XXVII. El Escape

2.8K 103 8
                                    

XXVII

El Escape

Domingo, es un día nuevo y tengo que empezar a arreglar toda la mierda en la que me he metido yo misma.

Salgo de una ducha matutina que no calmó para nada mi estrés. En el espejo del baño, veo lo que me temía, un pómulo amoratado, huella de hasta qué punto permití ser tratada como un objeto.

No hay peinado que pueda tapar la inflamación que tengo a un lado de la cara y no traigo maquillaje en mi morral, pero no importa, tengo cosas más importantes por hacer.

Voy al departamento por mis cosas, aún no sé a dónde podría ir, pero sólo quiero salir de ese lugar.

Al llegar, el portero me confirma aquello que supuse de camino, Jonathan había salido dejando una restricción para que yo no pueda ingresar. Sin embargo, el señor recepcionista tenía una idea de lo que había pasado el día anterior. El chisme de los vecinos ya había llegado a sus oídos, por lo cual me deja pasar, aconsejandome, con su acento extranjero, que sea lo más breve posible y que, en caso llegue ese tipo con su carro, él me avisaría por el intercomunicador para que salga inmediatamente.

Don Pedro, así le decimos. Él sabe que podrían despedirlo por este favor que me está haciendo, pero, como me contó una vez, en su país a él lo criaron con valores muy distintos a los que ve aquí.

-Señorita, la gente lo va a criticar a uno por todo, pero, a la hora de dormir, la conciencia limpia es la mejor almohada- es una frase que me dijo una vez y siempre voy a recordar.

Solo entro a sacar mis pertenencias, tanto libros como ropa, mi laptop y demás. Debo admitir que el lugar me llena de sentimientos encontrados. Siento algo de nostalgia, tristeza, decepción y enojo. Desprenderme de una relación como la que he tenido no es fácil. Es abandonar tantas ilusiones, planes a futuro, borrar de la mente fotos de momentos que imaginaste al lado de esa persona y que nunca sucederán, darse cuenta que todo lo que adorabas de la relación no era verdad, reconocer el daño que te hizo la persona que decía que te amaba y, lo peor de todo, admitir que tú misma te habías olvidado de tí.

Salgo del lugar, de la escena del crimen, con mis maletas, los ojos rojos, el ceño fruncido, a paso lento, dándole la espalda a todo un pasado, de vuelta al hotel donde había pernoctado.

¿Será que todos tienen un contacto en redes que siempre publica imágenes graciosas y frases motivacionales? Pues, de ser así, valorenlo, nunca saben cuándo pueden ser de gran ayuda. En mi caso, es Ana, la señorita de asistencia social de la universidad. Me quedé viendo algunas de las cosas que había puesto en sus redes, algunas de ellas me robaron una sonrisa y otras me subieron el autoestima un poquito. Luego, empiezo a escribirle para hablar, minutos más tarde y por las siguientes dos horas, termino contándole toda mi tragedia por teléfono.

Primero lo primero, buscar a dónde mudarse. Pensé en volver al cuarto de la señora, pero existe el riesgo de que Jonathan me vaya a buscar allá. Aparte, Ana me dijo que en la casa de sus tías hay un pequeño cuarto donde puedo quedarme unos días, hasta que consiga un lugar fijo donde vivir.

El siguiente paso es renunciar al trabajo, para lo cual le escribí a la practicante, mi única amiga en la oficina. Por suerte no tuve que darle mucha explicación, solo le dije que tenía que renunciar por motivos personales y ella lo entendió muy bien, incluso me dijo que me ayudaría con el papeleo, mi remuneración y el certificado laboral.

Después de almorzar, llevé mis maletas a mi nuevo cuarto. A pesar de que el lugar es pequeño, es suficiente para mí sola.

Por la tarde y parte de la noche estuve en la sala con Ana, continuamos conversando sobre todo. Ella me escuchaba con mucha atención y me preguntaba detalles sobre qué pensaba o cómo me sentía. Me daba recomendaciones como si fuera mi psicóloga, pero sin dejar de sentirse como una muy buena amiga, me ayudó a entender lo que me había estado pasando, a reconocer algunos miedos que aún tengo, pues ella también había pasado por algo similar. Es maravilloso tener una persona así al costado.

-¿Aló?... Estoy algo ocupado… - su voz, aunque un poco ronca y seria, no refleja ningún enojo. Aún así, me lleno de dudas y me dan ganas de cortar por vergüenza de lo que pasó ayer.

-¿Samuel? Disculpa, solo quería decirte una cosa. Mira… - hablo despacio, sin estar segura de qué es lo que voy a decir. Bajo la cabeza cerrando los ojos, como si lo tuviese en frente y no pudiera mirarlo a la cara.

-Mira, si me estás llamando por el trabajo de grupo, déjame decirte que…- me interrumpe, como buscando resolver la comunicación lo más rápido posible.

-¡No! No es eso- reacciono levantando la cabeza rápidamente.

-Quiero pedir disculpas, me he distanciado demasiado estos últimos meses y yo sabía que eso estaba mal, pero luego surgió todo lo relacionado al juicio, la convivencia, los problemas, me sentía culpable, había desconfianza, y luego más peleas y… y... soy una completa estúpida, lo siento- me he quebrado, no tengo nada más que decir. Se escucha el sonido de mi nariz congestionada inhalando y mis ojos están a punto de gotear.

-Todos lo somos alguna vez ¿No? Digo, si has preferido pasar tiempo con tu novio es tu elección. Yo he buscado apoyarte en lo que he podido, nunca fue mi intención causarte algún problema con él- estas palabras me tranquilizaron, pues no me ha juzgado, sólo ha intentado comprenderme, eso es hermoso.

-Samuel, todo eso ya quedó en el pasado, ahora quiero volver a como era antes, a juntarme con ustedes- realmente quiero olvidarme de ese idiota de mierda.

-Bueno, ¿Te parece bien si conversamos de eso mañana temprano? Es que, desde anoche he estado haciendo tu parte del trabajo final, para que los chicos que incluyan en el grupo y ya estoy por terminar, luego cenaré algo y me iré a dormir porque estoy muy cansado. Cuídate, nos vemos mañana en la universidad- no puedo creerlo, a pesar de lo que sucedió y cómo lo trató Jonathan, él aún así se preocupó en qué me agreguen a la presentación. Realmente no sé qué pensar, estoy tan agradecida con él.

Llega el lunes y en la noche anterior al fin pude descansar de verdad, aunque aún me quedan algunas dudas pendientes en la cabeza. Vuelvo a clases luego de haber faltado unos días y me he podido alinear con el tema sin problemas. A la hora de almuerzo busco a Adriana, la cual me había estado ignorando todo el día.

-Adriana, mira te quiero pedir perdón por…- me acerqué a ella de frente, pero me esquivó la mirada

-¡Ya! Ya sé lo que me vas a decir, así que puedes ahorrar saliva- me interrumpió con esta frase tan cortante que me deja sin palabras.

-No sé qué tendrá Samuel contigo, que no ha dejado de justificarte cada vez que te alejadas de nosotros. Quizás Rolando, que ha sido el que más se ha juntado con él, también te pueda comprender, pero yo no- me mira fijamente, frunciendo el ceño al final de la frase, lo cual me deja literalmente con la boca abierta.

-Pero… ¿Por qué? ¿Qué te he hecho?- sostengo su brazo para que no se vaya. Ella mira mi mano y voltea a verme. Ésta vez de una manera más intimidante.

-¿Qué me has hecho? A mí, nada, solo me dejaste de lado como al resto. Lo que no te voy a perdonar es lo que le has hecho a Raúl- a él no lo he visto hoy, no fue a la reunión del sábado, es más, su celular estuvo apagado.

-Si en verdad quieres arreglar las cosas, buscalo. Él te necesita- aleja mi mano de su brazo, dejándome confundida y preocupada a la vez.

Me quedo unos segundos pensando, hasta que el vibrar de mi celular me hace reaccionar. En un primer momento pensé que era Jonathan, como de costumbre, pero recordé que lo había bloqueado debido a sus insistentes llamadas y mensajes. Era la practicante del trabajo preguntándome si puedo ir hoy a la oficina porque ya tenía listos todos los papeles y demás.

De camino voy pensando cómo podría conversar con Raúl, aunque él no me quiera contestar las llamadas ni los mensajes.

Al llegar, la practicante ya me esperaba en la recepción. Nos quedamos conversando un rato, criticamos varios problemas e irregularidades que habían dentro de la oficina, de los abogados y del asqueroso clima laboral que había para las mujeres. Ella misma me confesó que espera que acabe su contrato para buscar otras opciones. Al final, tras firmar un par de papeles, me entrega un sobre con mi certificado de trabajo y el dinero del último mes junto a mi liquidación, además, ella se había tomado la molestia de guardar en una caja todas mis cosas de mi mesa, para evitarme la incomodidad de tener que subir.

De vuelta a mi cuarto, dejo la caja en una esquina y comienzo a escuchar música. Yo sé que a veces los recuerdos vuelven, que una parte de mí aún lo extraña, es por eso que recurro a las canciones, para relajarme, dispersar mi mente y seguir escapando.

Derecho de piso: Diario de una sumisa [+18]Where stories live. Discover now