No le gustaba que lo subestimaran, no le gustaba que se rieran de él.

Lo estaba haciendo todo bien. Estaba logrando recuperar el sentimiento de la felicidad y todo era gracias a Sukuna. Tenía derecho a llamar a su familia dos veces al mes y no lo había hecho nunca. Estaba guardándose el pensamiento de si hacerlo o no, llamar, escuchar voces conocidas.

—¿No decías que te había hecho daño? —Cuestionó el demonio, curioso.

—No exactamente. —Susurró, apretando los labios. No quería recordarlo con exactitud, no podía. —No quiero hablar de eso, perdón. —Infló las mejillas con aire, intentando mantener su cuerpo activo. Estaba horriblemente cansado. —¿Cuándo podré enseñarte mi habitación? La he decorado con algunos dibujos del trabajo que hice sobre botánica.

Ryomen creyó romperse.

Luchó para no temblar, cerrando los ojos durante un instante. Suspiró y apoyó la cabeza contra la pared, mirando al conocido techo. Estaba harto de tener siempre las mismas vistas.

—No pongas excusas, te estoy vigilando. —Avisó el chico, acercándose un poco más. —Ya no estás encadenado, eres libre.

—Relativamente. —Musitó, mirándolo de cerca. Estaba demasiado cerca, podía ver el cansancio en aquellos iris que amenazaban con apagar el fuego, o avivarlo en una tempestad. —Tal vez algún día.

Se quedaron en silencio.

Lo bueno de estar con alguien como Fushiguro, era que los silencios no eran incómodos. Sólo eran un vacío de palabras, y podía expresar lo que quisiera con sus gestos, con sus bonitas expresiones. Hasta lo había visto alejarse de una cucaracha, tratando de esconderse detrás de él. Era tierno.

Sentía que sabía demasiado sobre aquel mar, pero que no le había dado oportunidad alguna de conocerle en profundidad. Le asustaba creer que lo viera únicamente como un demonio.

Perdido en la visión de la llama de las velas, sintió una caricia peligrosa.

Pegó un respingo por puro instinto, con el calor del chico, los dedos rozando el dorso de su mano con los ojos brillantes. Fue como si un chispazo eléctrico sumiera su mente en pura energía.

—No... —Musitó, pero no se movió. Hacía tanto que nadie le tocaba.

Comenzó a respirar rápidamente, con una mano entrelazándose con la suya.

—Oh. —Megumi alzó el agarre en el aire, entre ambos. Lo mostró, orgulloso. —¡Gané!

Quería suplicarle que lo soltara, preguntarle si era idiota. Quería arrojarle por las escaleras de un empujón, hacer que no volviera a subir allí jamás.

Sin embargo, se limitó a tragar saliva, atónito. La sensación era maravillosa, como una corriente de fuego fundiéndose en mareas abisales. La luz de la Luna luchaba contra las llamas y no era capaz de decir quién ganaría.

Joder, era maravilloso. Todo en aquel chico lo era, la forma de sus labios de fresa, su forma exagerada de hablar; los mechones adormilados, que salían disparados en todas direcciones.

Pudo notar a la perfección cómo sus propias uñas se volvían negruzcas, crecían con lentitud, abriéndose paso entre sus sentimientos. No. Las marcas de su rostro abriéndose con curiosidad, dos ojos más enfocando al delicioso muchacho.

—¡Suéltame! —Ordenó, dando un tirón sin delicadeza alguna.

Fushiguro soltó un quejido, viendo cómo Sukuna se arrastraba hacia atrás, cubriéndose el rostro con horror. Alzó una ceja, con sus extremidades pesando demasiado. Sólo cinco minutos más y volvería a la cama, lo prometía en su interior.

Alargó un brazo, gateando por el suelo, para alcanzarle de nuevo. Quería tenerle en la palma de su mano, que le acariciara de verdad. Necesitaba su tacto, un abrazo, lo que fuera.

—No te acerques. —Pidió el otro, sin destapar su cara. —Por favor.

Aquella voz se había vuelto más grave, más autoritaria. Calaba en sus oídos con facilidad, resonando en su cabeza. Abrió la boca, confuso. Su mirada se posó en aquellas uñas largas, negras, de las que no se había percatado nunca.

Porque nunca habían estado.

Sintió terror en su pecho, la necesidad biológica de huir, de salir corriendo. Sin embargo, se arrodilló a su lado y rozó aquellos antebrazos. Quería que dejara de hacer aquello, le estaba asustando.

Las víboras de petróleo de aquel torso parecían brillar en tonalidades de sombras y oscuridad. Como si fueran la puerta misma al Infierno. Y a Megumi nunca le había importado cruzarla.

Lo tomó de las muñecas con cuidado, sintiendo que se revolvía. Apretó con fuerza, queriendo despegar las manos del rostro que tanto había visto aquella semana. Y lo logró.

Cuatro ojos de escarlata lo miraban con horror, la expresión deformada en una mueca.

—¿Por qué...? —Alcanzó a cuestionar, dejando el agarre, entrelazando una de sus manos. Sentía el incendio contra su piel. —¿Por qué te cubres? Eres precioso.

Sukuna se estremeció, o se rompió aún más. Vio cómo aquella gota de sangre se deslizaba desde la tierna nariz, hasta caer al blanco de su túnica.

Scarlet || SukuFushiWhere stories live. Discover now