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Tres mujeres más llegan con mi vestido, envuelto en una gruesa tela de seda rosada. Lo colocan sobre el maniquí que tiene mi misma contextura y lo dejan a la vista. El vestido era hermoso, a ciencia cierta, era el maldito vestido más bello que había visto jamás. Tenía el pecho descubierto y un escote recto que llegaba de lado a lado. Era ajustado en la cintura y extremadamente grande y holgado de la cintura hasta los pies. Casi parecía el vestido con el que Cenicienta se había casado. Pero yo no podía sonreír, ni siquiera teniendo semejante vestido en frente de mí.

—¡Oh, por Dios, es hermoso! —habló una de las mujeres.

—¡Apuesto a que es muy costoso! —dijo otra.

Y mientras todas halagaban y admiraban el impresionante vestido, yo pensaba en lo que el futuro me depararía; estaba a punto de casarme con Alexey. Mi padre había ganado y a cambio, yo había perdido mi vida y mi libertad con ella.

—Bueno, bueno —mamá aplaude— es hora de que Mérida se coloque su vestido ¡la ceremonia está por comenzar! —dice, totalmente entusiasmada y con una sonrisa de oreja a oreja.

De inmediato, las mujeres se ponen en marcha, toman el vestido y me colocan, como si de una muñeca se tratase, y eso era ahora. Me colocan el vestido y lo aprietan fuertemente. El vestido marca mi cintura a la perfección. Todas me observan y mi madre llora mientras me ve. Me miro al espejo y aún no reconozco a la persona que veo, se veía como yo, pero no era yo.
Entonces, las mujeres salen de la habitación y nos dejan a mi madre y a mí a solas.

—Oh, Mérida... —habla, con la voz entrecortada por las lágrimas que corrían por sus mejillas— Te ves... Eres hermosa, hija.

Me volteo y la observo fijamente.

—Mamá... No quiero, no puedo hacer esto, por favor —le suplico— por favor, no permitas que él me haga esto.

Ella toma aire.

—Mérida, siempre he querido lo mejor para ti, siempre quise que fueras feliz, hija...

Doy un paso hacia ella, aunque el enorme vestido me dificulta el caminar.

—Mamá, no seré feliz, seré miserable el resto de mi vida —junto mis manos en modo de suplica— por favor, no lo permitas...

En eso, antes de que ella pueda responder cualquier cosa, mi tía, la hermana de mi padre entra por la puerta sin siquiera pedir permiso.

—Es hora —dice sin más, y sale de la habitación.

El corazón me late con rapidez, mi respiración se acelera, las manos me sudan y me tiemblan como si estuviera a punto de caminar hacia lo que sería mi muerte.

—Lo siento, Mérida —es lo último que dice mi madre y sale de la habitación.

Sentía que me faltaba la respiración, comienzo a ventilar mi rostro con mis manos, intentando que el vestido me deje respirar. Las lágrimas comienzan a rodar sin más por mis mejillas, estaba a punto de casarme y de vivir la vida de mierda que le había tocado vivir a mi madre, estaba a punto de caminar hacia lo que mis padres habían decidido mucho antes de mi nacimiento y aún así... Pensaba en Trevor y en mi hermano, con el que no había hablado desde hacía un mes. No sabía nada de ninguno de los dos, solo sabía que Trevor ahora era músico solista ¿y mi hermano? No tenía idea de lo que había sucedido con él. Nadie me daba razón y ahora estaba a punto de perderlo, a él y al resto de lo que alguna vez fue mi vida.





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Tengo agarrado a mi padre por el brazo, mientras todos nos miran caminar, estoy a punto de casarme en la mansión de campo de mis padres, bajo la luz del sol, con una decoración hermosa, pero mi corazón latía con suma rapidez y las piernas me temblaban al caminar sobre las pequeñas rocas, aunque había rosas por todos lados, yo sentía que su olor me ahogaba.
Había más de cien invitados y todos me observaban, personas que yo no conocía, amigos y aliados de la familia, pero yo no reconocía a ninguno de ellos y todos tenían sus ojos sobre mí.

Dos locos en carreteraWhere stories live. Discover now