Ni siquiera supo en qué momento se quedó dormido, con el plato de pizza en el regazo.

—Oh. —Exhaló Itadori, dándose cuenta de cómo su cuerpo pesaba, con la cabeza apoyada en su hombro. Apartó a Fushiguro con delicadeza, a punto de estornudar cuando sus mechones de azabache rozaron su nariz con delicadeza.

De repente, escuchó la puerta de entrada abrirse y pegó un respingo, reconociendo las pisadas de su hermano mayor. Siseó por lo bajo, quitando el plato de comida del regazo de su amigo y dejándolo sobre la pequeña mesa de cristal que había entre ellos y la televisión. Pausó la película, incorporándose al verlo aparecer desde el recibidor.

Sonrió nerviosamente, como si aquello fuera la escena de un crimen. El chico medio torcido sobre el sofá y porciones a medio comer.

—No lo dejes dormir así. —Gruñó Sukuna, acercándose a ellos para mover a su pareja hasta tumbarlo. Lo tapó con delicadeza, la mirada de escarlata colmada de cariño, cubriéndolo con una manta azulada. —Mira qué tierno es... —Susurró, peinando su cabello con los dedos. —Mejor no, no lo mires, que lo ensucias.

El mayor se interpuso entre él y el sofá, con una expresión indescifrable, antes de dirigirse a su habitación, sin añadir nada más. Tampoco es que tuviera demasiadas ganas de hablar con él después de haberse pasado ocho horas trabajando.

Yuuji lo siguió, caminando de puntillas con rapidez, aunque se quedó en el umbral de la puerta, observando cómo se quitaba la camiseta blanca que llevaba y la arrojaba a la cama como si quemara. Frunció el ceño, era tan jodidamente brusco que no se lo imaginaba redactando poemas de madrugada o tapizando las jodidas calles con frases pastelosas.

Retrocedió un par de pasos, obviamente no quería ver cómo acababa por desnudarse y cambiarse de ropa. Diría que aquello ya lo había tenido que soportar demasiadas veces, pero lo cierto era que Ryomen se pasaba todo el jodido día en ropa interior y ni siquiera se vestía para abrirle la puerta al cartero o a los Testigos de Jehová que picaban de puerta en puerta. También a la Policía.

Sí, la gente solía espantarse al ver a su hermano.

Volvió a asomarse cuando lo escuchó trastear con algo. El ruido cesó y pudo verle sentándose en la cama, bajo la ventana, con una libreta entre las manos. El armario de junto a la puerta estaba abierto y supuso que la había sacado de ahí.

Sukuna sonreía, con un bolígrafo tras la oreja, marcando algo en el papel.

⋆★⋆

—¿¡Estás loco!? —Dio un leve golpe sobre la mesa, con una mezcla de sorpresa e indignación. —Es demasiado pronto, sencillamente no puedes...

Ryomen puso los ojos en blanco, reprimiendo las ganas que tenía de agarrarle de la sudadera amarilla y estamparlo contra cualquier pared cercana. Se cruzó de brazos, echándose hacia atrás en su silla.

Una botella de cerveza y un mosto presidían la pequeña mesa redonda de la cafetería en la que estaban. Hacía rato que habían llegado, resignados a no hacer nada desde que Megumi se había quedado profundamente dormido. Era tan tierno, lo había llevado en brazos a la cama y le había susurrado que más tarde volvería. Estaba seguro de que había quedado agotado por el esfuerzo de los últimos exámenes.

—Lo sé, no pretendía hacerlo ahora, sólo era una idea. —Se encogió de hombros, algo molesto. Quizá sí era mejor esperar a pedírselo. —Dentro de un par de meses, tal vez.

—Sigue siendo muy pronto.

—Vete a la mierda, cabeza de melón. —Gruñó, agarrando la botella y llevándosela a los labios, irritado por su puto comportamiento. —Es mi decisión, no la tuya.

Itadori apartó la mirada, pensando en su mejor amigo. Su hermano llevaba sólo un año saliendo con él, sencillamente no podía salirle con una cosa así, o se asustaría. Por no añadir que el padre de Megumi se enfadaría —y, oh, sí se enfadaría—.

Sólo se preocupaba por la relación de ambos. Le gustaba que, poco a poco, consiguieran su felicidad y fueran construyendo paso a paso su hogar. En ocasiones los envidiaba, pero a él también le llegaría el momento, tarde o temprano.

O no. Si una cosa tenía clara era que quería tener seis gatos y crear un refugio de animales. La felicidad no iba necesariamente acompañada de una persona, y siempre los tendría a ellos dos.

—¿No crees que ya te estás pasando con todo lo que haces? —Preguntó, curioso. Con la expresión que puso ya pensaba sacar la postal, fotocopiarla y mandarla a la prensa. —No lo sé, hay cosas que me parecen demasiado.

—Sólo estoy siendo dulce. —Argumentó, frunciendo el ceño, algo molesto. —Estaba triste porque no lo era y ahora está envuelto como un caramelo, ¿qué hay de malo en eso?

Itadori se deshizo en una sonora carcajada, llamando la atención de los camareros y el resto de clientes. Se sostuvo el estómago, tapándose la boca con vergüenza.

—¿Y tapizar medio barrio de rosa era necesario? —Soltó, con una gran sonrisa. En el fondo le enternecía que alguien como su hermano pudiera llegar a aquel extremo. —No quiero imaginarme cómo serás en otros temas.

Soltó un insulto por lo bajo, arrugando la nariz. Tenía una extensa lista de cosas para hacerle a su Megumi y estaba cumpliendo todas y cada una de ellas, ¿acaso estaba mal?

Mientras que Toji Fushiguro y sus manos aplasta-cráneos no se enteraran de que tenía planeado vendarle los ojos y pintar su cuerpo de chocolate para jugar un rato, entonces todo estaría bien. O hacerle el amor en la playa, al atardecer en una cala alejada, o darle de comer uvas como si fuera su príncipe; también cambiar la alarma de su despertador para poner un mensaje de amor.

Realmente todo estaba bien siempre que aquel tipo con almohadas por pectorales no fuera consciente de aquella clase de cosas.

—Le veo sonreír más que antes y eso es lo importante. —Determinó, incorporándose y tragando lo último que quedaba de la botella. —Esta vez pagas tú, tengo que irme.

Y Sukuna se largó. Literalmente, se largó, salió de la cafetería con un revuelo de mariposas en en el pecho y la mente ocupada en aquellos enormes ojos azules. Siempre se había esforzado tanto por merecerle, lo quería demasiado.

Sonreía como un completo idiota enamorado por la calle, también cuando sabía las escaleras de vuelta al apartamento y abría la puerta con suavidad, para evitar hacer ruido. Se descalzó, dejando las botas en el recibidor junto a la cazadora de cuero, y llegó a la habitación con pasos silenciosos.

Megumi dormía desparramado sobre el colchón, tapado hasta la cintura y con los brazos en posiciones aleatorias. Lo miraba con sus preciosos iris de mar, somnoliento, como si hiciera poco que acabara de despertar.

—Hola, mi pastelito precioso. —Se sentó a su lado, acariciando su cabeza con cariño y apartando mechones de negro rebelde. —¿Sigues cansado? ¿Quieres algo de merendar, Mimi?

Su novio extendió los brazos hacia arriba, buscando abrazarse a su cuello. Se inclinó para cumplir su deseo, sintiendo cómo acariciaba su nuca con lentitud, meciéndose en el calor y la humedad de sus labios deseosos de amor.

Acabó por tumbarse a su lado, quitándose la ropa y arrojándola al otro lado de la habitación.

—Sukuna... —Susurró el chico, ronroneando en su boca, hasta que pegó un respingo. —¡¡No!! ¡Cosquillas no!

Lo apegó a él, mientras reía y observaba las nubes del cielo a través del cristal de la ventana. Sólo había rozado su cintura con lentitud, era tan sensible y bonito, era imposible resistirse a la tentación de llenar su cuerpo de cariño.

Se fundieron en un abrazo, acariciándose, preguntándose cómo les había ido el día. Se querían tanto.

Sweetness || SukuFushiWhere stories live. Discover now