Aquella boda no me agradaba en absoluto. Vino, champán, rosas y vestidos caros no era el ambiente en que más comoda me encontraba.
Me había puesto un vestido rojo que previamente había alquilado en la tienda de la esquina. Después de todo aquello, no me sería útil para nada. Tacones y daño iban totalmente unidos para mí por lo que opté por unos no muy altos que me permitiesen escapar de aquella atrocidad cuando lo decidiese mi cerebro y no mis pies.
Tras el sí quiero de mi prima Esther y su excéntrico y nuevo marido Robin, pusimos rumbo al restaurante más lujoso de la ciudad.
El hombre, viejo y adinerado, llebaba un traje rojo de solapas moradas que contrastaba con el inmenso vestido blanco cubierto de diamantes de su nueva mujer.
Mientras el resto de los invitados criticaban cada parte del local y hablaban de sus últimas finanzas, yo me dedicaba a observar los movimientos de todos y cada uno de ellos. No es que me cueste desconectar de mi trabajo, es que ahí se tramaba algo muy grande y después de todo, era algo que a mi y mis compañeros del cuartel de Sunshine nos tocaría resolver.
