Capítulo II

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La magia se acaba

Seis años antes

Estaba sentada sobre el mismo escalón, era verano y el sol brillaba bañando toda la fachada de la casa con su luz, los maizales se movían al compás del viento, el cielo estaba increíblemente despejado de nubes y presumía un azul tan brillante como el de mi vestido.

Mi vestimenta podía llegar a lucir algo infantil, empezando por su color celeste y que tenía un moño en la cintura, pero este permitía marcar la curvatura de la misma sin necesidad de un corsé, y la falda era bastante amplia, característica que lo volvía más cómodo para caminar.

Mientras terminaba de sostener mi flequillo en forma de rulo con algunos ganchos sobre mi coronilla, vi cómo él apareció en su auto negro descapotable y brillante, el cual estacionó frente a la entrada donde yo me encontraba con solo algunos metros de diferencia y al bajar se detuvo junto a este, observándome con su impecable sonrisa, su cabello siempre bien peinado y los zapatos por los que siempre lo molestaba, alegando que eran de su abuelo al igual que sus tirantes.

Daniel era todo un encanto, tanto que podía llegar a ser irritante.

- Hola, margarita inglesa. -rodé los ojos, quería saber cuándo pasaría de moda llamarme así. Porque sí, llevo el nombre de mi abuela, pero en inglés, es decir Daisy, todo por un dilema de mi madre sobre si rendirle honor a su progenitora con su única descendiente o no atarme a ser igual que mi abuela, así terminé siendo su margarita inglesa.

- Hola. -me acerqué hasta darle un beso, tan efímero como un segundo, pero tan significante como para acelerar los latidos del corazón. - No me gusta esto de no tener un apodo tonto para ti. -confesé buscando molestarlo.

- Tendrás mucho tiempo para encontrar uno, y digo muchas cosas tontas, tienes material de sobra. -me siguió la corriente mientras me abrazaba por la cintura con un brazo y mantenía el otro tras su espalda.- Mientras tanto, solo dime gracias.

Sacó su otra mano de su escondite, la cual sostenía un lindo ramo de margaritas, entre blancas y azules; siempre me daba margaritas y yo intentaba adivinar mentalmente de qué color serían cada vez, porque siempre serían margaritas, era algo muy nuestro.

- ¿Sabes? -inicié mientras tomaba el ramo de sus manos con una notable sonrisa en mi rostro. - Siempre envidiaba a las chicas que veía recibiendo flores... así inició mi plan macabro de enamorarme del heredero de la floristería. -solté seguido de una risa suave, la cual aumentó al ver su expresión de sorpresa.

- Siempre supe que eras una interesada... -me acusó negando con la cabeza, se notaba bastante divertido. - ahora no me queda otra opción que seguir trayendo flores para que te enamores de verdad de mí. -se encogió de hombros, con fingida derrota y decepción.

Reí de nuevo y me paré de puntillas para plantarle otro beso en su sonrojada mejilla que finalizó con un suave gracias cerca de su oído.

- Vuelvo en un segundo. -anuncié mientras giraba sobre mis talones para entrar a la casa.

Una vez en el interior, noté que ya no sabía dónde poner más flores, los únicos dos floreros que teníamos estaban ocupados con las flores de hace unos días atrás, y mi madre se molestaba si las tiraba a la basura antes de que se les cayera el último pétalo.

- ¡Ay, hija! -intervino mi abuela que venía bajando las escaleras, ubicadas frente a la puerta y junto a la mesa donde se encontraban los floreros. - Vamos a terminar repudiándolas o con graves alergias al polen si ese muchacho sigue trayendo tantas flores cada vez que viene. -exclamó.

El Marchitar De Una MargaritaWhere stories live. Discover now