—Tres.

—Me gusta—admito—más que eso, lo quiero solo para mi.

—¿Y qué harás?

—No lo sé. Diana es buena chica y yo llegué después, no tengo derecho alguno de...

—En guerra de mujeres no existen buenas chicas—me interrumpe—tú eres tú y tienes que ver por ti, por nadie más, pero algo que te dejo en claro, ese hombre que llamas jefe debe tener en claro que contigo no puede jugar, que si te quedas con él no te hará lo mismo que le hace a esa tal fulana, si ella se deja quitar el marido cosa de ella, tú no serás una tercera o segunda, serás la primera y harás que se de cuenta, eres la chica más inteligente que conozco así que estoy seguro sabrás que hacer para resolver esto, ¿de acuerdo?

Asiento.

—Ahora terminemos con este trabajo.

—Azul—vuelvo y repito—las quiero azul.

—¿Y qué harás con todas esas joyas?—toma mi pie hacia él con fuerza.

—Buscaré algún lugar seguro para guardarlas.

—Es peligroso tenerlas aquí, ¿y sabes qué?

Hace una pausa.

—Aún no entiendo como es que has tenido mejor suerte que nosotras, el jefe te llevó con él a Islandia, luego a la India y te complacio en todo, además de regalarte no sé cuantos millones en piedras, ese Pitt está loco, y quizás hasta le gustas más de lo que crees o él admite.

Bufeo.

—¿A Pitt?—me rio—no sabes de lo que hablas, es imposible que ese hombre tenga algún sentimiento, solo es un arrogante impulsivo que le gusta mostrar su poder.

—¿Cuál de todos?

—Ves, peor que Anna—se burla—aunque no hay manera de que pueda contradecir que fue bien dotado de poder y tamaño por todas partes.

—¿Te estás cuidando, cierto?

Asiento.

—Ahora que volviste, ¿Dónde me quedaré?

—Donde lo harías desde un inicio, mi habitación, conmigo, hay espacio suficiente para los dos, si hubieras visto el viejo apartamento, apenas podía tener mis cosas allí.

Termina con mis uñas de los pies y empieza con mis manos.

—¿Has podido averiguar algo sobre el trabajo?

—No mucho, el amigo que me habló sobre la oferta como director de diseño no deja de darme vueltas con el asunto, no creo que vaya a suceder nada de su parte, pero no te preocupes, ya veré que hago.

—Sabes que te puedes quedar aquí hasta que pase, ¿no?

—No es necesario que lo digas.

—Además nunca entendí para que continuaste con la carrera de ingeniería.

—A veces es útil.

Anna viene hacia nosotros con una bandeja en manos con cervezas y algunos sándwiches.

—Grandioso—me lanzo sobre ella antes de que llegue a la hamaca, Misael me reclama porque al moverme arruino su trabajo y me jala del brazo haciendo que me vuelva a sentar, Anna arrastra la mesita de la esquina y la acerca a nosotros dejando todo sobre ella, y pide que le hagamos espacio.

—Muévanse y déjenme el centro.

—¿Qué más desea su majestad?—se burla Missael—¿no se le antoja un masaje en el trasero?

Conociendo lo prohibido ©️ (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora