Pese a no ser una marca de vinos tan reconocida y contar con una modesta línea, poco a poco se abría paso a nivel nacional y en el extranjero, y no pasaría mucho tiempo para que experimentara una expansión y reconocimiento considerables, pues Beatriz Smith, esposa de Armando, ya estaba en planes para posicionar de mejor manera en el mercado aquella modesta línea de vinos.

A pesar de que su esposo fuese el creador de dicha línea, no le dedicaba el tiempo que ameritaba, pues su verdadera pasión eran los alazanes que criaba en la hacienda. El crear una línea de vinos fue una idea que por mucho tiempo rondó la mente de Armando, y que no podía llevar a cabo dado que no contaba con los medios económicos para ponerla en marcha. Lo único claro que tenía, era que una vez que esto tomara fuerza, sería Beatriz quien se encargaría de darle vida y hacerla crecer, ya que su creación fue precisamente por ella.

Por mucho tiempo Beatriz sintió que no encajaba en ninguna de las áreas de trabajo de la hacienda, y tenía esa necesidad de ser un real aporte, y no solo la esposa del dueño. Sin embargo, la razón por la cual se gestaba esto, era para que Beatriz ocupara su mente y su tiempo en algo en lo que en verdad se sintiera cómoda desempeñando. Años atrás ya había trabajado en un viñedo, cuando la pareja apenas llevaba unos años de matrimonio, por lo que tenía los conocimientos y experiencia, además de los estudios de agronomía durante su juventud.

Pero la verdadera razón por la que Armando decidiera aprovechar la cepa que se daba en sus terrenos y crear aquella línea de vinos, era mucho más profunda, mucho más que un sueño o una idea loca en su mente. Por años Beatriz experimentó una fuerte depresión, y pese a acudir a diferentes psicólogos para combatirla, parecía ser que nada funcionaba y caía más y más en las garras de su trastorno.

Fue así que aprovechando unos buenos negocios que se gestaron gracias a la venta de diferentes pura sangre y endeudarse con diferentes bancos, Armando, en un intento desesperado por ayudar a su amada y arrancarla de la depresión que la carcomía por dentro, le dio una razón suficiente para que Beatriz tomara fuerza y saliera al mundo exterior. Y pese a los altibajos durante los primeros años desde que inició el viñedo, su amada experimentó un cambio radical y positivo en su vida, aunque esto no resolvía el problema de fondo.

Por años Armando intentó persuadirla de tomar la decisión correcta, y la única que les quedaba, ya que a pesar de todos los esfuerzos de la pareja y las innumerables visitas al médico habían sido inútiles para resolver su gran problema, Beatriz jamás podría darle un bebé. Sin embargo estaba la opción de adoptar, pero ella se negaba por el momento a dar ese paso, manteniendo en su seno la esperanza de que un día el milagro ocurriría y quedaría embarazada...

Tras abrir el portón y darle paso a la camioneta, José y Alberto volvieron a sus funciones habituales del día y la tranquilidad que caracterizaba su trabajo, hasta que el reloj colgado en una de las paredes de aquella vieja casa de abobe marcó las dos de la tarde, y puntual a su horario, el autobús escolar aparecía por aquel camino, deteniendo su andar junto al paradero y abriendo sus puertas.

Una dulce pequeña de escasos siete años descendía en el momento, despidiéndose con cariño del viejo chofer y corriendo despavorida en dirección al portón de la hacienda. La tranquilidad que a esa hora era dueña de todo el entorno se veía interrumpida por los gritos de dicha pequeña, quien hacia el interior chillaba una y otra vez que la dejasen entrar, mientras ésta veía alejarse al autobús. Al reanudar su marcha y pasar frente a la pequeña, por las ventanillas fueron muchos los chicos y chicas que se despidieron con cariño de la pequeña. Eran sus compañeros de escuela.

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