Capítulo 20 - Bailando con lobos

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—¡Mierda!

—¡Esa boca! —gritó Peter Whitmore desde abajo.

Después del viaje de hacía un mes, cuando Alex había llegado a casa, se encontró con su padre y su madre esperándola en la puerta. Como un impulso incontrolable, se lanzó a los brazos de Peter y de pronto todos los problemas entre ambos desaparecieron. Luego la curó y, desde entonces vivía con ellas, como antes. Es decir, que Alex llevaba un mes comiendo tortitas de verdad, de las de su padre.

Su amigo y compañero, Philip, había decidido rondar los alrededores buscando peligros y ambos se ocupaban de proteger a Victoria.

Las tres bajaron las escaleras, ella se despidió de sus padres, ambos leyendo el periódico muy juntitos en el sofá. Montaron en el coche de Karen y de un momento para otro estuvieron en la biblioteca. Parecía cerrada por fuera, pero en realidad dentro había más gente que nunca. De momento, los únicos presentes eran Elizabeth, Dag, Puck, Gwen y George.

Todos estaban muy serios, menos Puck, que parecía realmente perdido. Cuando las vio corrió para saludarles y el resto —George, Gwen y Dag— simplemente inclinaron la cabeza. Layla sonrió a Dag, que la estaba mirando de brazos cruzados junto a la mesa en la que estaban.

Puck, si hubiese sido un lobo en ese momento, supuso Alex, estaría meneando la cola felizmente por el alivio de no estar solo.

—¡Alex! ¡Layla! —dijo mientras les daba un fuerte abrazo que casi las deja sin aire. Ellas le saludaron apretujadas entre los ahora musculosos brazos del chico. Siempre había sido muy enclenque, por eso, el cambio había hecho pensar a mucha gente que tomaba esteroides.

—¿Sabéis cuando van a llegar? —preguntó Layla nerviosa. Estaba a escasos minutos de conocer a los suyos.

—Le dirán algo a Liz en el último segundo, para que nadie más sepa dónde encontrarnos —explicó Dag desde la lejanía.

—Cotilla...

—Te he oído, pelirroja.

Liz apareció saliendo del pequeño despacho en el que ella y Layla habían hablado semanas atrás. Llevaba un abrigo con pelo en la capucha que parecía muy caliente. Se fijó en ellas.

—Buenos días, chicas.

—¡Buenos díaaas! —repitieron al unísono.

—Me sigue sorprendiendo que esté en la misma sala que dos de vosotros y no esté con un arma —comentó Layla.

—Oh, tu espera.

Karen tenía razón. Sin saber de dónde había salido, la cazadora había sacado una gran escopeta de doble cañón y la agarraba con fuerza, aunque sin apuntarles. Se acercaron a la mesa con el resto, y Gwen también las saludó. Se había colocado al lado del vampiro y parecía realmente molesta con lo que quisiera que le estuviese susurrando. Se giró a él alguna que otra vez para devolverle una mirada asesina. Puck parecía muy atento a los movimientos de la alfa, como si tomase apuntes en clase.

—Bueno, ¿y cómo se supone que van a avi-

Antes de que terminase la pregunta, Alex vio un remolino de fuego surgir encima de la mesa y entonces aparecieron de la nada cenizas, que se juntaron formando un trozo de papel. Liz lo recogió y lo leyó para sus adentros.

—¿Los cazadores podemos hacer eso? —preguntó entusiasmada Layla.

—No cielo, tienen una bruja —aclaró George.

—Vamos.

Cuando Elizabeth dio la orden, todos se movieron. En su coche fueron ella, Gwen, Puck y George. En el otro el resto del equipo. Los dos vampiros subieron a los asientos de delante. Alex fruncía el ceño y evitaba la mirada de Dag en el retrovisor.

Thorn ValleyWhere stories live. Discover now