Capítulo 1: Decisiones

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De camino a casa, observé la ciudad de Nueva York, adornada de luces de colores que brillaban por sí misma. Si la gente se detuviera a prestar atención, vería que todo no es tan maravilloso como nos hacían creer. Como siempre, había mucha gente por las calles que las llenaban de risas, lágrimas, enfados, violaciones, robos... Un ajetreo del que yo no quería formar parte. Cuando me fui de casa de mis padres, compré un chalet en las afueras, donde nadie me molestaría. Ni ruidos, ni gritos, ni música, ni decoración navideña. Era relajante y se podía respirar una tranquilidad que ansiaba con todas mis fuerzas, sobre todo, cuando llegaba por la noche después de un largo día de trabajo; aunque también era verdad, que la palabra tranquilidad, no existía en mi vida. Siempre estaba él, quien la interrumpía como se le antojaba y de la manera más abrupta.

Físicamente, estaba cansado; pero a nivel emocional estaba anulado. No había sentimientos en mí, no los sentía. Ella se encargó de que la venda de mis ojos cayera cuando derrumbó un mundo que yo solito me encargué de construir. Me enamoré de la persona equivocada, pero fue suficiente una vez para que dejara de creer en ello. El amor no existía y no tenía intención de sentirlo de nuevo. Esa estúpida quiso anularme, pero no lo consiguió. Era mucho más fuerte de lo que aparentaba. Las mentiras eran mi mejor coraza, tanto como los secretos que me envolvían y que, solamente, mi mejor amigo conocía. Al principio, no quise contarle nada. No obstante, se enteró de la peor manera posible. Aun así, respetó que formara parte de mi vida y me apoyó de manera incondicional. Nunca le di las gracias. Suponía que, todo lo que hice por él, se lo decía de una manera u otra. Sin embargo, también lo ponía en peligro de manera constante.

Dejé el coche en el garaje y, nada más entrar en casa, tiré las llaves encima del mueble del comedor. Me eché en el sofá y tapé mi cara con el brazo, rendido y agotado. Olía a limpio y no era porque yo lo hiciera; tenía contratada a una magnífica mujer, Kate, que hacía un trabajo impecable. No había queja ninguna y su sueldo era más que merecido. Siempre que la encontraba, me agradecía lo mucho que la cuidaba; pero, sobre todo, por ayudarla a traer a su familia a la ciudad. No me costó demasiado; tengo muchos contactos y tuve suerte de que algunas de las personas más poderosas e influyentes me debieran unos favores. Cuando la sorprendieron aquella noche de verano, vi en sus ojos lo que yo nunca sentí en los míos por mi propia familia... En verdad, ¿qué era eso? ¿Qué era tener familia?

Respiré profundamente mientras el viento se colaba por el ventanal del balcón que no estaba del todo cerrado. Ese silbido molesto para muchos, pero tan relajante para mí. Embaucado por ese sonido, me evadí de la realidad unos minutos hasta que me incorporé con rapidez al escuchar la maldita melodía del móvil. Parecía que ese estúpido cacharro tuviera vida propia cada vez que intentaba cerrar los ojos y descansar como era debido. Mi vida era así: agotadora y llena de trabajo durante la mayor parte del día. No me hacía falta mirar quién era la persona que llamaba, él era el único que incordiaba mis momentos de calma, como si los oliera. No había noche que no reclamara la atención que no quería prestarle. Sin embargo, no podía escapar. Estaba condenado hasta mis últimos días a ser lo que era.

—¿Qué quieres ahora? —contesté, puse el manos libres y lo dejé en mi pecho.

—Te necesito, ¡ven ya! —gritó y colgó.

Ignoré su orden y seguí relajándome hasta que, de nuevo, su insistencia ahogó la calma.

Agotada mi paciencia, terminó venciendo como siempre hacía.

SOPHIA MOORE

Joder, ¡estaba graduada!

Seguía sentada mientras veía como mi mejor amiga recogía su diploma. En mi mente, celebraba una fiesta monumental en la que bailábamos, bebíamos y cantábamos borrachas en un karaoke. Todos irradiábamos una alegría descomunal, felices y con ganas de echar los birretes incómodos por los aires. Sonreía, ¡no podía dejar de hacerlo! Miraba a mi alrededor y, una parte de mi corazón, se sentía solo y añoraba que ellos no estuvieran aquí. Sin embargo, lo que pasó hizo que no quisiera saber nada más de esos que se hacían llamar familia. En cambio, la otra estaba reconfortada por amigos que me acompañaban en ese día tan especial. Parecía que era ayer cuando decidí ingresar en la universidad, dejando toda mi vida atrás y comenzar desde cero en Nueva York. Estaba nerviosa y ansiosa por comenzar el nuevo curso y saber qué me depararía el destino. Y, ahí estaba, celebrando mi graduación.

No me olvides [Publicado en Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora