Fuerza

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Capítulo dos: El orgullo de un dragón

Fuera de los reinos, en aquel mundo de magia, existían tierras que poseían millones de misterios indescifrables cada uno más interesante que el otro. Los diferentes ecosistemas se volvían una trampa mortal para los extraños, e incluso, gran parte de las tierras, seguían siendo inexploradas. Esto por el temor de las extrañas y peligrosas criaturas que podían habitar allí: extensos bosques encantados, hasta volcanes impregnados en poderosa energía natural; desde mazmorras usadas como tumba donde los poderosos guardaban sus tesoros, hasta restos de reinos abandonados.

Pocas personas tenían el atrevimiento de vagar por las tierras inexploradas del mundo, entre estas leyendas: el viajero negro, un poderoso brujo con la capacidad de someter a todo un ejército por sí solo; viviendo siglos en aquel mundo, el viajero se dedicaba a buscar y explorar, viajando sin un rumbo fijo y recolectando dinero para sobrevivir, aceptando distintos tipos trabajos.

Megumi, antes de adquirir a Sukuna —un niño semihumano que gano en una apuesta—, una joven pareja lo había contratado para deshacerse de un espíritu maligno que controlaba su hogar: se trataba de un trabajo sencillo con una buena suma de dinero, por lo que no podía dejar escapar esa oportunidad. Sin embargo, sus planes se habían visto estropeados con la llega del semidragón. Perdió cinco días de viaje —y dinero— esperando a que el niño recuperara sus fuerzas, retrasándolo considerablemente.

Actualmente, con la correcta alimentación y unos cuantos hechizos de curación, Sukuna lucía un poco mas recompuesto a la primera vez que lo vio: el color de su pelaje resplandecía brillante e intenso, al igual que su piel lisa mucho más viva que antes; incluso los ojos del mocoso adquirieron un brillo singular, como si el fuego habitara en ellos.

—Pareces animado —comentó Megumi—, ¿qué paso con tus zapatos?

Sukuna dejo de correr por el prado y bajo la mirada a sus pies desnudos tras escuchar a Megumi. La calidez del césped era agradable y sentía una enorme fuerza transcurrir por sus poderosas extremidades. No le veía el problema a andar descalzo, y los zapatos eran demasiado formales para él. Sukuna busco con la mirada a Megumi y avergonzado, negó suavemente con la cabeza.

—No me gustan —contestó Sukuna.

Seguidamente, el niño corrió hasta una de las rocas y fue escalando entre ellas, sin querer oír la respuesta del brujo. Megumi solo suspiró con cansancio, no iba a perder su tiempo discutiendo con un mocoso.

En esos momentos se encontraban fuera de la ciudad, precisamente en uno de los valles donde los campesinos vivían aislados del resto de la ciudad. Las casas estaban muy alejadas unas de las otras y era un sitio donde no existía mucho peligro. Megumi, curioso por las habilidades del semihumano, busco un par de actividades rápidas para realizar, como atrapar animales pequeños o trepar hasta la cima de un árbol. Al principio, Sukuna no quiso acatar las órdenes dándole más trabajo del necesario a Megumi, pero después, poco a poco, fue respondiendo a la voz de su dueño, obligado por la magia vinculante.

—Duele —decía Sukuna cada vez que desobedecía una orden.

—Haz que no duela —respondió—. Obedece.

Eran ese tipo de actitudes que hacían a Sukuna recordar el porqué aborrecía ser un esclavo, especialmente de ese sujeto. Sukuna deseaba correr por el prado sin preocupaciones y dormir escondido en la maleza, cazar para alimentarse y no por orden de un estúpido brujo.

—Amo Fushiguro —dijo Sukuna, respirando con dificultad—, estoy cansado.

Megumi sentado de piernas cruzadas en lo alto de la colina, le dedico una mirada.

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