Capítulo 1

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Samtha Esra puso la última piedra sobre el montículo que había sus pies. Se encontraba situado en un pequeño claro entre tres árboles, que parecían vigilarlo. Algo más allá varios grupos de juncos marcaban el comienzo de la zona pantanosa que era más típica de las Tierras Inundadas.

En ese pequeño islote de tierra firme en medio del pantano, Samtha se sentía observado. Y sin embargo, el pantano a su alrededor parecía estar en completa calma. No había personas ni grandes animales visibles en cientos de metros a la redonda.

El joven tomó la espada que estaba apoyada contra el montículo y la guardó en su funda. El metal estaba oscurecido de manera desigual, con extraños patrones que imitaban en forma y color a la madera de ébano. La funda de cuero era mucho más simple, de un color grisáceo y sin ningún adorno.

No hacía mucho que había amanecido, aunque le parecía que los últimos días habían durado semanas. Samtha se arrodilló junto al montículo, echando a un lado la pesada capa de viaje que le habría de proteger del frío en su viaje, tanto de día como de noche.

No era momento de venirse abajo, ni de perder el temple. Quizás sí que era un momento de decir algunas palabras. Bien era posible que no volviese por allí en mucho tiempo. El paso de las Dos Hermanas le esperaba. Distraídamente apoyó una mano en el pomo de la espada, cuya oscura superficie estaba rota por líneas de color dorado.

Lentamente metió una mano en una de las pequeñas bolsas atada a su cinturón y sacó una moneda de hierro. Su superficie estaba marcada solo en uno de los lados, el otro era liso y pulido.

—Ojalá pudiese volver a Doniene y llevar a cabo los ritos. Pero sé que tú no querrías eso. Así que seguiré adelante.

—Al norte... —dijo una voz como un susurro de viento.

—Lo sé, lo sé. Al norte —contestó Samtha.

Tiró de la empuñadura de la espada con su mano izquierda, dejando solamente un par de dedos de la hoja al descubierto. Con cuidado pasó el pulgar de su mano derecha por el filo y un par de gotas brotaron con apenas rozarlo.

Con la moneda aún agarrada en su mano derecha, presionó el pulgar contra la moneda de hierro y lo movió un poco, manchando la cara plana con su sangre. Se llevó la moneda a los labios y sopló hasta que la sangre se secó. Luego, aún arrodillado, se tocó la frente con ella.

—No estoy seguro de que merezca la pena seguir este camino. O dónde acabaré exactamente.

—Axerest... —dijo el susurro en el viento.

—Ese es el siguiente paso, ¿verdad? Llegaré antes del invierno. Aunque queda poco, muy poco tiempo.

—Refugios...

—Lo más difícil será ganarme la confianza de la gente de Axerest. Tú te habrías encargado de eso.

El joven se levantó y volvió a enfundar la espada sin mirarla. Luego lanzó la moneda al aire y la atrapó al vuelo para después guardarla en otro de los pequeños saquitos de cuero que colgaban de su cinturón, donde sabía que otra moneda exactamente igual, con una mancha de sangre, reposaba.

Ese segundo saquito estaba hecho de un cuero más oscuro, con numerosos grabados en su superficie.

En aquel momento, una especie de corneta resonó por la zona, con tres largos toques. No parecía que marcase el acercamiento de nadie, ya que la segunda vez que sonó parecía estar más lejos. No obstante, Samtha se preocupó. Era momento de ponerse en marcha.

Se echó al hombro el petate con el que viajaba y encima de este cargó con el escudo roto que recogió de encima del montículo. Una vez hubo asegurado todo con varias tiras de cuero para asegurarse de que no se iba a mover, se colgó el arco al hombro y empezó a caminar.

Círculo  - una novela inspirada en Ironsworn (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora