Parte 3

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I

—¡Este pueblo está maldito! —gritaba Ariana—, ¡está maldito!

La locura de Ariana había agudizado sus sentidos. Vivía en otro mundo, hablaba con los muertos, sabía más que los brujos, corría más que los caballos.

—¡Este pueblo pagará por sus muertos! ¡Es el sueño de la Luna! Este tiempo acabará cuando el corazón de la Palabra hable, cuando escriba el destino del ayer. La Estrella escribe, Matsa'a es letra. ¡El Sol es un impostor! El Sol se comió a la Luna, pero no es el verdadero Sol, es un impostor. ¡Es el Sol de los extraños!, su camino es una mentira. Éste es el misterio de la Gran Rueda del Tiempo —entonces los gemidos de la desmesura se volvieron lastimeros—. ¡Oh, Nuestro Señor! ¡Gran Sol, Mëj Xëëw,* no permitas que los enemigos nos alcancen!

Ariana recorría los caminos sin dirección alguna, hacía alguna parada rogando a los transeúntes que la escucharan. Santiago intentó detenerla, los vecinos lo vieron arrastrarla con grandes esfuerzos hacia la casa grande.

—La cuenta de los días, el camino del sol, impuesta por los extranjeros, se come el calendario lunar. ¡Nuestro Gran Sol fue ocultado!

Santiago vio en los ojos grandes de Ariana la desesperación. La fuerza de la mujer se había incrementado, sus manotazos al aire acertaban un tanto de veces al marido. Las puertas de la casa grande se abrieron de golpe. Santiago introdujo a su esposa sosteniéndola de los hombros.

—El tiempo está detenido... —gruñó Ariana, mientras Santiago, atónito, la observaba.

Cristina espantaba las moscas, arañas, cucarachas y hormigas, insectos que rayaban la tierra, la madera, las paredes, pero éstas parecían tener prisa por llegar a cualquiera que fuera su destino, pues, aunque ella las barriera, se apresuraban a encontrar su camino. Teresa, que ayudaba a su sobrina, se acomidió ante Santiago. Éste le pidió amarrar a su esposa para que no saliera, en lo que iba por los caballos. Ariana consiguió desatarse. Salió corriendo como alma en pena.

—¡Mis hijas! ¿Dónde están mis hijitas? Ellas pagarán por ser de esta familia. Díganle a mi hija que huya, que se vaya y no regrese.

El pueblo decía que la locura de Ariana se debía a la muerte de su pequeña hija que no alcanzó a sobrevivir más que un par de días; aunque le quedaba Sofía, a veces no la reconocía. Esa tarde la vieron salir del pueblo, rumbo al cafetal. Iba hablando sola, preguntando por sus hijas, acariciando una cabeza que sólo ella percibía.

La noche cubrió el pueblo; jamás encontrarían a Ariana.

El nocturno se extendió al día. El Sol se ocultó junto a la Luna. La negritud se apoderó de la bóveda celeste. El cielo negro se esmeraba por alcanzar la Tierra. Los truenos anunciaron la tormenta. La confusión reinó en el pueblo: relámpagos, gritos, perros, bocas, muertos. Los rayos eran el lenguaje con el que se comunicaban el Dador de la vida y la Madre de todo. Las exhalaciones no podían ser otra cosa que los ósculos del despertar de la Gran Pareja, quienes pronto se dirigirían a sus hijos.

La garganta de la Tierra se abrió para hablar, el abismo de su voz se acrecentaba sobre los pobladores. La mejilla de la Tierra estaba herida, sangraba como en siglos antiguos cuando el tiempo se detuvo; ciclos atrás, lo había hecho para defender los orígenes de los jamás conquistados, ahora sus propios hijos eran responsables de su dolor.

La gente corría desesperada, algunos salían de sus hogares, otros se enterraban en ellos. El aire se llevaba los techos, la Madre Tierra se partía, los socavones empezaron a tragar a la gente, las casas de zacate y madera se rompían, las ventanas incrustadas en el adobe se quebraban, las piedras eran arrastradas. El terremoto hacía crujir a las montañas, del Gran Cerro de las Veinte Deidades se oía una voz temblorosa, y el Cerro Nubes contemplaba lo que sucedía. La Gran Lluvia se introducía en las casas como un invasor, martillando las conciencias. Las personas lloraban, suplicaban, pero era inútil. Martel murió cuando una centella lo atravesó al entrar a su casa.

Matsa'a. Una historia mixe.Where stories live. Discover now