i -amor imposible.

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Hacía poco que habíamos ido, y volvíamos de nuevo

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Hacía poco que habíamos ido, y volvíamos de nuevo. Anteriormente por una boda y ahora otra vez pero por un entierro.
Mi bisabuelo había muerto y hacía menos de un año que el primo de mi madre se había casado. Había sido una boda inolvidable en ese momento me prometí no olvidarla nunca. Hubo de todo un poco y para nosotros en ese entonces niños de la misma edad más o menos, muy emotiva ya que antes de la boda ocurrieron unos sucesos que prefiero no mencionar.

Y otra vez estábamos allí en nuestro solitario pueblo que al parecer lo único que habían eran abuelos y muy pocos niños. El viaje era largo, unas diez horas y fue la primera vez en mi vida que íbamos dos veces seguidas por año a este lugar.

Nos bajamos del coche –ese Mercedes-Benz negro que ya no tenemos– y miré hacia arriba, enfrente, a unas cuentas casas de distancia se encontraba la casa de mis bisabuelos. Ahora se encontraba vacía ya que los dos habían fallecido finalmente.
Frente a ella habían varias personas que vivían por el pueblo y al escuchar la notician habían subido hasta la vieja casa. Me acerqué lentamente subiendo la cuesta tan característica que tantas veces había tenido que subir para ir a su casa y bajar para dirigirme a la de mi tía-abuela unas pocas casas más abajo.

Intentaba no hacerme notar, pero el ambiente era tan silencioso y personal que era imposible que las personas presentes no te dedicaran una leve mirada con sus ojos llenos de lágrimas. Algunos simplemente con los ojos empapados y otros con todo el rostro llenos de ellas y los ojos y la nariz rojos de tanto llorar.
Era un momento triste pero yo no lloraba. Cuando ya me acerque lo suficiente como para reconocer algunas de las caras presentes me percaté de que junto a ellas delante de una ventana se encontraba la persona que más había echado de menos en ese pequeño periodo de tiempo.
Me acerqué a él y seguidamente él se giró y pude apreciar que también había estado llorando, bueno, era normal. Era su abuelo.

Al rato subió mi abuela y mis padres, los adultos que eran familiares podían entrar a la casa y despedirse finalmente del recién fallecido. Me acerqué a mis tías, tíos y abuela. Me quedé con ellos un rato, viendo como sus lágrimas descendías por sus rostros y su tristeza me inundaba y me hacía sentir mal, porque yo no lloraba. Hacía dos años que su madre había muerto y ahora su padre.

Hablaba levemente con mi hermana y nos acercamos nuevamente hacia Emilio no decíamos nada, no era como las demás veces. Él siempre alegraba el ambiente con sus chistes pasados de gracia y su gran sonrisa que hacía que tú también sonrieras a la vez que él lo hacía. Ahora simplemente miraba directamente hacia la ventana dónde había un papel pegado en ella diciendo el nombre del fallecido y cuándo y dónde era el entierro. Sus lágrimas caían de sus grandes y marrones ojos ahora rojos por la tristeza.
No apartaba la mirada de esa nota, ese cartel que verificaba lo que pasaría y él a sus trece años no quería aceptar.

—Emilio —lo llamé suavemente, quería que apartara la mirada, quería hablar con él. No soportaba verle así, quería decirle que por mucho que mirara hacia allí nada cambiaría.

No se movió, cómo si ninguna palabra hubiera salido de mi pequeña boca.
Mi hermana me miró y yo le devolví la mirada, nos miramos con cara afligida, sabíamos que no nos haría caso de ninguna manera. Así que decidimos callar y acompañarlo tanto a él como a los demás adultos presentes.

El pecoso niño empezó a dirigirse hacia la puerta, mi padre lo paró y le dijo que lo mejor era que no entrara, mis tías empezaron a decirle lo mismo. Parecía ahora algo convencido de no hacerlo, aunque no del todo.
Su padre le empezó a decir que hiciera lo que quisiera.
No miró atrás y entró.

A los pocos segundos se escuchó alguien cerrar una puerta detrás de sí, miré y provenía de la casa de mi tía-abuela. De ella salió una pequeña niña de unos seis años de edad con su característica coleta alta y corta y con ese flequillo ladeado que hacía que no viera del todo bien. Ella siempre se lo metía detrás de la oreja pero era imposible que se quedara allí, se le volvía a esparcir por la cara tapándole la visión nuevamente.

Cuando me vio corrió rápidamente hacia mí, gritó mi nombre mientras lo hacía, me arrodillé con una pierna flexionada y la otra apoyada en el suelo con los brazos extendidos, preparada para recibirla en mis brazos. Llegó y sentí el típico impacto de alguien que de tanta velocidad por querer tenerte casi hace que os caigáis al suelo, eso no pasó pero su pequeño cuerpo junto a esos delgado brazos parecían no quererme soltar nunca y demostraban lo mucho que me había echado de menos en ese periodo de tiempo.
Yo también sentía eso y le devolvía el abrazo igual de fuerte. La cogí en mis brazos y ella no me soltaba pero no parecía importarme. Me giré hacia mi hermana con la pequeña en mis brazos mientras soltaba algún que otro sollozo y le dirigí una mirada que totalmente decía: 'No sé que hacer'.

Nunca se me habían dado bien los niños siguen sin ser mi punto fuerte. En este tipo de situaciones me bloqueaba, no sabía cómo debía de actuar. A día de hoy sigo sin saber cómo consolar a las personas, las escucho y doy mi punto de vista pero en realidad parece que no me escuchan y acaban haciendo lo que les parece por eso lo que más hago es limitarme a escuchar y observar. 

Nos esperamos a que Emilio saliera y cuando estuvo con nosotras todavía con lágrimas en los ojos nos bajamos hacia la otra casa bajando por la cuesta.

Había demasiados familiares que se hospedaban en la casa de mis tíos-abuelos y al final no cabíamos por lo tanto las niñas nos íbamos a ir a dormir a casa de los recién casados junto con la hija de la novia, nuestra ahora prima. Tenía la misma edad que Teresa, eran de la misma altura y las dos muy mandonas por eso chocaban mucho, no dejaban de pelearse por cualquier cosa. Lo que una tenía la otra también lo quería, era un caos.

Al solo irnos las chicas, Emilio se quedaría solo. Intentó convencerme para quedarme con el, no habían más camas por lo tante habría que dormir juntos en una cama demasiado pequeña. Le pregunté a mi madre haber si me dejaba quedarme junto a él, pero su respuesta fue clara con un rotundo no.
Intenté convencerla pero no cambiaba de opinión.

Finalmente, nos subimos todas en el coche. No quería separarme de él, sabía que se había enfadado, sabía que  con todas sus ganas quería que me quedara, y lo más duro era que yo también.
Al empezar a dirigirnos hacia la casa, observaba a Emilio desde la ventanilla. Su cara de desacuerdo lo decía todo, se había enfadado y le costaría volver a hablarme.

One-Shot'sWhere stories live. Discover now