Perfume de gardenias

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El nombre de mi interés amoroso se negaba a salir, pero era urgente librarme de ese incómodo interrogatorio.

—Se trata de... de la señorita Bautista —por fin salió y pude respirar.

—¿La hija de Cipriano? —Mi madre dibujó una expresión de confusión—. Pero ¿no fue con esa niña con la que salió tu hermano?

—Sí.

Los dos se quedaron sorprendidos, pero no tanto como pensé.

Mi padre solo movió la cabeza como si le diera vueltas al asunto.

—Anastasio, si se casan puede que el alcalde nos ayude a solucionar el problema que tenemos de los terrenos.

Mis padres llevaban años peleando unos bienes, todo gracias a que el abuelo no dejó nada por escrito antes de morir.

—Ya veo. —Él movió severo su dedo índice, acusándome—. ¡Con que me saliste robanovias!

—No era su novia... todavía —me atreví a rebatir—. Deben saber que ella lo rechazó y por eso es que quiero acercarme para conocerla.

—Está bien. De todos modos, el cabrón de Sebastián es muy poca cosa para una mujercita así. —A mi padre siempre le molestó la actitud de mi hermano, pero mamá lo protegía y excusaba más de la cuenta.

—Sé de buena fuente que es muy entregada a su familia, cuida a sus cinco hermanos con gran empeño y es muy buena cocinera, me consta porque probé su pastel de carne que ofrecieron en la iglesia. Solo se pasó un poquito de sal, pero nada que la práctica no arregle.

—Entonces, ¿no tienen problema en que la corteje?

—Solo uno —comentó mi madre. Se levantó para ponerse a un lado de mí y sujetó mi barbilla—. Córtate esa maldita barba de una buena vez, no te sale como quisiéramos, el bigote es un desastre y parece mugre. Espera un par de años más para ver si mejora. Y voy a mandar a matar unos pollos para que les lleves un mole. Te he dicho a diario que comas mejor, estás hecho un palito... —Le dio un par de golpecitos a mi estómago—. Pero bueno, voy a hacer que comas más. ¿Cuándo irás a hacer la primera visita?

—Hoy. Quiero invitarla mañana al teatro... si es que están de acuerdo. —Tragué saliva porque venía su respuesta. Si ellos no la aprobaban, ya no iba a poder ni siquiera mirarla.

—¡Tan pronto! —mi madre se emocionó—. Llevas prisa. ¡Mejor!, así te vas a la capital con el compromiso hecho. Creo que voy a hacerles unos chapulines y después mando el mole porque ya no me dará tiempo terminarlo. Te daré dinero para que vayas con el sastre, a ver si tiene algo ya hecho que pueda quedarte. Luces como un pordiosero con esas camisas que te pones.

Mis camisas eran casi siempre de manta blanca porque me gustaba estar fresco y hasta ese día no pensé que fueran feas.

¡¿Compromiso?! Ni nos conocíamos bien y ya me estaban casando. Los que tenían prisa eran otros.

—Estoy orgulloso de tu elección. —Papá parecía en serio complacido—. Tenemos muy poca relación con los Bautista, pero estoy seguro de que esto va a ayudar a que nos conozcamos mejor y hagamos alianzas que puedan servirnos a las dos familias.

Sin duda esas ventajas no las contemplé. Que su padre fuera el alcalde pasó desapercibido, pero me ayudó a no recibir objeciones.

—Pues... si no hay más comentarios, me voy a hacer mis quehaceres.

Mi madre me detuvo antes de salir y me dio un abrazo muy fuerte.

Yo sabía que ella tenía mucho miedo de que me quedara soltero, incluso la escuché un par de veces diciéndole a la gente que me veía trazas para ser sacerdote. Cuando me fui a estudiar lejos seguro tuvo que inventar otra excusa. Al menos la libré de ese pendiente.

Cuestión de Perspectiva, Él © (Libro 1)Where stories live. Discover now