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—Siéntese de favor, ¿Cómo se ha sentido últimamente, señor Niccals?


El doctor de cabecera del empresario era el mejor de todo el país. Con un consultorio que era propio, con un aura blanca e impecable que hacia sentir un poco incómodo a Murdoc.

—Bueno, yo realmente no he sentido nada raro. ¿No se supone que moriré pronto?

—El síndrome de inmunodeficiencia humana en usted es una condición, lo más probable es que, bueno—El anciano paró un momento.— Usted lo haya adquirido por vía neonatal. La enfermedad no ha evolucionado en usted, podría asegurar que le faltan... aproximadamente de seis a siete años para que usted caiga en cama, pero todo depende de su organismo

Niccals entonces dejo de escuchar las palabras y de un momento a otro solo podía ver al doctor moviendo la boca, mientras burlón por su estado escribía notas sobre su evolución. Lo curioso es que desde un mes y medio no podía quitarse de la cabeza el hecho de que todo el tiempo había estado teniendo sexo sin protección con Stuart.

De alguna u otra forma le había arruinado la vida.

Y es que intentaba pensar que tal vez la culpa era una tontería, pues no sabía que podría ser portador de tan terrible mal hasta hace un mes y cacho.


—Solo un pregunta, ¿Ha usado condón toda su vida? Si es así no hay de que preocuparse

Murdoc solo negó con la cabeza y dejo pasar la revisión de rutina cómo siempre, tratando de pensar en una manera de olvidar su terrible diagnóstico a la noche, cuándo vería a Stuart en su departamento.

Sí, su departamento.

Pot había heredado el viejo departamento de sus padres, después de haber encontrado al presunto culpable del resultado de su vida.

Aproximadamente, casi un mes atrás lo llamaron a una audiencia, sobre el caso que se había cerrado hace años. Pero luego, de la mano con la nueva administración Londinense se decidió reabrir y mandar a investigación el tan extraño caso.

«Stuart Harold Pot Jones, Una noche de llovizna en agosto, viajaba en un auto Tsuru junto a su madre Rachel Jones y su padre David Pot, cuándo en el sur, en la intersección veintitrés fueron embestidos por un vehículo presuntamente robado. Este mismo, su señoría; conducido por el imputado Hannibal Niccals»

No se lo creyó al escuchar el apellido del tipo que había determinado su vida desde hace diecisiete años. Tampoco que este escapara de la custodia de los guardias y le pidiera perdón mientras besaba sus zapatos y lloriqueaba.

Mucho menos al analizar su rostro, y darse cuenta que si, él y Murdoc eran familia.


El albino fue sentenciado a la cadena perpetua. Sin oportunidad de volver a respirar los campos abiertos en las provincias de Londres.

Guardaba ese encuentro como guardaba el último gafete escolar que tuvo. El pelinegro sabia que  todo estaba resuelto con el pasado de Stuart. Lo que nunca imagino es que su apellido fuera el destello de luz que había arruinado la vida tranquilina que llevaba el peliazul junto con su familia.


Murdoc había sido abandonado con su padre y medio hermano cuando tenía tan solo unos cuantos meses de nacido. Sin embargo, Sebastián, su padre no se quedaría con la responsabilidad del chiquillo por mucho tiempo.

Fue abandonado por su propio hermano a la entrada del mismo orfanato en el que creció el peliazul. Sin embargo, su madre llego a su "rescate" tan solo unos días después. Sin saberlo, unos años después, cuando Hannibal robara un mini super y con la adrenalina a tope, sin saber de señales de transito, terminaría deshaciendo el coche con el que chocó contra un poste. Enviándo al pequeño sobreviviente al mismo sitio donde abandonó a su medio hermano.

Unas calles más adelante fue arrestado por robo a mano armada y con violencia, registrado una noche tormentosa de agosto.

El peliazul llegó ese mismo día del veredicto al prostíbulo y espero a Murdoc, dispuesto a contarle, solamente las buenas noticias. Para luego, esperar un mes a que las escrituras del departamento le fueran entregadas y de paso, a despedirse de Noodle.


Justo en la noche.

Esa era más o menos la historia que había sucedido a espaldas de Murdoc, quién no tenía idea que tenía un hermano, y mucho menos un padre.



O bien, solamente intentaba borrar a aquellas personas de su mente.

—Soy un hijo de perra —Sé reprocho a si mismo el empresario al bajar por el ascensor del edificio donde estaba el consultorio de su doctor y de otros varios.





Lo que ni el peliazul ni su contrario sabían era que esa noche, seria la última del Eight Ball en funcionamiento.







...


—¡Buenas noches y bienvenidos al noticiero de las seis! Hoy nuestra corresponsal Loren, transmitiendo desde la zona rosa de la ciudad. Una terrible masacre de homosexuales acaba de ser registrada, vamos contigo


—Así es, un reconocido bar de la calle siete hoy por la mañana fue encontrado con huellas de un conato de incendio, al igual que, varios cadáveres, casquillos percutidos e indumentaria destruida. Según testigos, aproximadamente veinticinco hombres se adentraron al local con violencia. No se tiene registro de personas detenidas

El programa de las seis no tenía mucha audiencia. Excepto por los muchachos de la pandilla Gangrena, asesinos a sueldo, a los cuales, les pareció bastante divertido tomar un a montón de maricas y lanzarlos al fuego mientras tomaban un trago fuerte.

Ace le había propuesto a Noodle salir despavoridos del local mientras sus ex compañeros de celda acababan con su pequeño gran imperio antes de que cualquier otro prostíbulo tomara la iniciativa. Ella no quedo tan convencida pero no le quedó de otra más que tomar la mano del verdoso, quien arriesgo día tras día su pellejo por la nipona.

La televisión fue apagada por el amigo de Copular, Arturo. Este mismo le dió un boleto para poder largarse de nuevo a Japón y reconstruir su vida en su nación natal.

Curioso.

—¿Y Ace?

—El irá contigo, dice que necesita arreglar algunas cosas con los muchachos. ¡Pero necesitas irte a la de ya!

Después del incendio, Arturo y Ace llevaron a la mujer a un departamento a unas seis calles, donde empezaron a planificar que seguiría.

Gracias a Buda todo el mundo pensaba que era hombre y así nadie la perseguiría. Más, lo que no pensó hasta que estaba frente al avión, esperando a abordar era que Stuart se quedaría solo.

«Espero que cuides de el, hijo de perra» Murmuró seca al ver detrás suyo ya a punto de abordar, con la azafata esperando a que le diera el boleto. Y, Aunque no iría sola, pues Ace la alcanzaría y Paula iba con ella y todo lo demás; se sentía tan extrañada y vacía de dejar a su amigo a la deriva.



Aun así, ya no había marcha atrás.

Un rato más tarde, por la madrugada, cuando Murdoc y Stuart llegaron al sitio donde se habían conocido, se encontraron con sellos de policía y un enorme auto a las afueras que era del médico forense retacado de bolsas negras. Harold rompió en llanto y ambos dieron por terminada la historia de la nipona.





No volvieron a encontrarse, tampoco tuvieron contacto.


Wrong Number [Studoc•]Where stories live. Discover now