Refunfuñé entre dientes.

—Los ancestros de este niño eran más agradecidos —mascullé—. ¿Qué está pasando hoy en día?

Negué con la cabeza y volví a centrarme en mi jugo, hasta que otra silla de playa se materializó a mi lado. Hedoné se apareció, vestida como si realmente estuviéramos descansado junto al mar, con un traje de baño que seguramente acababa de comprar en alguna tienda de exclusividades.

—No me agrada tu nueva mascota —comentó, acomodándose con una copa de champagne—. Tiene tus mismas malas costumbres, de andar flechando a todo el mundo, indiscriminadamente. No creo que mi madre haya reencarnado en un ser con tan pocas neuronas.

—¿Cómo saberlo? —cuestioné—. Nosotros no elegimos dónde ni cómo nacer.

—En ese caso, creo que estas siendo muy bajo en tus expectativas.

—Soy una persona abierta a las posibilidades —repliqué, con calma.

—Tu método apesta, ¿qué parámetros estas usando?

—Ninguno en específico.

Hedoné dejó escapar un suspiro colmado de fastidio.

—No entiendo cómo le achacan los males den este mundo a Pandora teniéndote a ti libre.

Me encogí de hombros.

—A juzgar por la fecha en que Persefone se me presentó, considerando cómo miden el tiempo los dioses, y mi propia intuición, la reencarnación de Psique debe tener más o menos la edad del último descendiente de Hefesto.

—Quizás le estas dando demasiado valor al factor intuición —comentó.

—Es el más importante.

Hedoné un gesto de desdén con su mano libre.

—Tú eres el que sigue besando sapos —replicó, quitándole importancia.

Pero, a decir verdad, ella sí tenía algo de razón, mi último aspirante había resultado un total desastre, lanzando sus flechas a diestra y siniestra por toda la ciudad. Nada más comenzar, mis víctimas se veían enfrentados a un primer gran problema: conseguir un arco y flecha. Rara vez me preguntaban dónde conseguirlos, cómo si mágicamente fueran a aparecer en su habitación a la mañana siguiente. Psique era lista, había superado cada una de las pruebas que Afrodita le había puesto por delante con inteligencia y astucia, por tanto, yo esperaba encontrarme con la misma brillantes. Solía darle el número de Adrian a quienes tenían el suficiente criterio para preguntar, quienes no, pasaban semanas buscando en la deep web algún herrero celestial que pudiera fabricar sus herramientas. Era una de mis partes favoritas, aunque tenía que mantenerme muy al pendiente pues no faltaba el listillo que creía que comprando un arco y un par de flechas en la tienda de la esquina iba a funcionar. No quería que por mi culpa le llegaran visitas inesperadas a Hades.

Muy ocasionalmente se atrevían a usar directamente en internet los términos de búsqueda que necesitaban. Es decir, racionalmente hablando, ¿cuál era la posibilidad de buscar "herrero de los dioses del Olimpo" en Google y encontrar uno? Solo una vez, un valiente se le ocurrió poner un aviso en el diario. Creo que nunca olvidaré su expresión de inmensurable felicidad y confusión cuando Adrian le contestó. Más, cuando le ofreció venir a su casa, el pobre chiquillo pasó varios días sin responder, preguntándose quién estaba detrás de la pantalla. ¿Un loco que se había escapado del psiquiátrico? ¿Un secuestrador que iba a vender sus órganos? ¿O realmente habían descendientes de los olímpicos dando vueltas por la tierra?

Por supuesto que yo estaba ahí, para alimentar sus dudas.

El más reciente candidato que me había traído el destino era toda una novedad. Como jugador aficionado del tenis, había tenido muy pocas complicaciones para adaptarse al uso del arco y las fechas, desde entonces iba por la vida imitando mis más peligrosas hazañas.

Quizás Hedoné tenía razón y ya era momento de ponerle fin a nuestro acuerdo, pues, ciertamente, ya estaba más que demostrado que él no podía ser la reencarnación de la inteligente y prudente Psique, y yo solo me estaba divirtiendo con él.

—Eres muy sabia —elogié a Hedoné.

—Lo heredé de mi madre —repuso.

—Lo sé —contesté, levantando una cerveza que acababa de aparecer en mi mano—. Le haré una visita.

Instantáneamente, me desaparecí y me trasladé al lugar donde la presencia de Salvatore me llevó.

Estaba en un parque, arrojando flechas, relajadamente.

—¿Qué tal, colega? —saludé.

—¡Eros! —exclamó alegremente—. ¡Qué bueno verte! Creo que ya casi lo tengo, mi primera pareja feliz. ¿Qué te parece?

Le di un sorbo a mi botella.

—Pues te tomó varias flechas lograrlo, ¿no es así? —inquirí.

—No es tan fácil —repuso—, apuesto a que hasta tú te has pegado algunos descarriles.

—Si lo que quieres es competir, te advierto que te saco varios milenios de ventaja —aposté.

—Para hacerlo justo deberías reiniciar tu cuenta —propuso.

—No haré eso —reí.

—Solo para efectos de la competencia.

Había que admitir que era muy difícil quitarle sus privilegios a una persona que me divertía tanto.

—¿Qué competencia? —inquirí.

—¿Qué competencia? —inquirí

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Cupido por siempre [#3]Where stories live. Discover now