Los años perdidos

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He intentado sentarme mil veces a escribir mi historia, pero siempre termina del mismo modo, sola, lloriqueando por los rincones, por culpa del nuevo y gran amor de mi vida que perdí.

Se supone que la vida es algo cíclico, comienza en un punto para regresar a él, para ser consciente de que no hemos aprendido nada, de que todo ese recorrido ha sido un error más que almacenar en nuestra memoria.

Todo comenzó con una desgracia; mis padres, un coche, un conductor borracho y yo reorganizando mi vida, algo bastante común en las películas de la hora de la siesta, con la diferencia de que esta vez me pasó a mí, una joven de 24 años, de un pueblo escondido en medio de una serranía, con serios problemas para encontrarme a mí misma, y más aún, para dejar ir a los demás. Como después de cada trágica pérdida, el Ayuntamiento fue el primero que reclamó, que si Plusvalías, que si tienes seis meses, que hay que pagar, pedir partidas de defunción, hablar con bancos, seguros, amigos, compañeros de trabajo, arrendadores, arrendatarios, mil y una cosa sin sentido para mí.

Poco a poco fui arreglando todo el papeleo, pagando impuestos, tasas, deudas, cancelaciones, reclamando lo que me correspondía, y todo ello con un peso en el pecho que solo conseguía encharcarme los ojos. Pero decidí seguir adelante, dar un giro a mi vida. Con los pocos ahorros que tenía y con lo que sacaba de rentar unas tierras familiares me embarqué en un viaje a la capital, Madrid; esa ciudad tan inmensa y terrorífica como contaba mi padre en sus interminables historias de la mili. Menos mal que contaba con la ayuda de Marga, una mujer de mundo, que había vivido en miles de ciudades, pero que siempre regresaba a su tierra para, como decía ella, “posar los pies en el suelo”. Marga había heredado de un tío de América una auténtica fortuna, había viajado, amado, en definitiva, su vida era lo que ella decidía; pero nunca olvidó de dónde vino.

Todos los veranos, me acercaba a su casa para que me prestara algunos libros, a cambio solo tenía que escuchar sus aventuras durante un rato y tomarme una taza de amargo café colombiano. Al cabo de los años nuestra amistad fue creciendo, y con la muerte de mi familia, ella no dudó ni un momento en llevarme y traerme a la Diputación, de darme los papeles necesarios e, incluso, de prepararme la comida cuando yo estaba derrotada.

Marga no tenía más de treinta años, pero su porte, su ropa (lo que le llevo a ser conocida en el pueblo como “la figurín”), su forma de hablar, hacían de ella una mujer hecha y derecha, aunque aún no hubiera encontrado marido.

Uno de esos días en los que el mundo pesaba más que la fuerza que yo pudiera ejercer en él, Marga apareció en mi puerta, con un gran pastel al que ella llamaba Brownie y que mi madre hubiera dicho que eso es “un bizcocho de chocolate y nueces de toda la vida”. Entramos en el oscuro salón, aún con las cortinas corridas por el luto. Ella abrió de par en par cada ventana y me dijo que si la luz no entra en tu casa, no puedes pretender que entre en tu vida. Se sentó a mi lado, y acariciándome dulcemente la pierna me dijo:

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Niña, ya no estamos en la posguerra, así es que deja de llorar por los rincones y sal de este maldito pueblo de cotillas y fisgonas. Tienes que ver el mundo, no leerlo, sentir la brisa de la cultura en tu propia piel. Deja de imaginarte grandes noviazgos con príncipes de países ilegibles y construye tu propia aventura.

De su enorme bolso sacó un billete de tren para la mañana siguiente, y forzándome a cogerlo, me insistió:

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Mañana a las siete estaré aquí para llevarte a la estación. Ten ropa limpia preparada y dinero suelto. Ve al banco ahora mismo y pídeles una tarjeta de crédito, que te la manden a estas señas, ya te he encontrado un apartamento en el centro, te gustará la zona, porque a mí me cautiva.

Enmudecí, y mis músculos solo alcanzaron a asentir. Quizá tenía razón, si no salía de allí terminaría con una bata negra, unas zapatillas a juego y un horroroso moño lleno de canas perforando y hundiendo las pocas ganas de vivir que me quedaban.

Los años perdidosМесто, где живут истории. Откройте их для себя