Se apellidaba, Dawson.
La señorita Dawson se había convertido en un constante motivo de fastidio en mi horario docente de martes y viernes, por lo demás agradable, y no veía la hora de librarme de ella.

Carraspeé para avisar a mis alumnos de que la clase daba comienzo, y por una vez se serenaron rápidamente. Yo conocía de sobra el motivo de su inusitado comportamiento: ese día íbamos a tratar la novela Lolita de Vladimir Nabokov. La trama subida de tono de un hombre maduro que se enamora y mantiene relaciones sexuales con una niña de doce años la convirtió en un clásico de todos los tiempos en las aulas, aunque no fuera de mi agrado debía enseñarla. Aún estaba prohibida en muchos lugares, y nada hacía sentir a mis alumnos de literatura más adultos que leer libros «prohibidos». Cuando comenzó la clase, me sorprendió ver que, por una vez, la señorita Dawson no participaba; tomaba apuntes en silencio con un esbozo de sonrisa en el rostro.

En el transcurso del debate, un estudiante sentado al fondo comentó que el personaje principal, Humbert, era un enfermo mental que no controlaba sus actos, por lo que se merecía un poco de indulgencia.

—Pero no puedes defenderlo —replicó una chica cuyo nombre yo no recordaba—. ¡Es un pervertido consumado y corrompe a la niña!

—En realidad, pienso que ocurre al contrario —terció la señorita Dawson, sin levantar la vista de sus apuntes.

—¿Cómo? —se sorprendió la chica—.¿Lo dices en serio?

—Como que me apellido Dawson —respondió ella—. Estoy casi segura de que Lolita es la que corrompe a Humbert. Lo seduce y él cae rendido a sus pies. ¿Qué hombre no lo haría?

—¡Pero si no es más que una niña! —insistió la otra chica.

—Efectivamente, pero sabe de sobra lo que se hace cuando lo seduce. No es su primera experiencia sexual; luego él prácticamente come de la palma de su mano. No digo que él actuara bien, pero tienes que recordar que la ve como una chica joven, y por su parte su madurez emocional no supera la de un niño de doce años.

La chica se quedó sin argumentos y bajó la vista.

—Esa es una buena observación —admití.

Aunque las intervenciones a destiempo de la señorita Dawson me fastidiaban, siempre realizaba excelentes aportaciones a los debates. Por lo general, me agradaba tener a alumnos tan participativos en mi clase para animar los debates. Solo que en su caso había algo que me crispaba. Por alguna razón, sacaba lo peor de mí.

—Bien, ¿por qué creen que el autor decidió escribir sobre un tema tan controvertido? —pregunté a la clase.

Algunos levantaron la mano, pero desistieron en cuanto la señorita Dawson intervino sin permiso. Otra vez. Apreté los dientes. No cabía duda de que la chica era inteligente, pero ¿por qué no respetaba las reglas como el resto?
Por Dios, es de lo más exasperante.

—¡Señorita Dawson!

Se calló y me miró. Por desgracia, no parecía intimidada en absoluto y se limitó a lanzarme una mirada de extrañeza.

—¿Sí, Jimin? —preguntó amablemente.

—Profesor Park —corregí.

Menos mal que el semestre acabará pronto.

Ella se limitó a sonreírme.

—Si no espera su turno para hablar, puede abandonar el aula —dije, retándola para mis adentros a continuar su perorata.

Hizo una seña para que yo continuara y se reclinó en el asiento con gesto divertido. Pedí a los demás estudiantes que opinaran y recibí unas cuantas respuestas nada inspiradas sobre los tabúes. Una de las chicas llegó incluso a argumentar que el verdadero pervertido era el autor. Suspiré y de mala gana di la palabra a la señorita Dawson, que sonrió maliciosamente y se inclinó hacia delante.

𝕀𝕟𝕟𝕠𝕔𝕖𝕟𝕥 𝕋𝕖𝕒𝕔𝕙𝕖𝕣: 𝕋𝕙𝕖 𝔹𝕖𝕘𝕚𝕟𝕟𝕚𝕟𝕘彡★𝕁𝕚𝕞𝕚𝕟 𝕪 ____★彡Where stories live. Discover now