Capítulo 4

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—Estás perdiendo mucha sangre, Sammy —dijo una voz suavemente, y sonó como si varias personas hablasen al mismo tiempo—. Abre la mano pero mantente erguido.

Samtha Esra abrió ambas manos y su espada cayó al suelo. La pelea apenas había durado unos momentos. Y tenía la sensación de que había perdido. Respiraba con dificultad y el dolor empezaba a dejarse notar cada vez más.

Enfrente suyo, el grupo de arqueros se había dividido en dos. Mientras que tres de ellos se habían apostado en la linde del camino donde se encontraban, y mantenían sus arcos tensados en dirección a los saqueadores que huían con su botín, los otros tres se estaban acercando en dirección al joven.

Samtha intentó seguir las indicaciones de Snādtrebā. Mantuvo la cabeza todo lo erguida que pudo, el rostro en calma, pero firme. Tenía las manos a ambos lados de su cuerpo, abiertas. Por una de ellas podía notar el reguero de sangre que goteaba hasta el suelo.

Inclinó la cabeza, en el gesto de encuentro que sus padres le habían enseñado, con un poco de suerte, la gente de Axerest también lo conocería.

—Está de más decirlo, pero no te muevas —gritó uno de los arqueros que se acercaba.

Tenía el pelo de un negro azabache, y por la suavidad de su rostro era realmente joven, más joven que Samtha sin duda alguna.

—Tranquilo, cachorro. Este extraño no pertenece a los Colmillos —dijo otro de los arqueros—. Aún tiene las marcas de sus armas.

El arquero que había hablado en segundo lugar bajó su arco lentamente, aunque no quitó la flecha. Samtha estaba seguro de que podría tensarlo y dispararlo más rápido de lo que él podía hacer algo al respecto.

Era bastante más mayor que el primero que había hablado, o cualquiera de los otros arqueros. De todas maneras, la edad no parecía haberse cobrado su precio, a juzgar por la anchura de sus hombros y la manera en la que se movía. Claramente era habilidoso, y había sido entrenado.

Samtha lo observó cuidadosamente, ya que parecía ser el líder del pequeño grupo. Ninguno de ellos tenía aspecto de guerreros, a diferencia de los que le habían atacado. Más bien parecían cazadores o exploradores de algún tipo. Todos llevaban capas de un color marrón oscuro que parecía aclararse y oscurecerse en determinados puntos de la tela.

Tenía el tiempo contado. Con disimulo miró rápidamente, deslizando su mirada por la ropa y los objetos que portaban los extraños. Necesitaba una ventaja. Justo en aquel momento distinguió lo que estaba buscando.

En el interior de la capa del líder del grupo había un pequeño broche. No parecía mantener nada sujeto, sino que había sido prendido a una de las numerosas tiras de cuero de la capa a modo decorativo. Estaba hecho de un material claramente metálico, pero con un acabado mate que apenas reflejaba la luz del sol.

Samtha conocía ese símbolo de memoria.

—No soy una amenaza para el asentamiento de Axerest. De hecho, he luchado contra estos guerreros que os han atacado. Y me han atacado a mí también, sin provocación.

—No son guerreros. —Uno de los arqueros escupió en el suelo—. No se merecen ese nombre. Son saqueadores.

—Entonces he luchado contra esos saqueadores. —Cada vez se notaba más débil—. Solo busco un lugar tranquilo donde pasar el invierno.

El arquero de más edad se movió tan rápido que Samtha fue incapaz de seguirlo y menos aún reaccionar. Antes de darse cuenta le había puesto un cuchillo en el cuello.

—No me fío de ti, chaval.

El joven tragó saliva y recordó las palabras de Snādtrebā. Calma. Pero con firmeza.

—Mi nombre es Samtha. Si me vas a amenazar, por lo menos dime el tuyo.

—Masias. Tienes dos opciones. Darte la vuelta. O entregarme tus armas, e igual me pienso dejar que te quedes este invierno.

Samtha miró de reojo su espada. Aunque fuesen separados, siempre sabría encontrarla. Tras solamente unos instantes de consideración, asintió y lentamente retrocedió un par de pasos mientras señalaba con el mentón hacia ella. Rápidamente los otros dos arqueros cogieron la espada, el arco y las flechas, además de la daga que aún llevaba sujeta en el cinturón.

Masias simplemente le miró, con el cuchillo apuntando en su dirección. Uno de los arqueros sacó un trozo de cuero y envolvió las armas de Samtha, para luego echárselas al hombro.

—No pasarás las puertas de Axerest hasta que yo te diga. No hablarás con nadie que no te dirija primero la palabra. ¿Entendido?

El joven asintió.

—Bien. —Masias levantó un brazo y el grupo de arqueros empezó a andar en dirección al asentamiento—. Ocúpate de esas heridas. Y luego ven a buscarme.

Masias señaló en dirección a un grupito de tres edificios que estaban en la zona al este de Axerest, al otro lado de los campos y casi en la misma linde del bosque que se extendía más allá.

Samtha asintió una vez más y en cuanto Masias se hubo alejado lo suficiente se dejó caer en una de las rocas cercanas. Marcaba el inicio de uno de los campos de las inmediaciones, que ya habían sido segados.

Durante los siguientes minutos lavó sus dos heridas con cuidado. Por suerte no eran graves y pudo cortar la hemorragia con las medicinas y vendajes con los que se había aprovisionado antes de partir. Su madre siempre le decía que la preparación adecuada era clave.

Pudo apañar las heridas de manera provisional. No obstante, tendría que tomarse los siguientes días con mucho cuidado, o los vendajes no servirían de mucho. Un obstáculo más que superar.

Aprovechó para beber un poco de agua y mascar un par de trozos de fruta desecada. Luego miró a su alrededor. Un poco más allá había una pila de ramas y troncos. Con cuidado de apoyar el menor peso posible en la pierna herida, cojeó hasta allí.

Tras agacharse con cuidado, rebuscó y cogió lo más parecido a un bastón que encontró. Un rápido vistazo le bastó para ver que era madera de cedro, con lo que era lo suficientemente duro como para utilizarse como un arma improvisada, si tuviese necesidad.

Se incorporó de nuevo, esta vez con la ayuda del bastón y empezó a caminar en dirección a los tres edificios que Masias le había indicado. Había tenido la esperanza de tener más bazas a su favor, en vez de tener que ganarse la confianza de la gente de Axerest desde cero. Pero era mejor eso que ser expulsado directamente. Ese pueblecito era clave. Y la gente que habitaba en él era doblemente importante.

Además había elementos que el libro que llevaba con él no mencionaba. Esos guerreros, saqueadores los había llamado Masias, no le eran familiares. Eran un imprevisto. Y si no había información sobre ellos en el libro, y estaba seguro de que no la había tras haberlo estudiado detenidamente durante años, tenía que conseguirla de otras fuentes.

Cabizbajo siguió cojeando. Pensando. Planificando. En la distancia el sol descendió con suavidad hasta casi desaparecer en el horizonte.

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Círculo  - una novela inspirada en Ironsworn (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora