━ 𝐋𝐗𝐕𝐈𝐈𝐈: No puedes matarme

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Ambos hermanos se habían reunido allí con algunos de sus guerreros y skjaldmö para poder comer y beber después de tan exhaustivo viaje. Y él... Bueno, casualmente había acabado también en aquel tugurio de mala muerte.

Observó a los Ragnarsson con atención, sin perder detalle de sus movimientos. No se fiaba de ellos, aunque tampoco lo hacía de Harald. Los tres miraban únicamente por sus propios intereses, lo que los hacía peligrosos y traicioneros. Solo un idiota creería que Ivar renunciaría a Kattegat solo para que Harald pudiera cumplir su sueño de convertirse en el soberano de toda Noruega, y estaba seguro de que el que ahora era su rey también lo sabía. Pero iba a necesitar todo el apoyo posible si quería derrocar a Lagertha, aunque eso significara aliarse con el que claramente era su rival.

¿Cómo era el dicho?

«El enemigo de mi enemigo es mi amigo».

Que luego Harald —o incluso Ivar y Hvitserk— cumpliese con su parte del trato, respetando las pautas de la negociación, era otro cantar. Él aún estaba esperando el condado que le había prometido a cambio de ayudarlo a escapar con vida de Kattegat. Los meses pasaban y todavía no había obtenido la retribución que merecía. Pero la tendría, por Odín que la conseguiría.

Aún no había jugado todas sus bazas.

Aquellas semanas se había mostrado extremadamente solícito y comedido. Se había mantenido al lado de Harald como el más leal servidor, entrando en su círculo de confianza, y se había ganado el respeto y la admiración de todo Tamdrup. No en vano había rescatado a su amado monarca de las temibles garras de la muerte. Allí todo el mundo lo consideraba un héroe, alguien digno de enaltecer.

Y pensaba usar aquella popularidad a su favor.

Ya iba siendo de poner a Harald contra las cuerdas.

Tras pagar su consumición, Trygve abandonó la taberna a paso ligero, no sin antes dedicarles una última y fugaz mirada a los Ragnarsson, que continuaban parloteando entre ellos, totalmente ajenos a su presencia

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Tras pagar su consumición, Trygve abandonó la taberna a paso ligero, no sin antes dedicarles una última y fugaz mirada a los Ragnarsson, que continuaban parloteando entre ellos, totalmente ajenos a su presencia. Tenía una conversación pendiente con el gobernante de Vestfold, de manera que no lo dudó a la hora de encaminarse hacia el Gran Salón.

Pasear por las calles de la capital lo hacía retrotraerse a su antigua vida, a la que había sido su monótona rutina. El olor a salitre y pescado, los barcos pesqueros atracados en el muelle, la sangre y las vísceras mezclándose con el barro del suelo... Era como volver atrás en el tiempo, como si nunca hubiese abandonado Kattegat. Y una parte de él no podía evitar echar de menos todo aquello que había dejado atrás.

Así como también le resultaba imposible no extrañarla a ella.

A Kaia.

No se enorgullecía de lo que había hecho, de cómo la había utilizado en su propio beneficio. Si bien siempre había tenido claro que debía acercarse a ella y ganarse su confianza para así poder acceder a toda la información que necesitaría para llevar a cabo sus planes de regicidio, jamás hubiera imaginado que, lo que en un principio empezó como algo meramente interesado y circunstancial, acabaría transformándose en algo más. Hasta el punto de llegar a desarrollar ciertos sentimientos por la afamada escudera.

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