Capítulo 2: La Chica del Fracaso Socialista

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Cuando faltaban dos días para el fin de las vacaciones de verano, Sally Negrín llegó a Darley. El día estaba bastante nublado y el señor del clima había dicho que llovería, pero cerca de las dos de la tarde no había señales claras de su predicción. Ya a las tres, cuando el cielo se tornó más oscuro y los que estaban afuera se preparaban para entrar a sus hogares, un camión de mudanza tocó dos veces la bocina y acabó con el silencio característico del vecindario. Las personas que aún estaban afuera trataron de buscar el origen del sonido, mientras recordaban la regla implícita de Darley: Cualquier ruido no justificado está totalmente prohibido.

El camión avanzó lentamente por la calle principal de Darley, como un pesado y enorme monstruo que hacía su entrada triunfal a su nuevo dominio y, de haberse quedado más tiempo Sally Negrin en Darley, no tengo duda de que hubiese hecho de él otro vecindario; uno mejor, quizá.

La bocina volvió a sonar; el camión disminuyó la marcha y terminó estacionándose en la casa de enfrente, donde mi vecina, la señora Rowley, vivía con tres gatos y su enfermera personal.

A los cinco minutos un volvo negro xc90 (probablemente del 2016) hizo su entrada principal y se estacionó en la casa del señor Simmons. Las puertas se abrieron al mismo tiempo, como si los pasajeros y el conductor hubiesen contado hasta tres para iniciar su nueva vida. Del lado izquierdo, el único que la ventana de mi habitación me permitía ver con claridad, un hombre mayor, moreno y acuerpado, que de vista llegaba a los 40, había bajado del auto. Se quedó algunos segundos observando todo; quizás asimilando que ese sería su nuevo hogar, y que mal o buen lugar, había llevado allí a su familia.

Traté de acercarme más al cristal para poder observar la escena completamente, pero me fue imposible, y por alguna razón me pregunté si papá había hecho lo mismo cuando llegó al vecindario; es decir, si se había bajado del auto y había observado todo diciéndose a sí mismo que ese era el inicio de su nueva vida, y si yo haría lo mismo cuando saliera de Darley, aunque la idea de irme me parecía realmente estúpida.

El señor del auto se dirigió al camión de mudanza y yo volví a mi cama pensando en cuánto tiempo le tomaría a la señora Rowley descubrir que un enorme camión ocupaba toda la entrada de su casa, aunque seguramente no sería mucho; el sonido de la bocina había cruzado todo el vecindario. Todos sabían que alguien nuevo había llegado.

Di varias vueltas en la cama pensado en si sería correcto ir a darles la bienvenida sin papá y, con cada pensamiento, mi yo interno decía que sería increíblemente extraño, bastante raro. Pasé varias horas de ese modo, y cuando no escuché más ruido en la calle me puse de pie. Caminé hasta mi armario y busqué en los pliegues de la ropa que usaba a los tres años. Tomé la tarjeta que días atrás el señor William Simmons me había dado y leí el reverso, Flat Earth Society. Aún no podía creer que solo se hubiese cambiando de casa sin salir del vecindario. Es decir, yo no saldría, y para la fecha solo había salido de Darley dos veces, y una de ellas había resultado en un total desastre, pero había creído que, de haber tenido la oportunidad, los demás sí habrían salido de ese lugar.

2

Al día siguiente tuve la extraña necesidad de ir a la casa del árbol de nuevo. Ignoré por un momento lo que ir allí significaba, y salí de mi habitación. Bajé las escaleras y abrí la puerta trasera, pero antes de que pudiese poner un pie en el jardín me detuve en seco. Una niña subía las escaleras del árbol.

―¡Oye! ―grité. La niña miró atrás y acto seguido se apartó del árbol de un impulso y cayó al suelo, de pie. ― ¿Quién eres?

Se acercó a mí, y cuando estuvo lo suficientemente cerca extendió su mano.

En un Pequeño Mundo CuadradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora