio Monarch en Beverly Hills, sobre Wilshire Boulevard —le indicó al chofer con voz clara—. Yo le iré indicando el camino.

El vehículo giró en la rotonda frente a la casa para volver al camino de entrada, y así dejar la propiedad y ponerse en camino al sitio indicado.

— — — —

Dos segundos después de que Esther abriera los ojos, sintió como poco a poco se le venía encima un horrible dolor de cabeza, que la hizo por un momento doblarse en sí misma y soltar un fuerte quejido al aire. Hacía mucho que no sentía un dolor como ese; y aunque su sentimiento general fue de aversión, extrañamente una parte de ella se sentía agradecida por él.

Se sentó como pudo en la cama, intentando aclarar su mirada y su mente lo suficiente para poder mirar a su alrededor. Estaba sola, sin rastro aparente de sus dos compañeras de cuarto. ¿Había dormido sola? Era probable, pues no recordaba nada luego de que ambas salieron lloriqueando la noche anterior. Aunque sí recordaba todo antes de ese momento; y con bastante claridad...

Bajó su mirada, notando que aún usaba el mismo atuendo con el que había ido a esa nefasta fiesta. Y echando un vistazo a su derecha, hacia el espejo de cuerpo completo a un lado de la cama, no tardó en ver que su cabello era un desastre, y todo su maquillaje se había corrido haciéndola casi parecer un feo payaso.

—Qué bien —murmuró con molestia, intentando pararse rápidamente de la cama, lo cual lamentó casi de inmediato pues su cabeza terminó dándole vueltas y obligándola a caer de sentón de nuevo en la orilla.

Su segundo intento salió mucho mejor, y comenzó entonces a desvestirse rápidamente de esas fachas, y buscar entre las cosas que había llevado uno de sus vestidos; algo más acorde a ella. Luego se cepilló el cabello como unas cien veces hasta lograr darle un poco de forma, y posteriormente hacerse un par de trenzas, decorando cada una con su respectivo moño azul.

Resplandor entre TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora