Me acerco al mostrador. Hay un joven delante mío que se voltea, me mira indiferente y sigue hablando con la persona que tiene enfrente.

—Pásame todas las facturas—me parece escucharlo decir.

Espero pacientemente mi turno.

—Y todos los recibos también—ordena, se voltea una vez más y logro establecer contacto visual con él. Lo examino. Es muy alto, fornido, tiene el cabello negro azabache, ojos azul claro y viste como un hombre común y corriente: jeans y camisa tres cuartos de un color celeste plano que combina perfectamente con sus ojos. Hago cálculos mentales y decido que tiene como 27 años. Mmm... por alguna extraña razón, se parece a alguien que conozco.

—Señorita—me dice aquel joven sacándome de mis pensamientos y extendiendo su mano como indicando que está cediéndome el paso. Asiento con la cabeza, luego me dirijo donde la chica que está atendiendo.

—Cinta adhesiva, por favor, la más gruesa que tenga—solicito y ella consulta cuántas necesito—. Ocho rollos—contesto.

Noto que el joven sigue al lado mío, todavía mirándome. Me está empezando a asustar.

—Eso es mucha cinta adhesiva—dice trayendo sus manos a su pecho, cruzándolos. Tiene una sonrisa de suspicacia—. Suena como que tienes muchas cajas que sellar. ¿Te mudas?

Ah, qué inteligente. No le devuelvo la mirada, no sé quién es, ni por qué rayos me habla.

—Así es—digo cortante.

—¿Por qué? ¿Encontraste un mejor lugar para vivir?—pregunta interesado como si me conociera de toda la vida.

Frunzo el ceño y lo miró confundida.

—Supongo.

—¿Cuándo te mudas?

¿Por qué sigue hablándome? Trato de sonar amable.

—Mañana.

Veo que abre la boca para, probablemente, seguir hurgando en mi vida privada, pero antes que pueda decir algo más, escucho un disparo. ¡¿Un disparo?!

La puerta se abre repentinamente y dos hombres enmascarados entran con pistolas en sus manos apuntando hacia nosotros. ¡Oh, Dios mío! ¡Están a punto de robarnos!

—¡Todos al suelo!—grita uno de los enmascarados.

La chica que está en la caja sosteniendo mis ocho rollos de cinta adhesiva, grita despavorida, luego se tira al suelo. El hombre que está a mi lado, alza los brazos y yo opto por hacer lo mismo.

—¡¿No me escucharon?! ¡Dije que todos al suelo!—vocifera nuevamente el enmascarado y con más fuerza. El joven y yo intercambiamos una mirada de susto, pero luego nos tiramos al suelo enseguida.

Buen trabajo, Emma. Sales por diez minutos y ya eres parte de un robo armado. ¿Cómo rayos lo haces?

El enmascarado me apunta. Bajo la cabeza. Es todo, sé que voy a morir. Veintitrés años tirados a la basura en una ferretería de Los Ángeles. ¿Por qué rayos me mudé acá? ¿Para estudiar arte? ¡Eso ni siquiera es una carrera! ¡Maldita sea, no quiero morir!

—¡Tú, pelirroja de farmacia!—dice el enmascarado todavía señalándome con la pistola. ¿Pelirroja de farmacia? ¿Cómo demonios supo que éste no es el color real de mi cabello? Homosexual, de seguro—. ¡Busca la caja registradora y saca todo el dinero!

—Pero dijiste que nos quedáramos en el suelo—me atrevo idiotamente a llevarle la contraria.

—¡Busca la caja y saca todo el dinero, te dije!

Factura al corazón © DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora