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Desde hace una semana siento un calor descomunal invadir mi interior. Una llama que se ha avivado. Es un sentimiento que no tengo desde hace años. Miles, tal vez. Ni siquiera sé si me alegra sentir algo de nuevo o si debería preocuparme por lo que esto significa. 

Él ha vuelto.

Alguien cometió una idiotez. No ha podido volver solo. Maldita sea. Literalmente. 

Vuelven los problemas. Vuelven los dolores de cabeza. Sin embargo, se acaba los días de soledad. Por más que deteste admitirlo, él me trajo compañía. Mi vida, la primera, era una completa mierda. Con él, solo era una mierda. Sí, tampoco puedo decir que era fascinante o perfecta. Era lejos de serlo. Como lo han sido todas las demás.

Hasta este momento, mi vida ha sido monótona. Me he acostumbrado a las pérdidas, he aprendido a valerme por mí misma y he evitado formar amistades con cualquier otra persona exitosamente. En estos momentos, ver a la gente caminar a través de mi ventana, situada en un quinto piso de una torre departamental, es rutina.

Ah, ahí va la chica de botas amarillas. No está lloviendo, pero, por alguna razón, usa esas botas todos los viernes. No sé de dónde es que viene o a dónde es que va. Solo tengo el conocimiento de que pasa por esta calle de lunes a viernes a la misma hora. Si ella supiese que yo sé eso sobre ella, probablemente llamaría a la policía para meterme una demanda por acoso. Bueno, no es mi culpa que permanezca en este departamento más días de los que paso afuera. Si hay comida en la cocina y tengo recuerdos de higiene, no hay razón para que salga de casa.

¿Ropa? ¿Zapatos? ¿Videojuegos? ¿Figueras coleccionables? Bendito sea quien haya inventado el internet y las compras en línea. Más que nada, bendito sea Jeff Bezos por crear Amazon.

Ahg, mierda. Tengo hambre. Fideos instantáneos. Sí. Con carne y un huevo cocido. Agua mineral. Perfecto. Hora de la cena.

Me dirigí hacia la cocina. Al abrir la alacena no encontré fideos. Al abrir el refrigerador no encontré carne. Por suerte, tengo agua mineral y huevos. Es una molestia salir a comprar. Más sabiendo que ahora podré ver a las estúpidas maldiciones que puedan rondar por la zona. Ocultar mi presencia gasta energía. Incluso a mí me parece que gasta demasiada. Sin embargo, si quiero ahorrarme asuntos sin importancia, debo ocultarla para que no puedan verme. Los humanos pueden, las maldiciones no. A menos que sean de categoría especial.

Me coloqué mis sandalias FILA, tomé mi certera, mi celular y me dispuse a salir del departamento. 

No conozco a mis vecinos. Tampoco tengo la necesidad de hacerlo. Conozco al portero. Eso es suficiente. Es la única persona en todo este edificio a quien necesito conocer. Después de todo, es a quien le reporto problemas. 

Bajé por el elevador hasta el vestíbulo. Con la mano saludé al portero, sin siquiera ver si me ha devuelto el saludo. Salí por las grandes puertas de cristal. Para mi suerte, hay una tienda de conveniencia cerca. Ahí encontraré lo que necesito... y tal vez una cerveza.

Sin hacer contacto visual con una sola persona, llegué a la tienda. Casi me sobresalto cuando vi a una maldición con poco poder. Tal vez de las que solo causan cansancio o mala suerte. Al ocultar mi presencia, tiendo a no sentir la de maldiciones débiles. Es un pequeño precio que se debe pagar. No importa siempre y cuando las evite.

Luego de comprar las cosas necesarias regresé al departamento. En el camino abrí una paleta helada cilíndrica de chocolate para comerla. Al entrar, volví a saludar al portero. De nuevo, no me ha interesado si me ha visto o no. Dejé de ocultar mi presencia, solo para sentir una más grande. Bueno, es solo un poco más grande que la mía. Rara de encontrar.

C U R S E D||SukunaWhere stories live. Discover now