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Es extraña la manera en que las mejores cosas se presentan ante nosotros. Todo lo hermoso suele venir con una fuerte sacudida que, usualmente, parece el final pero en realidad, es una manera de poner en orden ese todo.

Después de perder gran parte de las cosas que convertían a Madrid en mi hogar, había decidido volver a México tras una oferta laboral a la cual no podía negarme.

–¡No puedo creer que vayas a volver! –dijo Sofi y, a pesar de estar en video llamada, noté como le brillaban los ojos de emoción y podría haber jurado que estaba al borde del llanto.

–Escucha –dije alzando una mano para hacer énfasis. – Nadie puede saberlo aún, quiero que sea una sorpresa para la familia, hace algunas semanas que Ka mencionó que mamá continuamente hablaba de lo mucho que quería que pasara unos días en casa.

¿Puedo contarle a Nam? –preguntó casi inmediatamente.

Of curse, pero debes advertirle que es una sorpresa –respondí, pensando en lo mucho que extrañaba estar con mis dos mejores amigos. Sentí un vacío en el pecho; hace más de un año que ese hueco apareció y sabía que nunca se iría... Bajé la mirada y traté de concentrarme en algo más para no llorar.

–¿Quieres hablar de ello? –dijo Sofi. Ella era la persona que conocía todo de mí y por su pregunta, asumí que notaba que no todo estaba bien. Negué con la cabeza al instante.

–¿Puedes dormir en mi casa cuando llegue? –dije, sonriendo de la manera más convincente que podía.

–¿De qué hablas?, ¡ya estoy empacando mis cosas! –espetó, fingiendo que se había creído mi falsa sonrisa– Por favor hazme llegar tu itinerario de viaje, pasaré por ti al aeropuerto. –hizo una breve pausa. – Y Fa, ¡no sabes lo feliz que me hace saber que regresas a casa! –soltó casi gritando.

–Muchas gracias, también estoy feliz de volver a verlos –dije, mientras sentía cómo las lágrimas comenzaban a picarme en el interior de los ojos– Debo colgar. Luv u Sofi –dije, tratando de guardarme todo rastro de sentimiento que pudiera modificar mi voz.

–Luv u –dijo sonriendo a la pantalla.

Colgué.

Me recosté y dejé que el llanto se apoderara de mí, sintiendo ese extraño vacío en el corazón...

Lo único seguro ahora es que nada volverá a ser lo mismo.

*Mes y medio después*

Desperté sobresaltada por la alarma de las 5:30 am. Me odié al momento por la elección de horarios de vuelo dos meses atrás. Si no fuera porque en unas horas estaría abrazando a mamá y papá y, por supuesto, porque perdería el dinero de los vuelos, permanecería dormida hasta las 11:30 am.

Me senté con torpeza y encendí la lámpara de noche. Mientras mi vista se adaptaba a la luz, no pude evitar pensar que por un largo tiempo asumí que tenía todo lo que siempre había soñado: había encontrado un hogar y unos ojos que me gustaba mirar a diario... Ahora todo parecía un montón de recuerdos acomodados en las maletas que esperaban cerca de la puerta.

Después de haberme vestido, me observé en el espejo y noté algunos mechones azules fuera de la coleta que había hecho 5 minutos atrás. Suspiré mientras bajaba la mirada, observé el reflejo de mis ojos; no había sido consciente de lo mucho que había crecido estando lejos. Y, en ese preciso momento, temí sentirme vacía aun estando en casa.

Saqué las maletas al pasillo, di una última vuelta al departamento para corroborar que nada se hubiera quedado y de inmediato supe que, al contrario de como lo había pensado una hora atrás, en las maletas sólo llevaba pertenecías materiales, pero ahí estarían eternamente grabados todas las miles de sonrisas, lágrimas y demás recuerdos de los cuales este lugar fue testigo. En ese momento supe que una parte de mí siempre viviría ahí, sin importar lo lejos que huyera. Me despedí con una sonrisa y cerré la puerta detrás de mí.

Llegué bastante a tiempo al aeropuerto, así que aproveché para documentar el equipaje. Decidí llevar a la mano mi mochila azul, que tenía el llavero de Shooky, y una pequeña maleta de mano, destinada principalmente para mis pertenecías más frágiles e importantes, era de una especie de plástico negro rígido y tenía en la parte frontal una placa plateada.

Caminé a la sala de espera y escogí una fila de sillas que estaba vacía, saqué un libro de la mochila y comencé a leer.

–Escucha, por favor, deja de llamar. No quiero hablar contigo, de verdad, no me interesa oír tu discurso de arrepentimiento, ya fue suficiente.

Levanté la mirada y frente a mí estaba sentado un chico teniendo una conversación telefónica. Se tocaba la frente y entrecerraba los ojos, parecía estar molesto y por más que mi mente me decía a gritos que dejara de mirarlo, no pude. Quizá sólo era su negro cabello, su blanca piel o su vestimenta completamente obscura que parecía estar hecha para él. Colgó el teléfono y antes de que pudiera descubrir que lo miraba, bajé la vista y fingí leer el libro que yacía en mis piernas.

Oí la indicación de abordaje, así que tomé la maleta del piso y decidí levantarme. Sentí cómo el libro resbalaba por mis piernas y, en un súbito intento de rescatarlo, lo pateé. Vi en cámara lenta el recorrido de Peter Pan por el brillante piso blanco antes de estrellarse con los pies del chico frente a mí. Comencé a sonrojarme, mientras la vergüenza me invadía. Me incliné hacia adelante para tomarlo, él hizo lo mismo y nuestras frentes se encontraron con un fuerte golpe.

–¡Auw! –gritó, y juraría que había oído maullar a un gato. Volteé a verlo, aguantándome la risa y pensando que sólo quería que la tierra me tragara en ese preciso momento. Un segundo después me encontré con unos rasgados ojos color marrón que me miraban expectantes, noté cómo sus labios se tensaron conteniendo una sonrisa y sus mejillas se coloreaban de un tono rosado.

Podría jurar que el tiempo se congeló a nuestro alrededor.

No podía creer que estuviera viviendo la escena más cliché y ridícula de todas las historias de amor, principalmente porque sabía que nunca volvería a verlo. Sentí mi estómago dar un vuelco y en ese momento lo supe.

...Definitivamente nunca iba a olvidar aquellos ojos.

CUANDO TE VAYAS - FAMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora