Los colores dormidos (Capítulo I)

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Las calles estaban aún desiertas. La nevada del día anterior había cubierto las aceras y sólo alguna que otra pisada extraviada salpicaba el manto blanco. Una trémula neblina deambulaba por las estrechas calles de París.

Evelyne se acercó a la ventana y posó las yemas de sus dedos sobre el gélido cristal. Su respiración quedó marcada por una nube de vaho. Paseó su mirada perdida por el barrio, antes de introducirla de nuevo en su habitación. No le gustaba esa ciudad; Todos aquellos edificios de piedra que la rodeaban, las viejas calles y los angostos callejones sin salida le hacían sentir encerrada en una enorme prisión de hormigón.

Evelyne había vivido con su familia a las afueras, en una bonita casa de campo alejada de aquel barullo y trajín infernal, pero habían tenido que mudarse cuando murió su padre.


A veces, le gustaba recordar su olor y sus abrazos. Aquello le hacía sentir segura. Pero rápidamente sacudió la cabeza y trató de alejar esos recuerdos.

Se vistió y bajó corriendo las escaleras de caracol que conectaban los dormitorios con el vestíbulo. Cogió su abrigo y salió a la calle. Se tuvo que enfrentar a una helada ráfaga de viento que despertó todos sus sentidos y activó su cuerpo. A menudo le gustaba pasear temprano entre la niebla y respirar el aire más nuevo del día. Era lo más parecido a vivir en el campo que podía hacer dentro de aquella ciudad.

Mientras caminaba y se acercaba al centro de la ciudad, un revuelo junto a la panadería llamó su atención. Se acercó con la curiosidad que le caracterizaba y se asomó entre las cabezas de la gente. Logró escuchar gritos que parecían venir de Olivier, el panadero:


- Tú ladronzuelo, ¿no te han enseñado modales?


Después, pudo distinguir la voz de un chiquillo, más o menos de su misma edad:


- ¡Señor, yo no he sido! Yo no le he robado el pan. ¡Lo juro!


Tras un rato de alboroto, el griterío comenzó a disiparse, y la gente se empezó a alejar.


Evelyne se acercó al chico que yacía magullado en el suelo. Él le contó lo ocurrido y cómo había robado el pan para poder tener algo que llevarse a la boca.


- Mi padre está enfermo.


- ¿Qué le ocurre?


- Se muere. - Dijo él, escueto y evitando la mirada de la niña. Evelyne no supo que contestar, simplemente se quedó callada y recordó a su padre. Finalmente miró a su costado y cogió la barra de pan que se estaba mojando sobre la nieve. Sacó un pañuelo de su manga y la envolvió en él.


- Toma. - Dijo tendiéndosela al chico. - Se pondrá bien.


El niño no contestó y, tras mirar al suelo un rato, lo cogió como un tesoro. Ambos permanecieron en silencio hasta que Evelyne colocó las manos detrás de su cabeza y, apartándose el pelo de la nuca desabrochó el colgante que rodeaba su cuello. Se quedó observándolo sobre su mano. Finalmente, se lo tendió al muchacho:


- Coge esto. Es lo único que tengo.- El chico levantó la vista del punto de la acera en la que la había tenido fija todo ese rato, pero no la miró a ella.


- ¿Qué es?- preguntó.


- Es un colgante. Me lo regaló mi abuela... Antes de irse.- Se quedó pensativa un instante mirando el medallón.- Me prometió que cada vez que lo llevara puesto, ella seguiría conmigo. También dijo que cuando saliera el arcoiris, ella bajaría para darme un beso todas las noches.- La niña sonrió, inocentemente y, al ver que el chico no cogía el medallón, se lo posó delicadamente en la mano. Este la cerró, y lo palpó atentamente, recorriendo su relieve con los dedos.


- ¿Que pone? -preguntó con la mirada perdida en el colgante.


- No lo sé. Está escrito en latín. ¿No sabes leer?.- Pero el chiquillo no contestó. Se limitó a bajar la cabeza.


- Entiendo.- Dijo Evelyne, a la vista de su silencio-.Yo te puedo enseñar.


El pequeño siguió callado, hasta que finalmente habló:


- No.


- ¿Por qué no? ¿No quieres aprender a leer?


- No puedes enseñarme.- Dijo, volviendo a bajar la cabeza. Guardó el colgante entre su ropa harapienta y seguidamente, tanteó el suelo nevado con la otra mano.


- ¿Buscas algo?- Le preguntó Evelyne. Pero siguió sin mirarla y se limitó a coger un pequeño bastón tallado en madera.


- No... Adiós.- Dijo dándose la vuelta, dubitativo. Comenzó a golpear suavemente el suelo con el palo por delante de sus pies, a la vez que se alejaba. Llevaba ya recorridos unos metros cuando se paró y se dio la vuelta hacia Evelyne.


- Oye, ¿cómo te llamas?- Su mirada se perdió en algún punto tras la niña y entonces ella se dio cuenta; era prácticamente ciego. Su abuela, tras entregarle el medallón, le explicó que cuando una persona no ve, es porque los colores de su mundo estan aún dormidos, pero si tiene esperanza y los descubre, conseguirá hacer que se despierten.


- Evelyne. - Contestó, al fin.- ¿Y tú?


- Llámame Tim.- Aguardó un segundo, seguramente esperando una respuesta, pero tras no oír nada, dio la vuelta de nuevo y desapareció tras la niebla.


* * *
Hola! Aquí está el primer capítulo, ¿qué os parece?
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Los colores dormidos (Wattys2015)Where stories live. Discover now