Capítulo II

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El vapor del agua caliente se perdía en el techo de madera, la luz de la luna se colaba parcialmente a través de las grandes ventanas de aquel castillo y le permitía obtener su propio reflejo por medio del agua.

El agua le otorgaba una vista turbia de su rostro pero era capaz de identificar sus rasgos característicos como el color rubio de su cabello, o sus ojos rojizos parcialmente alargados, su nariz de punta afilada y sus labios proporcionados. No estaba muy acostumbrado a mirarse frente a un espejo pero muchas veces se cuestionaba el no haber nacido con los ojos de sus padre, al igual que Himiko, y tener en cambio el color rojo rubí adornando sus iris el cual según su progenitor heredó de su fallecida madre a quien no tuvo la dicha de conocer.

Al menos pudo heredar el cabello rubio de padre, y lastimosamente Himiko igual, a fin de cuentas eran mellizos, pero agradecía solo compartir el mismo color de cabello y no su asquerosa y extraña personalidad.

Levantó una de sus manos la cual estaba sumergida en el agua y pudo observar los pliegues en las yemas de sus dedos a causa de estar expuestas a la humedad, pero estaba tan relajado y en cierta parte el calor del agua aliviaba el dolor de su maltratado cuerpo.

Ya habían pasado dos días desde aquel combate junto a Eijiro y su cuerpo aún lo lamentaba, por suerte su compañero y autoproclamado mejor amigo había despertado después de semejante golpiza.

Y la verdad tampoco se había arrepentido de no haber medido su fuerza, él, Katsuki, actual escudero del castillo y aspirante a caballero real no escatimaba en demostrar su valía; él quería ser reconocido por sus propios méritos y no por ser hijo de Yamato Toga, caballero real y protector del Rey y dios todopoderoso Shigaraki.

Katsuki Toga tenía mucho poder y potencial para ser reconocido por su dios y por su reino, Wessex; había entrenado casi toda su vida por ello y lo conseguiría, estaba seguro de aquello.

Apoyó sus brazos extendidos sobre el borde de aquella bañera de madera y dejó caer su cabeza para cerrar sus ojos con tranquilidad, el aroma a lavanda y hierbas aromáticas inundaba la habitación lo que le generaba cierto recelo, él no era amante de los olores dulces.

A pesar de no querer demostrarlo, estaba ansioso y expectante luego de la reunión que sostuvo junto a los estrategas y principales dirigentes del ejército del reino. Ellos necesitaban expandir sus tierras, sus costumbres y, lo más importante de todo, que creyeran fielmente en el poder y compasión de su rey, siendo este una figura temida, poderosa y misericordiosa; protector del reino y de su gente quienes le debían amor y devoción incondicional.

Y también tenía curiosidad.

No era estúpido y a lo largo de sus 20 años había escuchado una serie de rumores y comentarios absurdos respecto a otros pueblos más allá del mar; pueblos primitivos, faltos de lenguaje y educación, pueblos salvajes que adoraban a criaturas inexistentes y que promovían las malas costumbres y herejías.

Esos rumores muchas veces se perdían a lo largo de los pasillos del castillo ya que nadie había hecho el intento de comprobar aquellas difamaciones, pero eso pronto iba a cambiar, ya que Himiko había descubierto un pedazo de papel polvoriento y desgastado entre las pertenencias de su fallecida madre, y estaba dispuesta a compartir aquella información con ellos.

—Hay que someterlos.

Fueron las palabras de su hermana melliza siendo aplaudida por Tomura, príncipe de Wessex e hijo de Shigaraki.

Pero también existía la posibilidad en que solo fuera eso, rumores, de que ese viejo pedazo de papel amarillento solo fuera un invento y que aquellos pueblos salvajes solo existieran en la imaginación de los grandes poetas y viajeros para tener más historias para contar y entretener a las personas.

Valhalla (Kacchako)Where stories live. Discover now