—Me… me alegro de verte —la voz de Cat sonó entrecortada, era evidente que seguía bajo los efectos de la conmoción que le había causado verlo una vez más.

—Yo también me alegro de verte, Catalina. Te veo muy bien —la mirada masculina se deslizó arrogante sobre su cuerpo, como si tasara cada centímetro de su carne y encontrara que no estaba a la altura. Cat empezaba a sentirse enferma y se mordió el labio inferior con nerviosismo.

—Gracias —susurró Catalina. De pronto, la joven parecía apagada y sin rastro de su viveza habitual.

Leopold consiguió al fin apartar los ojos de su bonito rostro y, haciendo un enorme esfuerzo por seguir aparentando indiferencia, se despidió sin que su tono sereno traicionara su agitación.

—Bueno, te dejamos que sigas charlando. Daremos una vuelta por ahí.

—Perfecto —Catalina seguía algo pálida, pero se notaba que empezaba a recobrar el dominio de sí misma.

Leopold y Lisa recorrieron la exposición con calma y se detuvieron ante cada obra, examinándola con atención antes de dirigirse a la siguiente.

—Tu amiga es muy buena —afirmó Lisa mientras contemplaba el cuadro de la pequeña cala de Cornualles que tantos recuerdos le traía a Leopold.

—Sí —se limitó a contestar él siguiendo con la mirada la figura de Catalina que ahora charlaba con otro grupo de personas.

En ese instante, Diego Torres se acercó a la joven por detrás y colocó una de sus manos sobre su vientre, Leopold observó cómo Cat volvía la cabeza y le sonreía con dulzura. De repente, como si un rayo acabara de liberar toda su carga electrostática sobre su cabeza, Leo se quedó petrificado.

—¿Qué te ocurre, Leopold? Te has quedado lívido —preocupada, Lisa apoyó su mano sobre el brazo masculino y, al instante, notó su rigidez.

—Perdona, Lisa, pero tengo que llevarte a tu casa ahora mismo. Prometo que te lo explicaré más adelante —las palabras parecían salir a duras penas de entre las apretadas mandíbulas de su amigo y, muy sorprendida, la mujer se dejó arrastrar hacia la salida sin protestar.

Catalina les observó marcharse sintiendo la dolorosa arremetida de unos celos brutales. La mujer que iba con su exvecino no se parecía en nada a Allison; era alta, morena y muy atractiva. En otras circunstancias, si no hubiera sabido que estaba con Leo, le hubiera gustado, pero solo de pensar en que seguramente sería su nueva conquista tenía ganas de asesinarla. Sorprendida por esas violentas emociones, Cat trató de calmarse; no permitiría que la súbita aparición de Leopold después de tantos meses acabara con su tranquilidad. Había sido un auténtico shock volverlo a ver; lo había encontrado algo más delgado, pero seguía tan atractivo como siempre y en cuanto se acercó a saludarla supo, sin lugar a dudas, que no había conseguido olvidarlo. A pesar del tiempo transcurrido, aunque había procurado volcarse en su pintura, no había conseguido borrar la imagen de su exvecino, que volvía a su mente para atormentarla, una y otra vez. Disgustada consigo misma, Catalina sacudió la cabeza decidida a no pensar más en él, al menos de momento, y se volvió de nuevo hacia el hombre con el que estaba hablando, tratando de concentrarse en sus palabras. Cuando acabó todo, Diego se ofreció a acompañarla hasta su casa y se despidieron en la calle frente a su portal.

—Buenas noches, Cat, y enhorabuena. La exposición ha sido un éxito, has vendido más de la mitad de los cuadros.

—Muchas gracias, Diego, no lo habría logrado sin tu ayuda.

—Que descanses, ángel mío. Recuerda que somos un equipo, nos vamos a hacer muy, muy ricos —Diego le guiñó un ojo y la joven soltó una carcajada.

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