El universo ha muerto (y nosotros también)

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"Cuando un alma se divide en dos y reencarna, al haberse separado, buscará incesantemente durante el resto de esa vida, y de las siguientes, a su otra mitad."

Harry se levanta muy temprano por la mañana. Su despertador ni si quiera ha tenido que sonar. Tal vez porque no ha dormido. Ha pasado la noche en vela, demasiado ansioso como para conciliar el sueño, pero no se siente agotado en absoluto, sino todo lo contrario. Se siente como si pudiera derrotar a diez magos oscuros antes del almuerzo. No que vaya a intentarlo, tiene cosas más importantes que hacer.

Toma una ducha y se viste con su mejor túnica. Intenta peinar su rebelde cabello, pero es imposible, así que se limita a cepillarlo y esperar a que, por primera vez en dieciocho años, decida comportarse. Limpia sus lentes para que estén completamente transparentes y lustra sus zapatos hasta que puede ver el reflejo de su rostro. Incluso decide usar un poco de colonia a pesar de que de que el olor de ese tipo de cosas suele marearlo y le irrita la nariz.

Toma el desayuno con mucho cuidado de no ensuciar su camisa blanca y se lava los dientes hasta que la menta le pica en la boca. Mira de nuevo su cabello, pero no hay remedio para él, así que decide fingir que no le molesta su falta de obediencia y sale de su pequeño apartamento en dirección hacia su cita.

Se siente nervioso. Muy nervioso. Pero se contiene lo mejor que puede, porque lo último que Draco necesita es lidiar con sus nervios y otras cosas. Ya tiene demasiado con sus propios asuntos. Así que debería estar bien darle un respiro. Y flores. Muchas flores.

Harry las compra en el camino. Unos bonitos narcisos blancos que acaban de florecer y que huelen exquisito. También compra chocolates. Chocolate oscuro porque a Draco no le gustan con leche, ni blancos, ni con mucho azúcar y aunque ha pasado mucho tiempo desde que el rubio ha podido comer alguno y seguro le daría igual cuál fuera, Harry quiere darle su favorito.

Potter atraviesa el callejón Diagon sosteniendo sus regalos a la vista de todos. La gente le mira, por supuesto, pero a él no le interesa detenerse a adivinar qué es lo que están pensando. Después de todo, siempre es así. Siempre le observan. Es lo que tiene haber salvado al mundo mágico de la devastación y esas cosas que él no hubiera hecho si las circunstancias no lo hubieran obligado.

Llega hasta Las Tres Escobas donde Tom, el dependiente, le saluda y le pregunta si ha ido a recoger lo que le encargó. El pelinegro le dice que sí y recibe una pequeña botella individual de jugo de calabaza y un único muffin de chocolate. No es un almuerzo lujoso, ni romántico, ni si quiera es para dos. A Harry le hubiera gustado poder llevar un poco de vino y tal vez algunos cortes de carne especiales, pero Draco le ha pedido el jugo y él panqué y ciertamente a él no se le antojaba nada más, así que no ha tenido el corazón para decirle que no. Suponía que nadie lo había tenido y por eso había sido tan malcriado casi toda su vida.

Aunque más que malcriado a Harry le gustaba decir «encantador»

El pelinegro utilizó la chimenea de la pequeña taberna para transportarse hasta el lugar de Draco. Fue difícil cuidar las flores en el trayecto, pero la aparición hubiera causado el mismo efecto. Gracias al cielo, todos sus regalos llegaron sanos y salvos, aunque su túnica se había arrugado un poco. Esperaba que a Draco no le importara tanto ese pequeño detalle.

En la entrada le recibió un guardia que simplemente reconoció su presencia con un movimiento leve de cabeza. Gesto que Harry le devolvió mientras subía las escaleras de piedra hasta la habitación de Malfoy. Se sabía el camino de memoria, así que realmente no necesitaba que lo escoltaran, pero el guardia lo siguió igual.

Los pasillos no estaban muy bien iluminados, pero era lo que tenía vivir en un edificio de piedra, además del frío. Sin embargo, ese tipo de estructuras era más seguras, como Hogwarts. Era difícil irrumpir en ellas; la piedra no ardía y si se le encantaba bien, tampoco podría ser demolida. Lo que en parte explicaba por qué antiguamente los castillos y casas eran construidos de esa forma.

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