• c u p i d o ; wos •

• - D I E C I N U E V E - •

Su voz sonaba bajita con el griterío que tenía de fondo. Parecía estar al aire libre y tener gente alrededor, lo que me llamó la atención.

— En mi casa. — Respondo y ella tarda algunos segundos en oírlo. — ¿Por?

— Te veo en la plazita de siempre, en una hora. — Dijo rápidamente, como si estuviera apurada, o emocionada. — Tengo que decirte algo muy importante.

Cuando dijo la plazita de siempre, sabía que se refería a una que estaba cerca de la escuela, y de la casa de Valentín. La misma que fuimos a "estudiar", y que íbamos de niñas para jugar. Es por eso que ya la tenía muy bien ubicada.

No supe muy bien que decirle a Juliana ante su propuesta, debía preguntarle a mi abuela y ver cuándo llegaba mi vieja. No podía confirmarle nada con tanto apuro.

— No sé Ju-

— ¡Nada! — Grita y me sobresalto. — Te veo acá en una hora.

Juliana cortó la llamada.

"¿Acá?"

¿Acaso ella ya estaba ahí?

Comencé a tener un poco de miedo por su forma de hablar. Me temía que haya pasado algo malo, y yo aún no estuviera enterada. Pero traté de no pensar en eso, y enfocarme en que Juli podía ser exagerada a veces, y quizá solo quería decirme que aprobó alguna materia.

Para estar tan emocionada, seguramente no era nada malo... ¿o si?

Agarré mi cabeza con frustración, sin saber qué esperarme de todo lo que había pasado desde el mediodía. 

— ¿Pasa algo, Eve? — Pregunta mi abuela al ver mi reacción.

Niego inmediatamente, y me quedo pensando algunos segundos en cómo expresarme. — Tengo que ver a Juliana en una hora, abue, es importante.

«Que me deje, que me deje, que me deje» Rezaba en mi mente.

Ella asiente, algo extrañada. — Está bien... andá tranquila, yo le digo a tu mamá.

Sonrío y subo a toda velocidad hacia mi cuarto. Debía cambiarme y prepararme. Lo de Valentín tendría que esperar.

Iba a ir, y sacarme la duda de una vez por todas.

[...]

Las piernas estaban empezando a dolerme por la rapidez en la que caminaba.

No dejaba de hacerme la cabeza; Primero Valentín, después Juliana. Estaba segura de que tenían algo que ver, sino, sería mucha coincidencia que los dos me busquen con tanto apuro.

Lo único que deseaba era no haber metido la pata con alguna cosa, sin darme cuenta, y que me espere lo peor.

Cuando comencé a ver el tumulto de gente en la plaza, a un par de cuadras, le envié un mensaje a Juliana para avisarle.

Habíamos acordado en encontrarnos debajo de un árbol gigante, en la esquina de la manzana, el cual podríamos identificar por las ramas enormes que lo caracterizaban. Para mí, era fácil reconocerlo. Cuando éramos chiquitas solíamos trepar de su tronco y jugar como si fuesemos dos monas. Eran recuerdos que me hacían sonreír cada vez que aparecían en mi cabeza.