PRÓLOGO

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En algún lado de Moscú

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En algún lado de Moscú.

Centro de detención.

Absorbo la tensión de mis músculos y la alteración me sacude encima de la silla, arrojo la sangre al piso y dentro de mi cabeza imagino otro escenario, otro lugar que no sea este calabozo de tortura. El sudor me recorre la frente, la sien y vuelve otro impacto a retumbar mi quijada, aguanto, me trago el orgullo y no quiebro. Quebrar es de gente arrepentida y no soy lo que aparento, conmigo llevo demonios desalmados, posesivos y sedientos al infame sabor de la tiranía.

—другой —«otro» el ruso perfecto en toda resonancia.

Uno de los cazadores galopea violentamente la porra contra el lado izquierdo de mi semblante maltratado y esta vez los gemidos de clemencia se reemplazan por una amplia sonrisa burlona. La misma pregunta se enchufa en el aire una y otra vez; no importa que tanto me mutilen, flageen o pisoteen, mi respuesta permanecerá intacta.

Elevo la vista encontrándome con el hombre que ha estado sondeando su posición por dos semanas seguidas y procuro apegarme a la risa, si moriré aquí y ahora lo haré a mi modo. «La organización ya me vale un carajo después de la verdad» mi mente asume que la tortura algún día cesará, pero el mar rabioso que atornilla el hueco de mi pecho jamás.

Ese bastardo me...

—Brooke Russell juraste servir a la guardia secreta, luchar; defender tu cimiento y logo con uñas y dientes hasta la muerte —el sermón del ruso explota mi burbuja imaginaria.

Mis parpados están totalmente hinchados y pigmentados de moretones, por lo que mi intento fallido implica la dificultad de regresarle una serie de miradas asesinas.

—No. —toso, la sangre desciende en mis pantalones rotos y procuro no perder los estribos.

El ruso rodea la mesa y se sienta en el borde, sus ojos feroces no me pierden ni un segundo. Es lo bastante superior con respecto a matar cabos sueltos o lo era porque conmigo no hay otra elección que el despiadado y frio deceso.

Soy una repartidora de muerte, no una soplona.

La recopilación de los acontecimientos reales perpetuará bajo mis cadenas, tengo tantos secretos que uno más no hará la gran diferencia.

—¿Entregaste la guardia secreta a los bestiales? —se inclina a pocos centímetros de mi cara y lo respiro.

«No, no, no.»

—No —en automático respondo.

—¿Quién lo hizo? —me presiona.

—No lo sé —sostengo su mirada.

Claro que sí.

—¿Sospechas de alguien? —cuestiona.

—No.

—¿Quién te orilló a traicionarnos?

—No lo hice—murmuro secamente.

Tras la respuesta indica con el mentón arriba que claven un guantazo en mis costillas y al instante la cabeza me cuelga de un lado a otro debido a la torcedura, las gotas que provienen de mi labio roto patinan por la coladera y el eco del derrame resuena como disco rayado.

—¿Entregaste la guardia secreta a los bestiales? ¿Trabajaste para ellos? ¿Revelaste información confidencial? ¿Qué más hiciste en territorio enemigo? —insiste y me toma del largo de mi cabello para enfrentarlo.

Guardo un breve silencio y disparo lo siguiente:

—Mátame porque de esta dulce y letal boca no saldrá nada.

—¿No le temes a la muerte, Sparrow?

Sonrío.

—Yo soy la muerte.

Lo escupo.

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