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Toji abrió la puerta, bajando un poco la mirada para posarla en el niño.

—No pensé que volverías tan pronto. —Dijo, tomando su mochila roja con una leve sonrisa.

Megumi entró en el piso, con las mejillas y la nariz sonrosadas del frío. Sus manos estarían heladas de no ser por aquellas bonitas manoplas celestes que lo cuidaban.

—Me trajeron los padres de Itadori. —Comentó, deshaciéndose de las botas de agua amarillas, riendo al ver que su padre borraba su alegre expresión. —¡Y se me cayó un diente, mira!

Sacó del bolsillo de sus vaqueros azules un pañuelo. Lo desdobló cuidadosamente, con el mayor acuclillándose a su lado, curioso. Un pequeño colmillo relucía en el centro.

Fushiguro acarició la espalda de su hijo, incitándole a sonreír. Había un gracioso hueco en su boca, en la parte de arriba, donde había estado aquel diente de leche que pronto sería sustituido. Ya se le habían caído casi todos, su pequeño zafiro crecía con rapidez y soltura.

—Te quiero, papá. —Megumi tomó el rostro del hombre, apretando sus mejillas un poco para formar un puchero. Acercó su nariz a la suya y la rozó con ternura, para luego darle un rápido beso en la mejilla.

—Y yo a ti, Gummi. —Revolvió su pelo, levantándose. No lo había abrazado porque estaba cubierto en sudor.

Había vuelto justo cuando estaba entrenando. En ocasiones, usaba el despacho como sala de ejercicio. Ponía una esterilla en el suelo y hacía abdominales y flexiones hasta acabar con toda la energía que tenía en el cuerpo.

La camiseta de tirantes mostraba sus hombros, sus omóplatos, con alguna que otra cicatriz visible. Su respiración estaba algo alterada y no había salido a correr al parque porque se había despertado demasiado tarde. Realmente Satoru lograba mantenerle en la cama mucho tiempo, atrapándolo en fuertes abrazos, mimos y conversaciones en susurros. Pensó en que aquello debía de cambiar, no podía ignorar su forma física por cinco minutos —o dos horas—más a su lado.

Regresó al despacho y se tumbó sobre la esterilla de color gris, al lado del sofá. Suspiró, mirando al techo, y posicionó las manos en su nuca, subiendo y bajando el torso, con las rodillas en alto.

—¿Por qué Satoru no está? —La suave voz de su hijo hizo que girara la cabeza, sin detenerse. El niño lo observaba desde el umbral de la puerta.

—Tiene cosas que hacer, cariño. —Contestó, devolviendo las pupilas al blanco del techo.

El pequeño apretó los labios, algo inquieto. Se fijó en la manera que tenía su padre de hacer abdominales, viendo cómo sus brazos se marcaban, con las manos dirigidas a su nuca. Las piernas cubiertas por aquellos pantalones bombachos, negros y cómodos.

Titubeó, pensando en si decirlo o no.

—Cuando llegué, fui a su puerta para picar e invitarle a comer. —Acabó por soltar, trazando círculos con la punta del pie, en el suelo. —Lo escuché discutir muy alto.

Toji se detuvo, frunciendo el ceño al notar su abdomen quejarse por el esfuerzo. Se apoyó en uno de sus codos, comenzaba a cansarse y tan sólo llevaba unos ciento cincuenta desde que había comenzado.

—¿Y te quedaste escuchando? —Cuestionó, serio.

—Un poco. —Confesó Megumi, evitando los ojos azules de su padre. Sabía que estaba mal, pero se había asustado al oír la voz de Satoru de aquella forma, como si estuviera enfadado o frustrado; casi desesperado. —Pero...

—Las conversaciones de los demás son privadas. —Lo cortó, sentándose en el suelo, apartando el sudor de su frente y los mechones que amenazaban con tapar su vista. —No vuelvas a hacer algo así, es de mala educación y lo sabes.

Daddy's got a gun || TojiSatoWhere stories live. Discover now