—¡Buenos días! —saludó una voz de hombre serio.

—¡Hola! Pase por aquí.

La tienda era un espacio de unos 100 metros cuadrados. Aunque la zona de clientes era más bien pequeña, pues la mayor parte del espacio lo ocupaban las máquinas que había que arreglar y las piezas nuevas. Así como los bancos de trabajo, claro. Dividida en dos, prácticamente, teníamos un par de mostradores (el del feje, y el que era mío por la mañana) y en medio de ambos, la caja registradora. El hombre se acercó, con una caja de ordenador en brazos.

—¿Qué se le ofrece? —le pregunté, con una sonrisa ensayada. Ante todo, educación.

—Pues que me ha gripado el cacharro este —me dijo, y puso, con poca delicadeza (de un golpe), la caja sobre el mostrador—. El otro día lo estaba usando tranquilamente, de pronto sonó como un ¡pum! y se apagó. Y ya no enciende ni nada.

—A bote pronto, la fuente de alimentación —le dije—. ¿Sabe qué es lo que tiene conectado? —dado que me miró como si no me entendiera, fui más específico—. ¿Qué tiene conectado de discos duros, lectores de DVD, gráfica...?

—No se... Tiene ya sus años... Eso lo lleva mi hijo.

Que tenía ya sus años no hace falta que me lo diga. Por lo menos la caja había tenido días mejores. Me daba miedo, a la par que curiosidad, lo que podía encontrarme dentro. Quizá el Santo Grial. Porque el Arca Perdida no cabe. Jejeje. Antes de que le pudiera decir nada más entró otra persona en la tienda que conocía muy bien: el jefe. De nombre, Aarón.

—¡Buenos días! —saluda—. Caballero, ¿qué tal le está tratando nuestro jefe de taller? Hágale caso, que sabe de lo que habla.

Si no tuviera tanto autocontrol, me le habría quedado mirando con cara de gilipollas. ¿Jefe de taller? ¿Yo? ¿Desde cuando? Coño, eso merecía un aumentito, ¿no? Pero claro, siempre se van a fiar más de ti cuanto más alto cargo tienes. Mientras mi jefe cambiaba la emosira de la radio, volví a atender a nuestro cliente.

—Pues si nos da sus datos, se lo puedo mirar durante la mañana, le llamo y le confirmo el problema y el precio de la reparación.

—Si lo mira hoy, sí. Lo necesito para mañana.

—Sin problema.

Le tomé los datos, dejé una nota en la caja para mirarla más adelante. Una fuente de alimentación se mira en nada, tenía tiempo, y por consejo del jefe, no era bueno dar la impresión de tener poco trabajo. Mejor dedicarme a otras cosas más prioritarias.

Habían encargado un ordenador algo caro. Un i7, con placa gráfica potente, 16GB de RAM, dos teras de disco, y uno de estado sólido para el sistema operativo. Una caja con refrigeración líquida, placa base con todos los puertos y conexiones posibles, y una fuente de alimentación de 800W. Estos me encantaba montarlos. Daba gusto manipular piezas caras, aunque no sea para uno mismo. Sobre todo porque siempre había cierta comisión por estos equipos. Traje una de las cajas y las piezas antes de comenzar a montar mi "pequeño Frankenstein". El jefe se me acercó en ese momento.

No tenía mal tipo el jefe. El pelo en una coleta, con barba de un día (sí, esa que parece una sombra en el rostro), alto, y una ligera gordura. Yo no sabía si eso era atractivo o no, pues en mis gustos sólo entraba el género femenino, pero algo debía tener porque sabía que varias clientas habían terminado en su cama. Pero pocas volvían después de eso. Jejeje.

—Así que Jefe de Taller —le dije, con tono cachondo—. ¿Y a qué se debe el ascenso? ¿Dan subvenciones?

—No, pero quedas mejor de cara al público. Ya te llegará el ascenso real.

Nueva vida, nuevos problemasWhere stories live. Discover now